Con 80 años cumplidos, la investigadora Margarita Salas insiste en la necesidad de aumentar la financiación de la ciencia y en que la mujer no se sienta acomplejada a la hora de ocupar cargos.
Gijón, 1958. Meses antes de ganar el Premio Nobel de Medicina por su trabajo sobre la síntesis del ácido ribonucleico, Severo Ochoa imparte una ponencia sobre el metabolismo de los ácidos grasos. Entre los asistentes, una alumna de tercer curso de Ciencias Químicas escucha su intervención sin perder detalle, como si ya supiera que su futuro profesional iba a estar indisolublemente ligado al de aquel científico. Tras la ponencia, intercambian algunas palabras y se despiden con el pacto de que, a su llegada a Nueva York, él le hará llegar un libro sobre Bioquímica, promesa que cumplió.
El diario El Mundo, dio a conocer que el recuerdo de aquella ponencia es uno de los que Margarita Salas (Canero, Asturias, 1938) atesora con mayor nitidez en su memoria. Tras haber sido recientemente galardonada con dos premios al Inventor Europeo 2019, en las categorías Logro de toda una vida y Premio Popular, la científica vuelve a participar en la programación de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), dirigiendo el curso de la Escuela de Biología Molecular Eladio Viñuela.
La línea de puntos que conecta su pasado con su presente abarca el más de medio siglo que ha transcurrido desde ese primer encuentro con Ochoa. Al año siguiente de producirse, Salas comenzó a estudiar Bioquímica. «Cuando acabé la carrera, le dije que me gustaría dedicarme a la investigación. Me recomendó hacer una tesis doctoral en Madrid, y que después hiciera con él en Nueva York una estancia posdoctoral. Eso fue lo que hice», relata la fundadora del primer grupo de investigación en genética molecular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
De los años de trabajo junto a él recuerda prácticamente todo: su rigor experimental, su entusiasmo por la investigación y, sobre todo, el trato de igual a igual que recibió de su mentor. «Trabajar con él significó aprender la biología molecular que luego pude desarrollar y enseñar en España. Cuando estuve en Nueva York, no sentí la menor discriminación por el hecho de ser mujer, algo que sí sentí en España. Mi director de tesis creía que las mujeres no valíamos para hacer investigación, pero Ochoa se comportaba conmigo como lo haría con cualquier persona, independientemente de si era hombre o mujer».
LA MUJER VALE IGUAL QUE UN HOMBRE PARA DIRIGIR
En este sentido, considera que, pese a que «hoy se valora a las mujeres que son capaces de hacer investigaciones tanto como a los hombres», todavía queda mucho camino por recorrer. «Creo que hemos avanzado muchísimo, pero todavía somos pocas las que hemos llegado a un puesto alto», lamenta. «Hace falta que sigamos adelante, pero las cosas llevan tiempo y hemos empezado tarde. Por eso es tan importante que no nos echemos para atrás, que a la hora de ocupar un puesto relevante no nos sintamos acomplejadas y que pensemos que valemos tanto como cualquier compañero hombre».
En su caso, sus intensos años de trabajo se vieron traducidos hace ya tiempo en el descubrimiento de la ADN polimerasa, una proteína cuyas propiedades para amplificar el ADN permiten que este hallazgo sea de gran utilidad en aspectos como análisis genéticos, forenses o, incluso, arqueológicos. «Cuando volvimos de EEUU, mi marido y yo decidimos trabajar sobre un virus bacteriano, el phi29. Es un virus pequeño que infecta bacterias y que estaba muy poco estudiado», recuerda. Estas características hacían de él un modelo adecuado para iniciar la investigación en España. «Descubrimos que, cuando el virus infecta la bacteria, produce una serie de proteínas», explica. «Esta ADN polimerasa puede amplificar el ADN, hacer de cantidades muy pequeñas millones de copias. Si en el escenario de un crimen hay ADN pero en muy poca cantidad, se puede amplificar millones de veces y así poder analizarlo», pone de ejemplo.
Cabe recordar que la patente de este mismo descubrimiento es la que más dinero ha reportado al CSIC. Una cifra que, según Salas, supera los seis millones de euros. «En los años que estuvo en vigor la patente, el 50% de todas las royalties que recibía el CSIC procedían de ella», añade Salas, que a sus 80 años sigue frecuentando el laboratorio a diario. «No puedo vivir sin la investigación», asegura.
Con la vista puesta en el futuro, ve en el estudio del cerebro «una asignatura pendiente que ya se está estudiando activamente» como próximo reto para el campo de la investigación, y recuerda que el de la financiación es otro desafío que lleva consigo aparejado. «En España, tenemos una investigación de muy buena calidad, pero nos falta cantidad. Hay muy poca financiación. De hecho, estamos a la cola de la UE», lamenta. «Esto también provoca que muchos jóvenes no puedan salir adelante y que tengan que irse fuera. Eso está bien cuando es una opción, no una necesidad».