Este emprendedor transformó la forma de manejar el ganado en Nueva Zelanda y se expandió a Estados Unidos. Su empresa, Halter, ya controla más de medio millón de vacas.
Unos 100 diminutos puntos amarillos se mueven dentro de un triángulo en la pantalla del celular de Craig Piggott. Cada punto representa una vaca de la granja lechera de su familia, ubicada en la zona rural de Waikato, en Nueva Zelanda. Todas llevan un collar inteligente inalámbrico de plástico negro, grueso, parecido a un cinturón con hebilla y panel solar. De pie, cerca del alambrado, Piggott mantiene presionado un botón en la pantalla de su teléfono. Enseguida, las vacas levantan la cabeza y avanzan lentamente por el campo hacia un sector con pasto fresco.
La escena, de apariencia bucólica, forma parte de un video de demostración de Halter, la empresa que Piggott fundó hace nueve años y cuya sede está en Auckland. El objetivo es mostrar cómo es posible entrenar y guiar al ganado mediante su sistema de cercado virtual. Los collares funcionan a través de vibraciones y sonidos, y permiten a los productores, mediante la app, dirigir a las vacas hacia nuevas parcelas de pastura y mantenerlas dentro de los límites deseados.
El director ejecutivo, de 31 años, explicó por videollamada a Forbes Asia , desde San Francisco, donde vive su principal inversor de capital de riesgo, que su tecnología permite ahorrar entre 20 y 40 horas de trabajo por semana. «Nuestro principal logro es llevar la categoría a un punto en el que ni se te ocurriría gestionar una granja o rancho sin algún tipo de cercado virtual», aseguró.
Piggott, exalumno de la lista Forbes 30 Under 30 Asia de 2021, se propuso ayudar a los productores a aprovechar al máximo cada kilómetro cuadrado de sus tierras. Halter es una de las compañías que más creció dentro del incipiente mercado de las cercas virtuales. Sus collares ya se utilizan en 1300 establecimientos lecheros y de cría vacuna en Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos, donde gestionan unas 650.000 vacas, con un total de 809.300 kilómetros de cercas virtuales instaladas. Nueva Zelanda, donde hay más vacas que personas, representa más de tres cuartas partes de la cartera de clientes.
«Creemos que aumentar la productividad de la superficie terrestre mundial es uno de los problemas más importantes e impactantes que debemos resolver».
La compañía concentra ahora sus esfuerzos en Estados Unidos, uno de los principales productores de carne y lácteos a nivel global. Desde que abrió una oficina en Colorado el año pasado, más de 200 productores estadounidenses en 22 estados adoptaron la tecnología de Halter para cercar virtualmente más de 39.400 kilómetros. En su hoja de ruta para los próximos tres a cinco años aparecen otros destinos: Reino Unido, Irlanda, Argentina y Brasil. «La agricultura cubre la mitad de la superficie terrestre habitable del mundo», dice Piggott. «Creemos que aumentar la productividad de la superficie terrestre mundial es uno de los problemas más importantes e impactantes que debemos resolver», agrega.
Los inversores piensan lo mismo. En junio, Halter reunió US$ 100 millones, con una valoración de US$ 1.000 millones, en una ronda de inversión de serie D liderada por la firma de capital de riesgo BOND, con sede en San Francisco. Así, la compañía se convirtió en uno de los pocos unicornios de Nueva Zelanda.
«Vivimos en un mundo en el que la cabeza da vueltas por la gran cantidad de empresas de IA que buscan cualquier oportunidad de software horizontal», señaló Daegwon Chae, socio general de BOND —la firma también invirtió en Canva, OpenAI y Revolut—. «Pero la agricultura y la ganadería son, en realidad, uno de esos mercados gigantescos que esperan la innovación», precisó.
En un mercado global de tecnología agrícola que, según la consultora BCG, con sede en Boston, podría alcanzar los US$ 62.000 millones en 2030, Chae cree que Halter tiene una ventaja frente a sus competidores. «Si Halter es como un Tesla, algunas de estas cercas virtuales existentes son como buggies diésel de los años 50», sostuvo, y agregó que su software y su app «parecen nativos para la próxima generación de ganaderos con un gran dominio de la tecnología móvil».
Piggott creció en la granja lechera de sus padres, ubicada en las afueras de Matamata, un pueblo muy transitado que los fanáticos de El Señor de los Anillos reconocen como uno de los escenarios del rodaje. Conoce bien la presión constante que enfrentan los productores. Sus padres arrancaban la jornada a las 4 de la mañana y trabajaban más de 100 horas por semana. Además del desgaste físico, los desafíos económicos son múltiples: escasez persistente de mano de obra, altos costos de insumos y exigencias regulatorias cada vez más complejas.
«En retrospectiva, la agricultura fue una excelente preparación para dirigir una startup», asegura Piggott. «Trabajás muchas horas, siete días a la semana, y no siempre tenés el control, como cuando hay mal clima o si tenés una vaca enferma. Creo que eso te da un nivel de resiliencia y de determinación», completa.
Poco después de recibirse como ingeniero mecánico en la Universidad de Auckland, en 2016, Piggott consiguió trabajo en la planta de Rocket Lab, en la misma ciudad. Por entonces, la compañía aeroespacial neozelandesa daba sus primeros pasos tras instalarse en California, y todavía faltaba más de un año para concretar su primer lanzamiento orbital exitoso. Piggott, que recién empezaba su carrera, ya se destacaba entre los llamados «emprendedores» de la empresa, con una marcada habilidad para resolver problemas, según contó Peter Beck, fundador y CEO de Rocket Lab.
«Craig era una de esas personas para quienes era bastante obvio que, si se dedicaba a algo, iba a tener éxito», aseguró Beck. Menos de un año después de haberse sumado a la compañía, Piggott renunció para lanzar Halter junto con un amigo de la universidad —que más tarde dejó la empresa—. Convenció a Beck para sumarse como inversor ángel y mentor, y también atrajo a otros como Stephen Tindall, fundador de la cadena de tiendas neozelandesa The Warehouse Group, y la firma local de capital de riesgo Icehouse Ventures. «No soy un experto en ganado. Conozco la parte final de la producción, pero nada más. Pero Craig fue muy capaz de articular una gran oportunidad», dijo Beck.
Piggott trabajó codo a codo con varios productores para perfeccionar su idea inicial de collares con GPS. El primer gran desafío fue diseñar un panel solar que pudiera integrarse en la pulsera. Después, lograr que no se rompiera. Al notar que los collares debían resistir un uso diario intenso, él y su equipo eligieron un tipo de vidrio a prueba de balas. Pasaron su primer invierno rediseñando la batería para asegurarse de que mantuviera la carga incluso en los días con poca luz solar. Información extraída de Forbes Argentina.




