Álvaro González Romero-Domínguez, junto con su socia y pareja, la también diseñadora Simona Lacagnina, han creado un tapaboca inteligente capaz de autodesinfectarse, medir la calidad del aire y alertar de focos cercanos de coronavirus.
En primer lugar, quisieron desarrollar un producto inclusivo porque, recuerda González, «las personas con problemas auditivos están acostumbradas a leer los labios de los otros cuando hablan». Una pantalla transparente con sistema antivaho pretende acabar con esta barrera a la comunicación que, en realidad, se ha convertido en el día a día de gran parte de la población mundial. «Lo estamos viviendo en primera persona», explica González. «Una simple sonrisa queda escondida detrás de la mascarilla, no se transmite».
El elemento de la sostenibilidad viene dado por su carácter reutilizable, por un lado, y además utiliza filtros «antimicrobianos y bioactivos, es decir, que no son dañinos para el medio ambiente una vez que termine su ciclo de vida». La mascarilla es desmontable y cada uno de sus materiales es reciclable. «Al mismo tiempo», puntualiza el diseñador español, «los materiales son biomédicos, antialérgicos y certificados».
El elemento tecnológico consiste en la capacidad de la mascarilla de medir la calidad del aire, la contaminación y los focos de coronavirus activos a su alrededor, entre otras cosas. Pero la versión premium incluye unos micrófonos y una serie de algoritmos para medir la calidad de la respiración y la frecuencia cardíaca. «Esto ayudaría a la hora de prevenir enfermedades respiratorias y es especialmente bueno para personas con alergia, por ejemplo, o inmunodeficiencia», apunta González.
El proyecto se inició a través de un crowdfunding y serán estos mecenas iniciales los que reciban -probablemente en octubre- la primera tanda de 2.000 mascarillas. La versión premium tardará un mes más, calculan los diseñadores. «Se ha hecho tan viral esto que estamos casi sin dormir para que todo esté listo cuanto antes», dice González.
Según los creadores, el precio de la mascarilla inteligente estándar rondará los 90 euros, mientras que la joya de la corona subirá a los 250. La pregunta es cuántos entre los sectores más empobrecidos de la región latinoamericana podrán permitirse esta adquisición, o si los gobiernos podrían poner en marcha programas públicos para subvencionarla y proteger así a amplias capas de la población sin acceso por ejemplo al teletrabajo.
La primera oleada de los tapaboca inteligente llegará pues en poco más de dos meses a compradores de más de 65 países. Muchas de ellas aterrizarán en América Latina, que este mes de julio se ha convertido en el foco global de la pandemia. El español cuenta que han tenido numerosos mecenas de «prácticamente todos los países de Latinoamérica, sobre todo de México, Perú y Colombia».