El silencio absoluto luego del desastre de Lisboa, ese 8-2 del Bayern Múnich en los cuartos de final de la Champions League, fue la clásica calma que antecedió a la obvia tempestad. Lo imposible se hizo posible: Lionel Messi tomó la decisión de marcharse de Barcelona, el club al que llegó hace 20 años cuando apenas era un diamante en bruto que no sólo necesitaba el cobijo que no le podía ofrecer ningún club de la Argentina, sino que también un tratamiento médico para combatir sus problemas para crecer y así convertirse en la indiscutida estrella del fútbol mundial.
El argentino considera que su ciclo está terminado. Que hasta acá llegó. Que si el club quiere un borrón y cuenta nueva, habida cuenta de las últimas resoluciones, de la “limpieza” que viene a hacer el entrenador neerlandés Ronald Koeman y de las viejas cuentas pendientes, él ya tiene todo definido. No va más.
Messi sacó un as de la manga, una carta que casi nadie pensaba que podía jugar. Pidió hacer uso de la opción que figura desde hace años en su contrato para rescindirlo automáticamente y en forma unilateral al final de cada temporada.
Las versiones periodísticas que estallaron en la Argentina se tornaron en una realidad cuando el diario catalán Mundo Deportivo confirmó que en el Barça recibieron el burofax (una carta documento en versión correo electrónico) con el pedido para ejecutar esa cláusula que le abre la posibilidad de emigrar sin ningún tipo de costo económico.
Porque Messi tiene contrato vigente con el club catalán hasta el 30 de junio de 2021. Y su salida sólo podría ser posible mediante una cláusula de rescisión que alcanza los inalcanzables 700 millones de euros.
Pero Messi, como cuando escapa de sus marcadores cual Harry Houdini, vio una hendija legal y activó una válvula de escape. Esta cláusula vencía en principio el 31 de mayo, pero desde el entorno del futbolista consideran que el plazo inicial se modificó por la pandemia del coronavirus, dado que la competencia terminó mucho más tarde. De ese modo, Messi estaría a tiempo de ejecutarla el 31 de agosto. Aunque sabe que puede enfrentar un largo litigio judicial.
Apenas estalló la noticia, Clarín consultó a un hombre muy cercano al clan Messi. “Es cierto que no le será tan sencillo salir del club gratis, como pretende. Hoy (por el martes) esta 100 por ciento afuera del Barcelona. Pero… Todo puede cambiar de acuerdo a cómo se desarrollen ciertos acontecimientos”, explicaron desde el entorno del jugador.
Cuál es la traba que impediría a Messi alejarse ahora del Barcelona
“La cuestión legal. No es tan así como se está diciendo… El club no se lo va a hacer fácil y deberán afrontar una larga batalla judicial”, anticiparon.
El impacto, obviamente, se sintió de inmediato en los cimientos del Camp Nou y sus alrededores.
Los directivos de Barcelona, con el cuestionadísimo Josep María Bartomeu a la cabeza, a quien todos sindican como el malo de la película, trataron de salir rápido del shock, le dieron una respuesta de rechazo a su pedido de salida y hasta manifestaron, en un principio, el sueño de hacerlo cambiar de parecer.
Desde la institución blaugrana contestaron que la solicitud “no tiene sustancia legal” porque prescribió el 31 de mayo el período en el que Leo tenía la posibilidad de renunciar a la renovación de su contrato -que vence a mediados de 2021- y dejar el club como libre.
¿El argumento de Messi? Es atendible, aunque habrá que ver si en una batalla legal tiene peso: consideran que la fecha del 31 de mayo había sido fijada pensando en que sería una semana después de la final de la Champions League, postergada por el coronavirus. Y remarcan que el pedido de Leo fue tan solo dos días después de ese encuentro.
En medio de este intercambio, no es menor el hecho de que para cuando Leo debía comunicar su decisión al Barcelona ni siquiera se había definido la Liga española: hubiera sido muy difícil para él tomar una determinación con su equipo en carrera en las dos competiciones más importantes del año.
En el club catalán tenían una mínima luz de esperanza de poder encarrilar la situación y lograr que Messi se quedara, aunque ahora parece una utopía. En principio, aseguraban que no iban a escuchar ofertas por él y que la única salida posible sería pagando una cláusula de rescisión que luce imposible de abonar por un jugador de 33 años, por más que sea uno de los mejores de la historia del fútbol.
Sin embargo, con el correr de las horas y viendo que la postura del jugador luce inmodificable, las pocas filtraciones que salieron del Camp Nou -sitiado por unos doscientos fanáticos que no querían saber nada con la partida de su mejor futbolista de la historia- hablaban de que en Barcelona podrían dejar de lado la posición inflexible y abrirse a una negociación para facilitar su salida.
No sería por los famosos 700 millones de euros de la cláusula de rescisión ni por los 122 millones de la moneda comunitaria que manejan las últimas cotizaciones.
Desde Radio Catalunya, la misma que ventiló los detalles de la cumbre entre Messi y Koeman, advierten que el club que quiera al argentino deberá pagar una cifra similar a la que pagó PSG para hacerse con Neymar, 222 millones. Y ahí es en donde aparecen las billeteras fuertes, la de los equipos que, además, tienen el poder de fuego para pelear por la Champions League.
Porque el amor entre Messi y Barcelona no se agotó sólo por el desgaste con Bartomeu y la casi nula química con Koeman: Messi sabe que tiene 33 años y que le queda poco tiempo para volver ganar ese torneo que se le viene negando desde 2015. No quiere que su última imagen sea la de Roma, la de Liverpool o, la peor de todas, la del 8-2 en Lisboa.