El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, denunció un «horrible ataque» con drones que cobró la vida de seis soldados de paz de Bangladés. El hecho, atribuido a los paramilitares sudaneses, representa una peligrosa escalada en un conflicto ya devastador.
Un nuevo y sangriento episodio enmarca la guerra civil en Sudán. Este sábado, un ataque con drones impactó contra la base logística de las fuerzas de paz de la ONU en la ciudad de Kadugli, ubicada en la región de Kordofán del Sur. Según el reporte oficial, el atentado dejó un saldo de seis soldados de paz muertos y seis heridos, cuatro de ellos de gravedad. La información fue reportada originalmente por el medio internacional DW (Deutsche Welle).
El secretario general de la ONU, António Guterres, emitió un comunicado para condenar con firmeza la agresión. «Condeno con firmeza el horrible ataque con drones que ha tenido como objetivo la base logística de las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU en Kadugli, en Sudán», declaró, según el reporte. El campamento atacado pertenece a la Fuerza Interina de Seguridad de Naciones Unidas para Abyei (Fisnua).
¿Quién está detrás del ataque? Las acusaciones oficiales
El gobierno de transición sudanés, liderado por el general Abdel Fattah al Burhane, responsabilizó directamente a las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) por el atentado. En un comunicado, el Consejo de Soberanía, órgano ejecutivo del gobierno, calificó la acción como una «escalada peligrosa».
Las FAR son un grupo paramilitar que, desde abril de 2023, se enfrenta al ejército regular sudanés en una guerra civil que ha sumido al país en el caos. Su líder, Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, controla una parte importante del territorio nacional, incluidas regiones ricas en recursos. El ataque al campamento de la ONU marca un punto de inflexión al llevar la violencia directamente contra una misión de paz internacional.
Kadugli: el nuevo epicentro de una guerra sin cuartel
La ciudad de Kadugli, ubicada a unos 200 kilómetros de la disputada región de Abyei, se ha convertido recientemente en el foco de los combates más intensos. Esta zona, tradicionalmente inestable, es ahora el campo de batalla donde se deciden los avances territoriales de ambos bandos.
El ataque contra la base de la Fisnua no es un hecho aislado, sino la manifestación de cómo la guerra ha borrado cualquier límite. La misión de la ONU, desplegada para monitorear la frontera entre Sudán y Sudán del Sur y proteger a civiles, ahora se encuentra en la línea de fuego de un conflicto que parece no respetar acuerdos ni símbolos de neutralidad.
Un contexto de la peor crisis humanitaria del mundo
Este ataque ocurre en el marco de lo que la propia ONU ha calificado como «la peor crisis humanitaria en el mundo». La guerra, que ya cumple más de dos años, ha causado varias decenas de miles de muertos y ha provocado el desplazamiento forzado de millones de personas.
La infraestructura civil está destruida, el hambre acecha a gran parte de la población y las organizaciones humanitarias enfrentan enormes obstáculos para operar. El atentado contra los cascos azules en Kadugli no solo es una tragedia para las familias de los soldados fallecidos, sino también un duro golpe para cualquier esperanza de estabilidad y para la ya muy limitada capacidad de la comunidad internacional para aliviar el sufrimiento de los civiles sudaneses.
La condena internacional es unánime, pero el camino para detener la violencia en Sudán parece cada vez más complejo. El ataque contra los soldados de paz deja en claro que ningún actor en el terreno se siente obligado a respetar las normas más básicas del derecho internacional humanitario, sumiendo al país en una espiral de violencia aún más profunda y oscura.




