La agitación que vivió Buenos Aires por sus victorias en Tucumán, San Lorenzo y Salta motivó al diputado Vicente López a componer una marcha patriótica que, el 11 de mayo de 1813, alcanzó el rango de «canción nacional» por decreto de la Asamblea General Constituyente. El poema constituyó imaginariamente a la nación como comunidad de pertenencia, identificación que contenía marcados rasgos militarizados, habida cuenta de la guerra que sostuvo su surgimiento.
Para dar el esfuerzo reclutador extraordinario que la Guerra de Independencia requería, la Junta de Gobierno ordenó, el 11 de septiembre de 1811, que «todos los ciudadanos nacerán soldados, y recibirán desde su infancia una educación conforme su destino». La orden fue convertida en programa y la marcha de la patria, «que debían entonar los jóvenes diaria y semanalmente», fue herramienta fundamental para que «ninguno viva entre nosotros sin estar resuelto a morir por la causa santa de la libertad», como dice el oficio dirigido al Cabildo, publicado el 24 de julio de 1812 en la Gazeta Ministerial del Gobierno de Buenos Aires.
Una composición impuesta por decreto, enseñada obligatoriamente en las escuelas e incluida en toda ceremonia podía resultar, de todos modos, totalmente impopular. Sin embargo, no ocurrió con la obra de López y Planes y Parera. Las diferentes crónicas testimonian la aceptación general del pueblo. Por ejemplo, José Díaz, que durante su infancia en 1814 y 1815, había integrado la Compañía de Fusileros del Colegio Franciscano de Varones de Mendoza y el Batallón General San Martín, en 1883, detalló a Bartolomé Mitre la experiencia cuando, el 25 de mayo de 1816, el pueblo cuyano festejó el día patrio:
«Nos formamos al costado de las infanterías veteranas; eran tres batallones número 7, 8 y 11 […] fuimos los oficiales de mi batallón a cantar el Himno Nacional en medio de la plaza, […] Lo primero que tocó la música fue la introducción, que es tan majestuosa y linda; el compositor de esta música fue inspirado por el mismo Dios. Entre esos oficiales se hallaban Valentín Corvalán, Indalecio Chenaut, Damian Huchón, Jorge Díaz, Eusebio Díaz y José Díaz. Cada uno de ellos pasó al frente, recitó una arenga y luego cantó una estrofa, alternados por todo el batallón, que coreaba el estribillo. Terminado el himno, el general palmoteó las manos con otro ¡viva la Patria!, mandó formar en columna y marchamos ¡que marcha tan entusiasta tocan las cajas! nos parecía que íbamos marchando con el General San Martín y el Ejército para Chile a dar libertad a los Chilenos y a los peruanos».
El país estaba en guerra y su marcha patriótica vehiculizó la necesidad bélica e identitaria del momento en pos de alcanzar una nación duradera. Esto mismo lo registró el viajero Henry Blackenridge, al detallar que los versos se cantaban «con tanto entusiasmo como lo habríamos hecho nosotros con nuestro Hail Columbia», y agregó:
«Este himno, […] es universalmente cantado en toda ocasión, en todas las provincias del Plata, tanto en los campamentos de Artigas, como en las calles de Buenos Aires; y es enseñado en las escuelas como parte esencial de la educación de la juventud. […] un día pregunté a un chico si iba a la escuela, “si señor, voy a la escuela”, Qué aprendes? “a escribir, contar y cantar a la patria”, contestó».
Así, en 1813, la marcha patriótica abandona las estructuras de pertenencia de la comunidad colonial y anuncia el nacimiento de una nación al justificar, legitimar y prestigiar los actos emancipadores. Diseña, asimismo, una nueva identidad que arropa intelectualmente a la nueva entidad que se forjaba en el ámbito político y militar. Su importancia radicó en la audacia del contenido: aun antes del Congreso reunido en Tucumán, preanunció la emancipación soberana de las Provincias Unidas del Río de la Plata, lo que sucedería efectivamente tres años más tarde. No solo anticipó la independencia, sino también la Constitución de 1853, porque proclamó la construcción de una nación soberana, basada en la libertad, igualdad y fraternidad como reglas de convivencia.