Un viajero en el tiempo podría encontrar pocos motivos de aventura en Comodoro Rivadavia: algunos problemas se repiten en forma cíclica y hay escasa diferencia si el tema se mira desde un punto de observación actual, o 5 años atrás o incluso un par de décadas antes. Si se piensa en la descarga de cloacas crudas a lo largo de toda la línea costera, con 50 millones de litros diarios a través de 24 puntos de descargas, por ejemplo, se verá que el drama se repite a lo largo de la historia y no hay muchas perspectivas de solución, tampoco, en el futuro cercano.
En la novela “22/11/63”, de Stephen King, el protagonista consigue viajar en el tiempo, por una extraña alquimia provocada por casualidad en un viejo bar dedicado a la venta de hamburguesas (que no pertenece a las cadenas globalizadas) y va hasta fines de los años 50, para intentar frenar lo que años después (el 22 de noviembre de 1963) será el conmocionante asesinato del presidente Kennedy. Al profesor Jake Epping, que así se llama el protagonista, le esperan no pocas aventuras en su intento por cambiar el curso de la historia.
Digamos que si el profe encontrara el mismo pórtico del tiempo en la urbe petrolera, el rey del suspenso no tendría muchos elementos para urdir una trama entretenida. Apenas si vería aquí que los mismos problemas se arrastran durante décadas (hasta la avenida que lleva el nombre de JFK ha vuelto a tener tramos de tierra, luego de que el temporal se llevara parte de su asfalto), e incluso se repiten en círculos que semejan un espejo burlesco para quienes siembran sus sueños y esfuerzos en esta generosa tierra.
Así podría decirse de la falta de agua (repetida desde los inicios) como de cualquier otro de los problemas de infraestructura que afectan a diario a la ciudad, para la que el presupuesto nacional 2019 no proyecta tampoco algunas de las soluciones que, por una cuestión de escala de las inversiones requeridas, dependen de la jurisdicción nacional.
Más de 2 millones de litros de cloaca por hora
La descarga de efluentes cloacales en la línea costera de la ciudad, sin ningún tipo de tratamiento previo, es una de las deudas ambientales que la ciudad ha acumulado a lo largo de la historia. Con un volumen aproximado de 50.000 metros cúbicos por día (es decir, 50 millones de litros), el promedio arroja más de 2 millones de litros por hora que se vierten directamente al mar o sobre las costas, algo que cada año en temporada estival limita las posibilidades de uso de playas por alto grado de contaminación bacteriológica.
Un proyecto impulsado durante la anterior gestión municipal, desde el área de Medio Ambiente local y a partir de financiamiento nacional y con participación del Consejo Federal de Inversiones, derivó en la elaboración de un plan director que contempla la elaboración de un sistema de tratamiento primario. El dispositivo contempla la unificación de todos los puntos de descarga en dos colectores, ubicados en zona norte y sur, para desde allí llevar los líquidos a través de un emisario marítimo, hasta un punto interno más allá de la línea de baja marea, para que el poder diluyente del mar contemple la tarea.
Antes de eso, los sólidos habrán sido separados mediante un sistema de rejas de distintas dimensiones, según el proyecto, lo que significa una importante disminución de la carga orgánica del líquido. Con ese tratamiento primario, según explica el licenciado Fabián Suárez, por entonces a cargo de la Subsecretaría de Ambiente del Municipio, el ingreso de líquidos al mar reduce notoriamente su impacto, según los estudios realizados en el año 2014, con participación también de investigadores de la Universidad Nacional de la Patagonia.
Para un tratamiento secundario, que implicaría el recupero de todo el líquido vertido y darle un tratamiento que permita su reúso para riego de alimentos o espacios verdes, los costos se elevarían mucho más y no podían asumirse en una primera etapa. Sí podría haberse aprovechado el líquido aprovechamiento en actividades petroleras, en procesos de recuperación secundaria, según explica el especialista.
Desafío quinquenal
Como sea, nada de esto tiene un viso de concreción. El año pasado en un documento interno del Ministerio del Interior de la Nación se había hecho mención al proyecto para tratar los efluentes cloacales de Comodoro Rivadavia, con la asignación de fondos por 900 millones de pesos. Así lo registramos en esta misma columna en septiembre de 2017, en un documento cuyo archivo lleva el sugestivo título de “Piripipí o planificación”.
Este año, con los recortes presupuestarios nacionales que ni siquiera dejan en pie los subsidios al transporte, es difícil ilusionarse con que algo de esto vaya a cambiar. No fue posible tampoco entre 2011 y 2015, nada hace pensar que el ambicioso proyecto, que quedó listo para ser licitado pero que tiene un costo similar al del camino de circunvalación (otro de los grandes “sellos de agua” locales), abandone el sueño de los justos en algún cómodo fichero de una poderosa PC (para no caer en la vieja metáfora de los cajones de escritorios).
Así las cosas, podríamos desafiar a ese aburrido profesor de historia, el tal Epping inventado por el autor de “It” y “El resplandor”, a que se aparezca aquí en 2023 (obviemos las elecciones 2019 y vamos directo a la otra final) y vea que los líquidos cloacales siguen volcándose al mar. Al menos podremos desquitarnos con alguien, mientras le gritáramos, con el mismo enojo con el que un automovilista insulta a otro que le ganó el estacionamiento: “in your face, Jake!”.
ADN Sur