Pocas cosas atemorizan más que un enemigo mortal sin rostro. Irreconocible, silencioso, sin síntomas claros y avanzando por el mundo entero sin dar tregua; también habita en la región y en Uruguay.
Que deja vacía la ciudad y sin sonido las calles y que es mortal para la población mayor, numerosa por estos lugares. Es el virus del miedo. Sin soluciones claras ni antídotos descubiertos hasta hoy, desata el miedo a lo desconocido, a la incertidumbre, a quedarse sin trabajo o subirse a un transporte público.
Allí aparecen otras complejidades de las relaciones humanas. Pequeños gestos cotidianos como un abrazo, o un beso a los niños o una tarde con los abuelos pasan a ser una necesidad.
La prensa en general y El País particularmente nunca descansan ante situaciones inesperadas y desafiantes como la actual, nunca bajan la guardia.
Sin embargo, mi posición de editor de fotografía es, en estas circunstancias, privilegiada: fotógrafos y periodistas recorren la ciudad para intentar revelar aspectos insospechados de este peligro silencioso. Francisco Flores, Fernando Ponzetto y sobre todo Leonardo Maine, que es el reportero gráfico que abordó con profundidad el tema y los riesgos que genera: el contagio es posible en cualquier lugar.
El testimonio que dio Leo Maine ayer, a las 15:40 horas, lo confirma: “Trato de mantener la distancia con las personas, constantemente estoy usando alcohol en gel, cuando termino una nota y subo al auto desinfecto con alcohol las manos, equipo y volante, pestillos y palanca del vehículo. Desde la semana pasada uso una mascarilla».
La nueva realidad implica convivir con el riesgo en primera línea y no retratar al enemigo en sí, sino sus consecuencias en la sociedad. Es un fantasma que está en todos lados.Al final del día todos queremos llegar sanos a nuestros hogares y cuidar a nuestra familia. Pero antes, trabajamos para tomar imágenes como las que dan vida a estas páginas.
Fuente: El País