La abuela Ernestina Magdalena Meister nació el 17 de julio de 1920 en Laufen (en la región de Alta Baviera, cerca de la frontera con Austria), donde estuvo hasta los 7 años al cuidado de su abuela. Desde hace 10 años vive en el valle de El Hoyo, acompañada de su hijo Sebastián Bach, su nuera Adriana de la Penna y los nietos Michaela y Georg Sebastián.
Hace pocos días festejó sus 100 años “y vamos por otro siglo más”, bromea con un humor que contagia. En el jardín de invierno de su cabaña disfruta de sus plantas y de largas horas de lectura. Allí fue desgranando sus recuerdos: “Vine en un viaje en barco que duró un mes, encargada por mis padres a una señora que fue a Munich. Todavía veo a mi abuela despidiéndome en la estación, no la volví a ver y es una imagen muy dolorosa que me quedó para toda la vida. El recorrido en tren hasta el puerto de Hamburgo fue largo, más de 500 km”.
“Mis padres me esperaron en Buenos Aires y fuimos a Tres Arroyos –agrega-, donde había una colonia con gente de toda Europa. Mi papá (Luis Meister) era ingeniero botánico y diseñó los parques de distintas estancias de Entre Ríos, pero mi mamá no aguantó el clima y nos volvimos. Entonces, papá fue director de Paseos Públicos en la municipalidad durante 32 años, donde proyectó todas las plazas de la ciudad, además de los jardines de varias estancias de la provincia de Buenos Aires. Todavía tengo algunos planos, que ahora ya pertenecen a mi nieto”.
De sus memorias de juventud, se acuerda que “los sábados iba a bailar -acompañada lógicamente por papá y mamá-, al salón de la Sociedad Germana, donde todas las señoritas tenían la obligación de cambiar de bailarín a cada pieza. Los hombres tomaban cerveza, mientras que las chicas pedíamos un refresco que se llamaba Bilz, que era muy rico. Éramos una colonia muy alegre, unidos con dinamarqueses, holandeses, franceses, italianos e ingleses”.
“En esas fiestas –evoca- conocí a mi esposo Sebastian Bach y nos casamos cuando yo tuve 21 años. Él fue uno de los promotores del lúpulo en el país. Trabajó para la compañía cervecera Quilmes, que ordenó ensayos en Sierra de la Ventana para el caso de una guerra, ya que debían importarlo desde Alemania o Checoslovaquia. Mi marido levantó en esa zona lupulares de 100 hectáreas. La producción anduvo muy bien pero los costos no resultaron, ya que salía más barato comprarlo afuera del país. Quién iba a pensar que terminé viviendo en la cuna del lúpulo argentino, en un largo viaje desde los Alpes hasta los Andes del sur”, se ríe.
Desde su óptica, El Hoyo “es un buen lugar para vivir, tiene una temperatura muy agradable y no hace tanto calor en verano, aunque este invierno es medio crudo”, puntualiza.
Hasta los 90
“Manejé mi auto hasta los 90 años, sacaba mi carné y andaba tranquilamente por el pueblo. Tengo los dos ojos operados, así que veo muy bien”, asegura. Con todo, reconoce que “el cuerpo envejece, algunos achaques se notan y ya no tengo fuerza física. Sin embargo, la mente por suerte me acompaña con total lucidez. Me levanto muy temprano porque duermo poco, así que aprovecho las noches para leer, la última novela que terminé se llama ‘La catedral del mar’. Una lástima que no se pueda ir a Bariloche por la pandemia, porque allí dejé muchos libros”, se lamenta.
También valora que “mis nietos nacieron en Alemania cuando yo tenía 80 años y hoy me acompañan mucho. Nunca creí poder verlos a esta edad, aunque Dios me dio esa suerte y los estoy disfrutando mucho. La nena va a cumplir 20 años este mes y el varón ya tiene 18”.
Letra gótica
De todas maneras, la abuela Ernestina Meister recalca que “soy más de ciudad que de campo. En Alemania fui a un colegio de monjas a los cuatro años. Fueron muy buenas profesoras, allí hice primero y segundo grado. Llegué a Argentina en octubre, así que me mandaron dos meses a un colegio particular para aprender el idioma castellano y el cambio de escritura, porque allá escribíamos en letra gótica. En marzo siguiente, pude calzar en tercer grado”.
Viajes
Tras valorar que “en la vida cumplí todos mis metas”, resalta que “una de mis mayores satisfacciones fue poder viajar mucho. Después que falleció mi marido, en el año 1986, me dediqué a salir del país. He ido al menos 30 veces a Alemania y en mi pueblo de Laufen me quedaba en la casa de una tía con la que me crié y un hermano. Además, tuve una muy buena amiga y recorrimos toda Europa, fueron paseos muy lindos”.