Si bien remite más a una cuestión de calendario que a una fecha de inicio precisa, cada 21 de septiembre brinda ciertas pautas ineludibles: el calor comienza llegar desde el norte y su avance progresivo hacia las latitudes más australes es acompañado por masivas floraciones que tiñen los paisajes con los colores característicos de la primavera.
Cada grupo de flores que se avista en los recorridos por montes, bosques y selvas logra transportar al observador desde la admiración hasta las leyendas locales sobre amores ancestrales y otras creencias populares aún recordadas por los relatos de guías y pobladores.
De esta manera, gran parte de la flora nativa pone en juego la fase más vistosa de sus estrategias reproductivas: un proceso de duración variable que inicia con la aparición de la flor y que, una vez fecundada, culminará con la generación de una semilla con el potencial de dar origen a un nuevo individuo. La primavera en los parques nacionales permite disfrutar de esta etapa vital en que las especies florales despliegan sus atractivos para dar lugar a la polinización, fundamental en su ciclo de vida particular y para su supervivencia como especie.
Los lapachos se presentan en todas sus versiones: rosado, amarillo, negro y blanco. En esta época coronan con manchones (mayormente rosas y amarillos) los verdes del monte y la selva del norte argentino. El lapacho rosado ( Handroanthus impetiginosus) es el más difundido, y se puede observar desde el Parque Nacional Río Pilcomayo, en el norte de Formosa, hasta en las yungas de los parques nacionales Calilegua, El Rey y Baritú -entre otros- y la Reserva Nacional Pizarro, que lo incluye en la ilustración de su emblema. También en la selva paranaense es muy común, por lo que los visitantes que lleguen al Parque Nacional Iguazú por vía aérea podrán disfrutar antes de aterrizar de esta vista excepcional.
Otra flor que se suma a los emblemas es la que nace de la enredadera conocida como pasionaria o mburucuyá ( Passiflora caerulea), que da su nombre a la localidad correntina deMburucuyá y al parque nacional homónimo en el sector oeste de los Esteros del Iberá. Es habitual verla sobre cercos y postes o enmarañada en viejos troncos.
Tras la explosión primaveral inicial, el ciclo continúa con otras floraciones en el norte y centro del país, con los jacarandás y sus pétalos violáceos de la primera floración; los cardones (Trichocereus atacamensis) con flores-embudo de pétalos blancos con tintes rosados; los tabaquillos ( Polylepis australis) y espinillos ( Acacia caven) en las sierras -estos últimos tapizados de flores amarillas y perfumadas-, además de cientos de arbustos y hierbas que aportan sus respectivas inflorescencias para completar el cuadro.
El calor avanza lento hacia el sur, y al llegar a los Andes de la Patagonia también inaugura este ciclo de floración local. Los notros ( Embothrium coccineum) muestran desde el Parque Nacional Lanín hasta el Parque Nacional Tierra del Fuego sus rabiosas flores rojas, para anunciar la primavera entre lagos y montañas en una franja de dos mil kilómetros.
Más tarde, otras flores seguirán ese camino para colorear los faldeos de las comarcas andinas, anunciando el verano patagónico. Es el caso de los arrayanes ( Luma apiculata) y sus flores blancas; las diversas mutisias, con la Quiñilhue o naranja ( Mutisia decurrens) como la más conocida, y el singular amancay ( Alstroemeria aurea), que aguarda un tiempo más para que sus pimpollos estallen de amarillo, cerca de enero.
El calendario invoca la llegada de la primavera y, con su desarrollo, invita a recorrer los senderos de los Parques Nacionales de Argentina, ahora decorados de un modo especial por la naturaleza, en estado de ebullición.