Cuando escuchó a sus padres que hablaban en la semana que iba a nevar sobre Bariloche, Gabriel apretó el puño y sonrió. Esperaba con ansiedad desde hace días una buena nevada. Pensó que por fin podría probar la pista que había hecho en el patio de su casa para deslizarse cuando llegará la nieve.
Durante semanas casi no había tenido motivos para celebrar nada. La cuarentena lo obligó a recluirse en su casa, lo alejó de su Escuela 367 y de sus amigos. Ahora, había llegado el momento de divertirse.
Gabriel García tiene 12 años y relata que durante varios días del verano pasado ayudó a su papá a sacar las retamas que había en el patio para dejar todo despejado. Su padre quería limpiar, pero él pensaba en el invierno. Es que en el patio tiene una pendiente pronunciada. Es ideal para deslizarse.
Este sábado, Bariloche volvió a sonreír después de mucho tiempo. La nieve devolvió la alegría a los niños que soportaron semanas de encierro. Ellos acataron -sin reclamar- el aislamiento obligatorio. Esta jornada volvieron a escucharse gritos de felicidad. Fue un pequeño renacer después de tantas semanas de tristeza.
Niños y niñas de todas las edades salieron con lo que tenían a mano a deslizarse por cuanta pendiente tuvieran cerca de su casa. Algunos con barbijos un poco descolocados sobre sus rostros rosados por el frío, otros sin nada. No importaba. Vivieron una fiesta a su modo.
Durante algunas horas no escucharon hablar de coronavirus ni de pandemia, ni de las pérdidas económicas. Fueron felices. No les importó el frío. Tampoco si tenían un trineo o solo una bolsa de nailon. Se sintieron otra vez libres.
“Estuvimos encerrados casi toda la cuarentena”, comenta Gabriel detrás del alambrado a «Río Negro». Algunas salidas al patio a jugar pero siempre en casa. “Estábamos esperando esto”, afirma. Santino lo escucha, sin demasiado atención. Está más preocupado de la tapa de la olla de aluminio, que limpia con una manga de su buzo.
“Casi todo me molesta de la cuarentena”, afirma. “Me enoja que se vayan a juntar a la casa de los amigos y después se contagian”, reclama Gabriel. Dice que se enoja con el coronavirus. “También con los que lo crearon, esos se las re mandaron”, advierte. “La gente no tiene que salir, y si salen a comprar que vaya uno solo”, indica.
En otro rincón de la ciudad, un grupo de niños y niñas se lanza por una extensa pendiente de la calle La Paz. Gritan y se aferran con todo a los culipatines y bolsas de nailon. Esta vez, la carrera la ganó Luna. Pero Jazmín, Lourdes y Santiago quieren revancha. Y vuelven a emprender el lento ascenso hacia la cumbre. No se cansan. Su única preocupación es que la nieve no se vaya.