Es sábado y, con la ayuda de voluntarios, toca hundir los dedos en la tierra, arrancar yuyos, apuntalar los brotes, cosechar alguna fruta y también, por qué no, cortar con prolijidad un poco de ciboulette fresco para llenar de aroma la salsa de los tallarines del mediodía, ideales y necesarios para recuperar energías y seguir trabajando por la tarde en la huerta del Hospital Municipal Emilio Ferreyra de Necochea, en la provincia de Buenos Aires.
El personal de cocina del centro de salud solo tiene que caminar unos pocos metros para proveerse en la huerta de verduras de hoja, hortalizas, frutas y hasta especias que nutrirán la dieta de los pacientes internados. Se trata de una producción 100% natural y con el valor agregado del aporte solidario de quienes dieron forma a Necochea Ciudad Frutal, un emprendimiento comprometido con la agroecología y, además, decidido a embellecer las calles de esta ciudad con árboles que produzcan frutos comestibles.
Juan García y Eugenia Podlesny se iniciaron en esta aventura que comenzó hace casi una década con un limonero que pretendían tener en el fondo de su casa y para el que ya no había suficiente lugar. Por eso pensaron en colocarlo en el frente de la vivienda, consultaron normativas en la municipalidad y se entusiasmaron con una idea que pudiera ser replicada por los distintos barrios.
Entonces, cuando daban los primeros pasos, la expectativa aumentó aún más porque estudios daban cuenta que esta localidad balnearia, tenía un déficit de 10.000 árboles en su casco urbano.
Siempre desde la autogestión, el grupo Necochea Ciudad Frutal avanzó con su propuesta. Uno puso un cerezo, otro un ciruelo, y así las veredas se nutrieron de especies. Hasta ahora, llevan plantados 500 árboles frutales en espacios públicos.
«La idea no es otra que comer fruta fresca por la calle, como se ha hecho en otros lugares del mundo», cuenta Podlesny, y cita en especial la experiencia «Incredible Edible» en Todmorden, Inglaterra, donde más de 80 espacios públicos de ese pueblo están reservados a huertas y plantaciones frutales de libre consumo para los vecinos. Además, Podlesny y García destacan que el proyecto colectiviza la necesidad individual de acceder y comer alimentos frescos y saludables, libres de agroquímicos.
Hasta ahora llevan plantado 500 árboles en esta ciudad costera Crédito: Mauro V. Rizzi
La primera huerta comunitaria nació hace ocho años en el Club Rivadavia, donde alguna vez había funcionado una cancha de pelota a paleta. Allí, en muy pocos metros cuadrados, el grupo desplegó un miniinvernadero. Los alumnos de escuelas de la zona iban de visita a aprender, o recibían en las aulas a estos emprendedores de la agroecología.
El acuerdo se terminó con un cambio de autoridades del club. El nuevo espacio que asomó fue en el predio del hospital municipal. Casi una hectárea llena de piedras, donde salían chispas cuando se intentaba enterrar una pala. Pero como en esta historia no hay imposibles, trabajaron e hicieron del lugar una parcela de tierra rica y generosa.
Higos, limones, ciruelas y kinotos asoman según la estación. La huerta perfuma con cebolla de verdeo, ciboulette, tomate, romero y decenas de otras especies. El ciruelo, por ejemplo, produce entre 100 y 120 kilos de fruta por año. El objetivo, con unos 70 nuevos brotes que crecen firmes y fuertes, es que el lugar se convierta en un bosque frutal. Ya sumaron 13 colaboradores voluntarios, y la mayoría de quienes hoy participan tienen menos de 19 años.
Compartir y multiplicar, de eso se trata. Por eso Podlesny y García gestaron además un punto de encuentro para intercambio de semillas. Se instalan frente a la Biblioteca Municipal, donde canjean sus semillas con las de otros vecinos. Unas 300 personas participan con el único compromiso que esa planta germine en otro punto de la ciudad.
Además del material se buscó sumar conocimiento. Por eso habilitaron lo que llaman una «biblioteca de semillas», donde se deja un registro escrito con recomendaciones para que esa especie que comparten eche raíces y crezca bien.
Desde Necochea Ciudad Frutal reconocen que el desafío no es fácil ni barato. La mano de obra está cubierta, pero hay que atender otros costos. Por eso, con lo que cosechan de los frutales, suelen producir mermeladas que luego venden en ferias.
La semilla del proyecto prendió y no solo en las veredas necochenses. El concepto también ganó espacio puertas adentro de las casas con un concurso de huertas domiciliarias. Un jurado recorre los patios para evaluar y determinar quién se queda con un modestísimo premio en dinero y, mucho más valorado, una planta para sembrar.
Para que la ciudad, poco a poco, avance en esa cultura del «sírvase usted mismo». Para que también deje ya de trascender fronteras por sus intensos vientos y se la conozca mucho más por sus calles plenas de árboles frutales y el cuidado del medioambiente.
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