El clásico futbolero de la capital provincial está cada día más violento. Ahora se contagiaron los jugadores que hicieron un escandaloso espectáculo en medio del partido. Hubo seis expulsados. La llave para acceder a la final quedó abierta para dentro de siete días. Salinas y Paris fueron los goleadores.
Dos goles, uno por bando, la vigencia de algunos, el notable esfuerzo de otros, la expulsión de seis jugadores y una igualdad con sabor a poco, fue el saldo final de una de las semifinales del torneo doméstico de fútbol entre Germinal y Defensores de la Ribera en una reedición del clásico capitalino, que no quiso quedar ajeno a las escenas de violencia del fútbol profesionalizado argentino y que no terminó en una batahola de casualidad.
El partido, cerrado y parejo y en varios pasajes chatos, pudo haber finalizado con el pálido resultado final; sin embargo lo más destacable (y mal) fue el escándalo que protagonizaron varios jugadores de ambos planteles que no sólo se trompearon en el medio del rectángulo de juego (generando la violencia de adentro para afuera), sino que el juego no se suspendió porque Ángel Díaz no quiso.
Ayer, el árbitro del encuentro que estuvo correcto en las expulsiones lo pudo haber suspendido y absolutamente nadie le podría haber reprochado nada. Sin embargo, consideró que las condiciones de seguridad estaban dadas y prosiguió con el encuentro, que, por supuesto, se había desnaturalizado casi por completo. Los últimos 15 minutos en una cancha para 11 se disputó un cotejo de fútbol 8, que con los espacios existentes y el cansancio físico y mental, estuvo cerca de lo paupérrimo. Los anteriores 75 tampoco fue un desecho de virtudes, pero mantuvo el suspenso sobre un eventual ganador; hecho que no sucedió y más allá de los reclamos de alguno de los bandos, la igualdad estuvo bien.
Es que mientras el equipo de Mario Williams estuvo mejor parado en el campo de juego y en el trato con el balón, los locales fueron más punzantes en el área rival; a tal punto que tuvieron las mejores chances de gol. Una magistral tapada de Oro ante un mano a mano con Linares y un tiro libre de Sosa que pegó en el travesaño y en la línea que le pudo dar los tres puntos a Germinal, pero los partidos se ganan con goles y no por merecimientos y el juego terminó en tablas ante un “Canario” que también tuvo un disparo en el techo del arco de Matías López.
Comenzó mejor La Ribera, manejando la pelota y los espacios, sólo el talento y la ubicuidad de Macarof y los desbordes de Acevedo emparejaban las cosas. No obstante ello, en la primera llegada en serio de los dirigidos por Pérez Álvarez, Damián Salinas –y tras un centro de Acevedo- se anticipa a todos y con un cabezazo abrió el marcador. La visita no se amilanó y fue en busca de la igualdad a riesgo de las contras generada por el espigado delantero germinalista que obligó –en la segunda mitad- al reemplazo de González en un acierto de Mario Williams, quién tuvo que mover el banco de ayer más por necesidad que por cuestiones tácticas.
Empero, una gran jugada individual de Matías Canario (el mejor de camiseta amarilla), protestada por la grey germinalista que adujo falta del delantero en el inicio de la jugada, derivó en un penal que Damián Paris lo cambió por gol. Para colmo de males, al “Verdiblanco” se le complicó aun más cuando Flavio Chacano le rompió el tabique a Ibáñez, decretando su expulsión inmediata.
Curiosamente, la segunda mitad se vio al local más ambicioso. Con el viento a su favor y la categoría de los centrales Flamenco y Dencor y el volante Macarof, se adelantó en su campo y comenzó a presionar a la extrema defensa visitante que respondió bien ante los embates. Hubo dos chances claras (indicadas previamente) no concretadas para el “Verde” que, a su favor, vio como defensores de la Ribera se queda con 10 también tras doble amonestación de Brúscoli.
Pero todo se descontroló. La tardanza del marcador de punta, el apuro desmesurado y las pulsaciones a mil, derivó en un cóctel explosivo que en minutos se cristalizó en una batahola entre los jugadores con la ida a los vestuarios de dos más por conjunto. El ingreso de los auxiliares y suplentes, combates mano a mano y pie a pie de los jugadores, algunas piedras que volaron cuya autoría corresponde a algún que otro imbécil, hizo temer que el juego se suspendía no solo por la violencia que existía, sino por la tensión que se respiraba.
Afortunadamente la cordura privó sobre la estupidez y el cotejo prosiguió. Las aguas –aunque un poco turbias- se bajaron y el juego, ya desnaturalizado volvió. Ya no fueron 11 contra 11, sino tres menos por equipo. Ya las piernas no respondieron por más que se ordenaban desde arriba y el empate fue cosa juzgada.
Jornada