Sofía Acuña (19) está feliz. Hoy recibe su título como técnica en alimentación, después de haber completado su secundario en el Ipem 312 Dalmacio Vélez Sársfield, en barrio Ferreyra, de la ciudad de Córdoba. También recibirá un diploma por su asistencia perfecta. Es la primera joven con síndrome de Down que egresa de una escuela técnica en la Capital, según confirmaron fuentes del Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba.
Sofía tiene una enorme voluntad, y una mamá que la acompaña desde que nació en la exvilla Los 40 Guasos. Hoy, y desde hace 11 años, viven en Ampliación Ferreyra, cuando fue trasladado allí el asentamiento precario donde habitaban.
La joven sonríe y sonríe mientras habla. Parece ser su marca de identidad, aunque su madre, Gabriela Sandoval, asegura que tiene “su carácter”. “Todos me felicitan a mí, pero el logro es de ella”, explica la madre, modista y vendedora por catálogo. “Están felices, eufóricos, sobre todo en el lugar de donde venimos, que es ‘la villa de los 40’. Toda la gente estuvo muy pendiente de ella. Sus logros son también los logros de la comunidad”, apunta.
Sofía tiene Matemáticas previa y una materia más que rendirá en diciembre. Cuando las apruebe, con su título de técnica en alimentación, va a buscar empleo en fábricas de productos alimenticios. Aunque, en verdad, le gustaría ser empleada de Cordiez, el supermercado donde trabaja su hermana.
“Trabajamos en la sala de producción y laboratorio. Hacemos pickles, gelatinas, bizcochuelos, mermeladas”, explica Sofía, cuando se le pregunta sobre lo aprendido en estos años. Sin embargo, le gusta más la teoría que la práctica.
La directora del Ipem, Elizabeth Garbino, subraya que Sofía tiene una memoria prodigiosa y que le gusta leer y escribir.
Tanto que, en uno de los libros de antología que publicó el colegio en estos años, Sofía escribió la poesía “Aprendiendo a volar”, que dice: “Soy un pájaro de alas pequeñas/ No puedo volar/ Día a día descubrí que no necesito alas grandes para volar/ En mi vida no existen las diferencias/ Soy un pájaro más / La vida me regaló estar rodeada/ de otros pájaros que puedan volar/ abrazarme con sus alas y hacerme feliz/ Me empujan y ayudan a volar/ Vuelan y sueñan junto a mí”.
Como una fábrica
Sofía tuvo maestros integradores desde primer año, que contribuyeron con las adaptaciones curriculares y el vínculo con los docentes. “Lo que más me gusta es Lengua, Biotecnología, Bromatología. Hacemos análisis de leche, de yogur, de agua. Me gustaría trabajar en una fábrica de alimentación. Para manejar la higiene y el control de calidad”, plantea.
En la zona se levantan varias industrias del rubro, en las que los estudiantes realizan pasantías. Piensa que quizá allí encuentre una oportunidad.
“La materia más difícil es Formación en Ambiente de Trabajo (FAT). Trabajamos como una fábrica. Con normas de seguridad”, explica Sofía. En esta asignatura, los alumnos realizan prácticas de los procesos productivos: trabajo en línea, variación de recetas y cálculos de costos, entre otras cosas. “Sofía ha realizado un proceso muy importante. Producimos como una industria, con normas de calidad; usamos guantes, barbijos”, detalla Ana Paula Viada, profesora de FAT.
Trabajo en equipo
Tiene seis hermanos. Su papá es albañil y su mamá, costurera. “Me llevo bien con mis compañeros. Me ayudaron a completar la carpeta, igual que el maestro integrador Pablo”, cuenta la joven. Su mamá lo confirma: “Sus compañeros deberían estar hoy acá, para la foto. La han ayudado muchísimo”, opina.
Pablo Saavedra, psicopedagogo y profesor integrador, trabajó con Sofía los últimos tres años. “La integración consistía en tener una comunicación fluida con los docentes y adaptar la mayoría de los contenidos. No había adecuaciones significativas, no había recortes de contenidos. Sofía se ha tenido que bancar asignaturas técnicas difíciles, como Microbiología, Química Biológica, Química Analítica, Biotecnología, Higiene y Seguridad Laboral”, dice. Y añade: “Hubo una integración de todos, Sofía puso lo suyo, pero también la escuela, los docentes y la madre, que ha estado permanentemente con ella”.
La directora agrega: “Rescato que todo se puede; es una cuestión de aceptar realidades tan duras en estos contextos. Hace 36 años que trabajo y mi lucha ha sido para que todos tengan la oportunidad de expresarse para conocer las voces calladas y a los que nunca son escuchados”.
Sofía admite que ha hecho un gran esfuerzo y cree que sus logros también han sido posibles porque sus padres confiaron en ella. “He sido tratada como un chico común”, enfatiza, siempre sonriente.
“No se han hecho diferencias. Es una forma de que se adapte a este mundo. Yo pensaba que iba a ser más difícil para nosotros, pero tener apoyo externo guiándonos y en contacto con todos los profesores ha sido muy positivo”, apunta la directora del Ipem.
Estimulación y crecimiento
Gabriela Sandoval comenzó a estimular a su hija desde los 40 días, en distintas instituciones. Apadim primero, y escuelas comunes, después.
“Las etapas fueron más difíciles para mí que para ella. Ella avanza, pero los miedos eran míos. Me preguntaba si iba a poder, aunque no se lo decía a ella. Cuando entró en quinto grado, me dio pánico, lloraba y decía que no la iba a mandar al secundario”, relata.
Pero cuando le avisaron que sería escolta de la Bandera de Córdoba en la escuela primaria Paulino Francés, decidió seguir adelante con la educación obligatoria.
“Las escuelas me abrieron las puertas en todo momento. Hicimos un buen triángulo: ‘profes’, preceptores y familia. Se ha llevado materias, le cuesta mucho Matemáticas. Este año le fue fácil. Para mí hay cosas que son nuevas, y ella me dice: ‘Esto significa tal cosa’”, narra la mamá.
Y sigue: “Hay que estimularlos desde pequeños, tratarlos como un niño más y ayudarlos, ver cuáles son sus inclinaciones. En la escuela se van a encontrar con un montón de cosas. Aprendí que si a Sofi le llamaban la atención, no debía enojarme. Se hace más fácil si uno tiene confianza en los profesionales. Y hay que promover la sociabilización para que los traten de igual a igual”.
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