Hasta 1930, nadie en el pueblo de Bariloche disfrutaba del deporte invernal por excelencia. Pero después del primer esquiador, el ejemplo cundió, se fundó una escuela y hasta se fabricaban tablas.
A pocos días del comienzo del invierno las miradas se dirigen a las alturas de las montañas con el ánimo de verlas con más nieve, sobre todo Catedral. Son ritos que se renuevan año tras año y de tan naturalizados que están, quizá sorprenda saber que la práctica del esquí tiene menos de 100 años en Bariloche y que al principio, las tablas no se deslizaban sobre el cerro que es sinónimo de deportes invernales, sino bastante más cerca del centro.
En “Crónica histórica del lago Nahuel Huapi” (Emecé – 1987), Juan Martín Biedma estableció que “esquiadores esporádicos hubo en Bariloche a comienzos del siglo (por el XX), pero quien introdujo este deporte fue el doctor Juan Javier Neumeyer”. De origen rosarino, “estudió medicina en Suiza y aprendió a esquiar en el Club Alpino de Zúrich. Al radicarse en Bariloche en 1930, lo primero que hizo, cuando comenzó a nevar, fue calzarse un par de esquíes que había traído en su equipaje.”
Neumeyer no tuvo demasiado tiempo para disfrutar de la nieve en soledad. “Inmediatamente tuvo imitadores, el inglés Reynaldo Knapp y Otto Meiling, quien interesó a un amigo suyo Heriberto Tutzauer. Este que era ebanista de profesión, comenzó a construirlos en el astillero de Holst Tienemann. Con Meiling edificó el primer refugio para esquiadores en el cerro Otto, en cuyas laderas, el 14 de agosto de 1932, se corrió a primera carrera de esquís”, es decir, casi 93 años atrás.
“Las palmas del primer campeón correspondieron a H. Tutzauer”, según la reconstrucción de Biedma. Como generalmente se sabe, “el primer profesor fue Otto Meiling que enseñaba con la técnica Telemark y steng-bogen y después de un rápido viaje a Austria, la técnica Arlberg. En sociedad con H. Tutzauer fundaron la primera fábrica de esquís de la Argentina”, impronta artesanal que industrialización primero y globalización después, hoy es casi inimaginable.
Con absoluta contracción a la actividad, Meiling “abrió la primera escuela de este deporte, en su refugio Berghof del cerro Otto y que bautizó con el nombre de Tronador. Los alumnos se alojaban en dos dormitorios, mejor dicho cuadras, uno para varones y otro para mujeres. Sobre largas tarimas, altas y bajas, se extendían las colchonetas. El régimen era sobrio, como correspondía a las ideas naturistas del director y a las dificultades de abastecimiento”, justificó el autor.
Aquellos albores se situaban lejísimos de la diversa y cotizada oferta gastronómica que hoy ofrece la base del Catedral. “Se basaba fundamentalmente en mate cocido, legumbres y frutas secas”. También eran otras las metodologías de enseñanza. “La didáctica del director y profesor era directa y contundente. Un oportuno palazo con el bastón de esquiador convencía rápidamente al alumno recalcitrante, que era conveniente tener las rodillas flojas en posición cuña”. Y a otra cosa…
El impulso de Nöbel
Más allá de aquellas primeras incursiones, “el gran impulso del esquí se produce en 1937 con la contratación de Hans Nöbel por la Dirección de Parques Nacionales. Esta repartición tenía como una de sus metas principales el fomento del turismo y éste dependía en gran parte del deporte”, supuso Biedma. “Objetivo postergado por urgencias más perentorias, pero al cual se volvió, apenas se contó con la infraestructura indispensable”.
Todavía “los deportes invernales tenían su sede en el cerro Otto por su proximidad al núcleo urbano, pero (se consideraba) inadecuado por su baja altura y por su exposición al viento del oeste. Se pensó entonces en el cerro Dormilón. Al efecto, se comisionó al ingeniero Julio Furth para que elaborara un proyecto de desarrollo. Fue entonces que Angélica Gainza Paz, condesa de Sangro, recomendó a Hans Nöbel, como organizador del esquí en la zona”, afirma el relato.
El alemán venía precedido de considerable fama. “Nöbel fue campeón mundial de este deporte y exitoso organizador del centro invernal de Sestriere, creado por el magnate italiano Angelli”. Por su parte, “la condesa era una gran esquiadora y andinista. Hizo de intermediaria para su venida a la Argentina que se produjo en el invierno de 1937”. Como se sabe, dos años después estalló la Segunda Guerra Mundial.
El experto “desechó el proyecto Dormilón, no por sus canchas sino por la distancia y la vía de acceso, solo lacustre”. En efecto, aun en el presente sólo se puede llegar al comienzo del sendero por vía acuática y después, hay tres o cuatro horas de caminata. “En cambio, recomendó el cerro Catedral por sus condiciones y su proximidad al ferrocarril y al núcleo urbano”. Entonces, “se comenzó con la limpieza de malezas”.
Más o menos al mismo tiempo, “atraídos por el prestigio de un profesional como Hans Nöbel, apareció un entusiasta grupo de deportistas, Lavallol, Jacourt, Estela Landívar, Angélica Gainza Paz, Josefina Gainza Paz de Sánchez Elía, Francisco Serantes, Francisco Nazar, Enid y Wilfredo Mellboom, entre otros”. Seguramente, portadores de tamaños apellidos no se iban a contentar con mate cocido y frutas secas…
“Un aspecto fundamental fue el poder contar con los medios de elevación indispensables. La licitación para el alambre carril la ganó la firma Cereti Fanfani de Milán. Las torres y las instalaciones de salida y llegada fueron adjudicada a la firma local Cristhian y Nielsen”. Pero “el estallido de la Segunda Guerra Mundial impidió la llegada de los suministros europeos y no hubo más remedio que esperar el fin del conflicto para concluir la obra”, apuntó Biedma.
Si bien en Europa las armas se silenciaron a mediados de 1945, el Catedral no detuvo su crecimiento como centro de deportes invernales. “Dentro del directorio de Parques Nacionales el gran animador fue Antonio Lynch, gran deportista, esquiador y escalador del cerro Tronador”, añadió el investigador. Ahora que se renuevan las miradas en dirección a las alturas, quizá no esté de más desempolvar páginas que aluden a la historia del esquí en Bariloche.
Fuente: El Cordillerano