La historia del Gandul empezó en 1991, cuando Gustavo Díaz Melogno convocó a jóvenes de Comodoro Rivadavia con una idea tan audaz como inspiradora: construir un barco propio para navegar por el mundo. Con apenas lo justo para comenzar, vendió su velero anterior y con ese dinero compró los materiales básicos para fabricar el casco. Fue el punto de partida de una epopeya patagónica.
Doce jóvenes respondieron al llamado y formaron parte de un proyecto colectivo sin recursos ni certezas, pero con una convicción inquebrantable. A pesar de no tener dinero ni patrocinadores, comenzaron a editar y vender una revista para financiar el barco y dar a conocer su sueño en la comunidad.
La Administración General de Puertos les cedió un galpón techado donde trabajaron durante más de un año, acompañados por técnicos que revisaban los planos del barco artesanal. Cada jornada de trabajo era también una apuesta por la posibilidad de hacer realidad un viaje inolvidable.
l 13 de diciembre de 1991 fue botado al mar el Gandul, nombre elegido para el catamarán que se transformó en símbolo de la voluntad comodorense. Ese día celebraron la botadura con una mezcla de orgullo, emoción y expectativa, sabiendo que lo más desafiante todavía estaba por comenzar.
El Gandul medía 10,50 metros de eslora, con una manga de 6,50 y un calado de un metro. Su motor tenía una fuerza de 35 HP, luego reemplazado por uno de 40, y estaba preparado para alojar con comodidad a diez personas en alta mar.
La primera gran aventura comenzó el 23 de febrero de 1992 cuando el velero partió desde la costanera de Comodoro rumbo al Puerto de Palos, España, donde se celebraba la Expo Sevilla 92. Allí se conmemoraban los 500 años del viaje de Cristóbal Colón y el Gandul se presentó junto a las réplicas de las carabelas originales.
La despedida fue inolvidable: la Ruta 3 casi cortada, el Cerro Chenque cubierto de autos y la playa desbordada de gente que se acercó a despedirlos. “No entendíamos lo que pasaba, nos abrazaban desconocidos, nos ponían dinero en los bolsillos, fue monumental”, recordaría años después el capitán.
Durante seis meses navegaron enfrentando dificultades técnicas, roturas y desafíos económicos. Cada escala exigía reparaciones, ajustes y creatividad para seguir adelante. “Cada parada era arreglar algo, nos convertimos en un equipo de rescate diario”, confesó Gustavo Díaz Melogno.
Finalmente llegaron a España, cumplieron el sueño y emprendieron el regreso en noviembre de ese mismo año, navegando por la costa de Brasil hasta volver al puerto comodorense el 24 de abril de 1993. La bienvenida fue tan masiva y emotiva como la despedida.
Durante los años siguientes el Gandul se dedicó a paseos turísticos y escuela de vela por la costa patagónica. El velero se convirtió en emblema de la navegación regional y en un espacio de formación para nuevas generaciones.
En 1998 una ballena franca austral golpeó el casco del Gandul mientras estaba amarrado en Puerto Madryn, provocando un semihundimiento. Fue rescatado gracias a buzos, navegantes y estudiantes de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
Luego de recuperarlo, la familia Díaz Melogno planeó una vuelta al mundo. Sin embargo, la crisis económica argentina de 2001 les impidió continuar con ese proyecto, obligándolos a tomar una decisión difícil: emigrar a España a bordo del catamarán.
Los primeros años en Europa fueron muy duros, con el barco casi abandonado por falta de dinero y tiempo. Recién entre 2007 y 2010 lograron restaurarlo con mucho esfuerzo y cariño. El Gandul volvió a navegar con una nueva vida y otro rumbo. En 2013, Gustavo Díaz Melogno y Begoña Filloy planificaron cruzar nuevamente el Atlántico como parte de una travesía más amplia. La vuelta al mundo volvía a parecer posible, pero el destino tenía otros planes para el velero patagónico.
Zarparon hacia el Caribe y el viaje transcurría según lo previsto, hasta que el 5 de mayo de 2015 una tormenta feroz los sorprendió en las cercanías de las Islas Azores. Las olas alcanzaban los 10 metros y rompieron el timón del barco, dejándolos sin control. Intentaron gobernar el barco manualmente, sin éxito. Entonces, pidieron ayuda por radio y un portacontenedores turco llamado “Cafer Dede” respondió al llamado de emergencia.
En la maniobra de rescate, el barco de gran calado golpeó al Gandul y lo destrozó. Los tripulantes fueron rescatados sanos y salvos al día siguiente, pero los restos del velero quedaron esparcidos en el océano Atlántico. «Fue una muerte digna, en el océano, que es su lugar natural», dijo conmovido Gustavo Díaz Melogno desde su actual catamarán en España. El Gandul no volvió a puerto, pero tampoco dejó de navegar en el corazón de quienes lo hicieron posible.
Con el tiempo, el grupo creador se volvió a reunir para recordar la aventura. Lo que empezó como una idea utópica se transformó en un símbolo de esfuerzo, comunidad y valentía.
“Fue un proceso profundamente humano, de aprendizaje colectivo, yo tenía 32 años y había chicos de 14”, recuerda Gustavo. “Lo que vivimos nos cambió para siempre, no solo como navegantes, sino como personas”. El Gandul no solo cruzó el océano: atravesó límites culturales, sociales y emocionales. Fue una nave que tejió vínculos, enseñanzas y convicciones en cada puerto y en cada ola.
La comunidad comodorense también se vio transformada por el proyecto. Ver partir y volver al Gandul despertó un sentido de pertenencia pocas veces tan visible en la ciudad. «Te das cuenta de que podés hacer lo que querés si tenés pasión», dijo su capitán. Esa certeza guió cada tramo del viaje y continúa inspirando a quienes conocen su historia. Información extraída de LA17.





