Mar del Plata, el principal puerto pesquero del país, se resiente por el aumento de la captura de langostinos en las provincias de Santa Cruz y Chubut; preocupación de los fresqueros y procesadores por la caída de la actividad en tierra y la reducción de puestos laborales.
MAR DEL PLATA. La industria pesquera nacional colecciona claroscuros singulares. El año pasado el sector fue dueño de uno de los brotes verdes que se pudieron exhibir como sinónimo de prosperidad y crecimiento.
Las exportaciones bordearon los 2 mil millones de dólares. En el país del fútbol y el asado, en 2017 los productos del mar superaron en 600 millones de dólares las ventas de lomo y bife de chorizo.
Los brotes fueron regados por el langostino y el calamar. Los dos recursos inclinaron los números favorables para que las exportaciones crecieran un 6,9% en volumen y un 16,4% en valor en relación al 2016.
Pero los números de la estadística oficial explican una parte del fenómeno. La otra cara de la moneda tiene a Mar del Plata entre las sombras con una reducción de los desembarques de pescado fresco que paralizan el ritmo laboral en tierra.
La ciudad sigue siendo el principal puerto pesquero del país con el 57% de las descargas, ocupa unos 17 mil puestos de trabajo y en toda la cadena productiva intervienen alrededor de 140 empresas, unas 80 cooperativas y más de 500 embarcaciones. La fuerte caída en el nivel de actividad pone en jaque a toda la estructura.
«La industria del procesamiento del pescado fresco en sus distintas especies, pero especialmente la merluza hubbsi, está en un fuerte retroceso desde el año 2014», reconoce Diego García Luchetti, presidente de la Cámara de Armadores de Buques Fresqueros.
No hay una sola causa que explique el fenómeno: «Falta de rentabilidad por los elevados costos de producción, alta conflictividad en el sector de fileteado, juicios laborales. Todo esto ha llevado a una constante desinversión», dice el dirigente.
El modelo que fomenta la Subsecretaría de Pesca hasta el momento tiene claros ganadores: la merluza que no pescan los fresqueros ocupados en el langostino regresa a la administración para alimentar un fondo de reasignación establecido por la ley federal de pesca. En 2017 se devolvieron 33 mil toneladas. En aquel momento, cuando se conoció ese dato, el secretario general del Sindicato Marítimo de Pescadores (Simape), Pablo Trueba, denunció que los barcos congeladores se quedaron con más de la mitad.
Esta flota no está en crisis, sino todo lo contrario. En 2010 declaraban desembarques de merluza del efectivo sur, el más importante de la pesquería, por 85.267 toneladas. En 2014 fueron 94.538 toneladas y el año pasado algo más de 120 mil. Incluso más que la fresquera, que aportó 108 mil toneladas.
Cristina Ledesma, secretaria General del Sindicato Obrero de la Industria del Pescado (SOIP), sentencia que «parece evidente que la Argentina carece de una política pesquera capaz de defender los puestos de trabajo en tierra».
«Si la hubiera, mantendrían algún incentivo al filet procesado en las fábricas del puerto o se lo quitarían al procesado en las fábricas flotantes, que va al mismo mercado brasileño que el fresco», añade, y dice que, además, las fileteadoras automáticas de las congeladoras entregan un producto sin espinas.
También destaca que ambos productos tenían el mismo reintegro, a pesar de que el coeficiente de conversión de pescado que tienen los congeladores -la relación de pescado entero que captura el buque con el producto terminado- arroja niveles de rendimiento que ni el mejor filetero de tierra puede conseguir.
Crisis laboral
Estas desventajas frente al modelo congelador explican la mudanza de los fresqueros a la pesca de langostino y la reducción del pescado fresco en los muelles del puerto. Fernando Mellino, presidente de la Cámara de Frigoríficos Exportadores de la Pesca (Cafrexport), señala que «en las últimas semanas apenas quedaron unos 25 barcos para alimentar los turnos de trabajo de más de 5 mil obreros».
El pescado es insuficiente y las consecuencias se sienten en las calles del puerto donde han cerrado varios establecimientos: «Frigorífico Poletti», «Loba Pesquera», «Inser», casi media docena de fasoneras que cortaban pescado para terceros. La que no bajó la persiana, redujo personal. Ya van casi 600 en los últimos 30 meses.
En este escenario, el modelo fresquero parece estar agotado y hasta empresas líderes como Giorno (Grupo Valastro) se han desprendido de su flota al fresco y también reducen sin pausa su plantilla de personal efectivo. «La elaboración de filets tiene hoy una rentabilidad negativa», asegura Fernando Rivera, presidente de la Cámara de Industrias Pesqueras Argentinas (Caipa).
Capturas, exportaciones y esfuerzo pesquero
En tanto, el langostino es el Messi de la pesca nacional. Su salvador. El año pasado se exportaron 184.607 toneladas del marisco, que generaron 1222 millones de dólares. Un recurso que históricamente representaba el 25% de las exportaciones ictícolas, en 2017 representó el 61%.
Los desembarques que hace una década atrás llegaron a las 47 mil toneladas, el año pasado alcanzaron más de 230 mil toneladas y sus ventas al exterior llegaron a las 185 mil toneladas. Mucho del resto llegó en camiones a Brasil. «De contrabando», señalan desde el sector, ya que el vecino país no autoriza importaciones del marisco.
La sobreabundancia del recurso aún no tiene una explicación certera por parte de los científicos del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep), aunque desde el «Programa Crustáceos» han advertido el riesgo que corre la especie ante el crecimiento sostenido del esfuerzo pesquero. Hay más barcos, con más potencia, sobre un recurso que no es infinito.
El que más polémica despertó al sumarse a la faena fue el «José Américo», un congelador que la empresa Moscuzza mandó a construir en astillero Armón, Vigo, España. Pero, según indican algunos fresqueros, el buque no cumple con la reformulación aprobada a fines de diciembre del 2015 en el que recibió 2600 toneladas de langostino de un barco que pescaba calamar.
Los buques tangoneros tampoco cumplen con las resoluciones 1113/88, 153/2002 y 7/2008 que regulan el tipo de flota que puede acceder a la pesquería y fija límites de eslora y potencia del motor. Mide 47 metros de eslora máxima total, cuando el límite es 39,90 metros y tiene una potencia superior a los 1600 HP. Nada de eso importó y el buque hoy opera sin ninguna restricción.
El último en quedar habilitado fue un moderno fresquero doble cubierta construido en el astillero Federico Contessi. El «Acrux» reemplaza al «Judith I», un barco inactivo hace casi una década, el cual tenía un permiso «irrestricto» aunque nunca había pescado langostino.
Ante al crecimiento del esfuerzo pesquero el langostino responde con mayor abundancia. Por esa abundancia y el corrimiento de flota, hay una merma no solo en las capturas de merluza fresca sino también de variado costero.
Los envíos de pescado congelado, dominados por merluza hubbsi y especies del variado costero (corvina, pescadilla, lenguado y rayas) exportados el año pasado, registraron una merma significativa del 16,3% en volumen y un 9,7% en valor. Esos números explican, en parte, la crisis laboral que atraviesa la industria en Mar del Plata, las primeras sombras que se esparcen por la principal actividad económica de la ciudad.
Mar del Plata sigue dominando en la torta de desembarques, aunque esa porción es cada vez más chica. En el primer semestre de 2018, la estadística oficial de la Subsecretaría de Pesca marca que las descargas generales en todos los puertos marítimos descendieron un 8%.
En Mar del Plata la merma trepó al 15% y se explica por el descenso de merluza, tanto del efectivo sur como del norte, el más próximo al puerto, y que la flota no descuenta del régimen de cuota individual.
Barcos congeladores. Son aquellos que capturan y procesan el pescado a bordo, por lo que son llamados fábricas flotantes
A su vez, el 12 de agosto venció el decreto 639 que había firmado el presidente Mauricio Macri hace un año para mejorar los reintegros a la exportación de merluza y variado costero que aportaba la flota fresquera, una señal enviada para atemperar exclusivamente los efectos de la crisis en Mar del Plata. «Vamos a tratar de prorrogarlos, pero está muy difícil», reconoció Juan Manuel Bosch, subsecretario de Pesca. No solo no se renovó, sino que a las pocas horas llegó el anuncio de la erosión del 66% a todos los reintegros.
Si los mejores reintegros no alcanzaron para convencer a los armadores de quedarse en Mar del Plata para pescar merluza y no buscar langostino en la Patagonia, la situación actual no es alentadora. En los últimos cuatro años una larga lista de barcos costeros y fresqueros se mudaron de puerto de manera definitiva.
En abril se fueron otros 60 buques a pescar langostino y regresan en noviembre. ¿Por qué? La razón radica en costos: un armador de un barco de dos mil cajones ahorra nueve mil litros de combustible en una marea corta de langostino desde Bahía Camarones, Chubut, en lugar que desde Mar del Plata. Con buen tiempo, puede hacer hasta ocho mareas al mes.
Lo que queda en el Puerto de Mar del Plata no alcanza para alimentar un circuito que necesita pescado fresco casi como el oxígeno. «Estamos trabajando un 60% menos de lo que lo hacemos cuando todos los barcos están», expresa Mellino.
Sin el beneficio del decreto 639 los industriales dicen que pierden casi 100 dólares por cada tonelada de merluza que exportan a Brasil.
Mientras tanto, al sur de la Avenida Juan B. Justo, queda toda una cadena productiva cuyos eslabones mayoritarios lucen inactivos, con miles de puestos de trabajo a la deriva. Los cambios en la industria se hacen sentir.
La industria se transforma y desvanece una postal histórica.
Con sus lanchas artesanales color naranja, la banquina chica del puerto forma parte de los lugares característicos que regala Mar del Plata a los turistas que la visitan. Hace dos décadas atrás flotaban más de 80 embarcaciones. Ahora no llegan a 20.
El fenómeno que desvanece la postal también tiene que ver con la pesca de langostino. Muchos armadores han utilizado el permiso de pesca irrestricto de las lanchas artesanales, autorizados a pescar todas las especies, para reformular otro proyecto pesquero de un barco más grande e ingresar a la pesquería del marisco.
Como lo único que tiene valor es el permiso, como cáscaras de nuez vacías e inservibles, los cascos de madera de las embarcaciones se amontonan a un costado de la banquina, como testigos privilegiados de los cambios profundos que se viven en la pesca.
A fines del siglo pasado se contaban más de 80 lanchas «de rada o ría descubiertas», de menos de 13 metros de eslora, como dice el permiso de pesca nacional y la estratificación de flota que determina la Prefectura Naval Argentina.
«Siempre Sara Madre», «Tte Cnel Romeo Aralde», «Mi lucha», «La Pascuala», «Nueva Angela Madre», «Nueva Nuncia Conti», «La Julia», «Don Nino», «San Juan José», «Siempre Graciosa», «Cristo Rey», «Nueva Augusta», «Siempre Maria Madre», «Due Fratelli», «Siempre Libertad», «Alba II» y «Príncipe Azul», son las últimas de un grupo que tiñó de colores vivos el espejo interior del puerto. Las que todavía les escapan a los mencionados cambios.
En estos meses han pescado cornalitos, besugos, lenguados, pescadillas y ahora corvina desde el Río Salado en la Bahía de Samborombón. Siempre y cuando no sople viento fuerte o haya mal tiempo, que les impida abandonar la orilla.
La flota artesanal ha sido declarada en Emergencia Pesquera por falta de recursos disponibles, pero no ayudó en mucho. «Solo podemos ausentarnos 24 horas del puerto y tenemos un radio de acción de 15 millas. Así nos condenan a desaparecer», aseguró Luis Ignoto, presidente de la Sociedad de Patrones Pescadores, la entidad que las agrupa, a metros de una banquina que está al borde del naufragio.
Por: Roberto Garrone para Diario La Nación