Una carrera hípica marcó el fin de la organización delictiva de “El Gordo” Gerónimo y “El Diablo” Velarde. Los investigadores usaron un caballo que hasta se dio el lujo de vencer al animal de uno de los narcotraficantes.
“El Diablo” esperaba paciente en el monte salteño los kilos de cocaína que caerían del cielo durante la hora más oscura de la madrugada. Sergio Velarde no llevaba ese apodo porque sí. “Es realmente maldito, si tiene que enterrar a alguien vivo, lo hace”, lo describen alguno de los detectives que lo atraparon en 2016 mientras controlaba los “bombardeos”.
Ese es el término que utiliza el narcotráfico para denominar la modalidad en la que se arrojan cargamentos de droga sobre campos desolados y bajo el amparo de la noche. Y “El Diablo”, también conocido como “Tonto”, era el encargado de asegurarse que todo saliera bien en tierra.
Su socio, Mauricio “El Gordo” Gerónimo, un concejal de Salvador Mazza, lideraba la organización con un rol de lobbista: había conseguido asegurar la conexión con Wilson “Chichín” Balderrama Maldonado, un próspero empresario y dueño de una de las fábricas de cocaína más importantes de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.
Velarde, en el territorio, elegía cuidadosamente las fincas en las que descenderían las aeronaves. Debían estar ubicadas en zonas rurales, estar alejadas y ser de difícil acceso.