Durante las transmisiones de los partidos de fútbol se puede observar el aviso del Gobierno que destaca los “31 meses consecutivos de crecimiento del trabajo registrado” o que “la actividad industrial tuvo su mejor trimestre desde 2018”. Esos datos de la gestión, que en Presidencia y en el Ministerio de Economía buscan resaltar, sin embargo, no reflejan la crisis económica, que es una de las más regresivas de las que tuvo la Argentina, porque todo el ajuste recae sobre la población de menores recursos, esa que necesita de hasta dos trabajos para cubrir sus necesidades básicas, indicó La Nación.
“Esta no es una crisis de actividad económica; es una crisis de nominalidad [inflación]”, dice el economista Esteban Domecq, de la consultora Invecq, para explicar porqué la tasa de desempleo está baja, en 6,3%, gracias al aumento de los trabajos precarios. Según los últimos datos oficiales del Indec, en marzo, mientras la inflación interanual fue de 104,3%, los ingresos de los trabajadores informales subieron 81,2%, muy por debajo de la variación de los precios. Esta brecha empeora cada mes (en abril la inflación interanual fue de 108,8%).
“En agosto de 2022, la economía recuperó por un mes el mismo nivel de actividad que en 2017 [el último pico de crecimiento que tuvo el país], pero el consumo per cápita de alimentos y bebidas en supermercados estuvo 15 puntos abajo. El ingreso real está 21 puntos debajo de 2017, pese a llegar a tener el mismo nivel de actividad. Los que perciben ingresos formales están 16 puntos por abajo, mientras que los informales están casi 40 abajo. Esto explica la tensión social. Hoy estamos en medio de un ajuste muy regresivo, que se hace sobre la base de la pirámide social, y ahí está el votante del Gobierno”, dice Domecq.
Este ajuste se ve reflejado en una paradoja: pese a que en 2022 el PBI creció 5,2%, la pobreza aumentó de 37,3% al 39,2% de la población. Por lo tanto, para este año, donde se espera una caída de al menos 4% del producto (impactado fuertemente por la sequía), las proyecciones de pobreza no son alentadoras.
La caída del poder adquisitivo se refleja directamente en la apatía del consumo masivo, sobre todo en autoservicios de barrio, donde en los primeros cuatro meses de 2023 cayó 8% medido en volúmenes. “Esto se explica claramente por la brecha de precios que hay con las grandes cadenas de supermercados a partir del programa de Precios Justos. En los comercios de cercanía hay precios que son hasta 30% o 40% más caros. ¿Y quiénes son los que más compran en los autoservicios? Los sectores de menores ingresos, ya que para ellos ir a un hipermercado a hacer una compra quincenal es más difícil. Este modelo, en definitiva, le resulta más complejo de sobrellevar al que vive en el tercer cordón del conurbano, que hace las compras de manera diaria o semanal. Todo el sistema se volvió muy regresivo”, explica Guillermo Oliveto, especialista en consumo.
Una población más dual
Mientras el consumo masivo de bebidas y alimentos se contrae cada año desde 2017, la demanda de espectáculos de fútbol, recitales, teatros y cine parece no tener techo. Para explicar este fenómeno, Oliveto habla de una Argentina con una población cada vez más dual. “La clase alta y media alta tienen una realidad, mientras que la clase media baja está cada vez más complicada”, dice.
“Tenemos un país y dos sociedades de mínima; en el medio hay muchas sociedades. Lo que más pega es la pérdida del poder adquisitivo de todos los que no son asalariados formales. En un escenario de tanta inflación, aquellos que tienen sus salarios protegidos por los acuerdos gremiales, mal que mal dan la pelea, pero el resto está claro que está perdiendo y se ve en la evolución del salarial informal”, analiza el consultor.
Oliveto también destaca que es la primera crisis de la pospandemia, lo que genera que, pese a la pérdida de poder adquisitivo, la sociedad necesita olvidar el encierro. “Es un fenómeno global, que está potenciado en la Argentina por la altísima inflación. Hay una reestructuración del consumo a todo lo orientado que genere bienestar de corto plazo. Por eso vemos un overshooting (sobrepaso o sobrerreacción) en todo lo que tiene que ver con entretenimiento, bares, pizzerías, fast food, restaurantes y turismo interno. La venta de entradas de cine creció 43% en el primer trimestre”, ejemplifica.
Además, en las encuestas que hace su consultora W, encuentra que hay una clase media baja o baja que no llega a comprar todos los alimentos que necesita, pero que igual el fin de semana no se priva de salir a pasear. “Esos consumos se están usando para tapar la angustia; son un gran ansiolítico. Es muy contrafáctico, porque no pasó en ninguna otra crisis, porque nunca antes pasamos por una pandemia. Eso le cambió la cabeza a la gente. Ese consumo no mejora la imagen del Gobierno porque es como un payaso triste: cuando se corre el maquillaje, hay lágrimas. Es una cosa efímera para tapar el dolor; sigue el mismo drama que tenían dos horas antes. La gente está muy apática y también vemos una especie de overshooting de pesimismo”, agrega Oliveto.