Los encantos que ofrece la Patagonia argentina no siempre están a simple vista. Debajo del agua también hay un gran mundo para explorar. De hecho, el buceo es una actividad cada vez más elegida dentro del amplio menú aventurero de San Carlos de Bariloche y sus alrededores, con una buena variedad de lugares para animarse a la experiencia del bautismo lacustre.
Según distintos prestadores turísticos, la actividad subacuática se posicionó en los últimos cinco años como una de las de mayor crecimiento en la zona cordillerana, con demanda, tanto de aficionados como de expertos, durante todo el año. Y es que una diferencia con el buceo en el mar reside justamente en que no importa tanto el estado del clima en los lagos. Por la claridad de sus aguas, es posible hacer inmersiones los 365 días del año, con viento, lluvia y hasta nieve.
La vida acuática
La temperatura del agua, gracias a los trajes hoy disponibles, no es un impedimento para quien desea explorar desde antiguos naufragios hasta viejos árboles sumergidos junto a la rica fauna marina patagónica. En verano, por supuesto, el agua es más cálida y amigable para hacer una primera experiencia. Pero también en invierno y hasta días de nevadas los bautismos se llevan adelante. Simplemente es necesario recurrir a trajes húmedos con más capas de protección o directamente trajes secos en los que no ingresa el agua. Además, accesorios de protección para manos, pies y cabeza ayudan al superar el primer contacto con el agua.
En Bariloche, la agencia Ardilla Buceo es la única prestadora habilitada para las inmersiones. Desde el Emprotur (el ente de promoción turística local), confirman que el buceo «en los últimos años se convirtió en una actividad con mayor demanda que años anteriores; los turistas se sorprenden ante la novedad de que se pueda practicar en aguas más frías que las habituales». Junto a la navegación a vela y el mountain bike, el buceo es «una oferta de turismo activo con buena aceptación sobre todo en el público joven de verano».
Para vivir la experiencia de buceo sólo es necesario estar dispuesto, gozar de buena salud y tener más de siete años. Más allá de eso, no existe otro impedimento. Se trata de un programa adaptado para todos aquellos que quieran explorar las profundidades de un mundo que claramente se mueve a otro ritmo y propone al recién iniciado tomar con calma el nuevo paisaje. Se respira lento, los movimientos deben ser tranquilos y la idea es simplemente entregarse a disfrutar de las maravillosas vistas subacuáticas, que nada tienen que envidiarle al paisaje cordillerano que también se aprecia fuera del agua.
Para saber de qué se trata La Nación vivió la experiencia junto al equipo de Ardilla Buceo, un emprendimiento familiar que tiene su sede a orillas del lago Moreno, en el tradicional Circuito Chico. Una bandera roja indica la llegada a destino, justo sobre el puente que separa al lago Moreno en este y oeste, en el camino que conduce a Colonia Suiza. Allí empieza esta aventura, que, pese a que hace casi diez años resido en la ciudad y que suelo disfrutar del agua en verano, hasta ahora nunca había probado.
Ardilla Buceo debe su nombre al más experimentado de la familia: Ricardo Prono, más conocido en la ciudad y el ambiente como Ardilla, buzo desde hace 40 años y con más de 18 trabajando en los lagos de la región. A él se suman su hijo Fausto, que será mi instructor en el bautismo, y su mujer, María Victoria, la encargada de todas las gestiones previas.
Al llegar a destino y con la ansiedad ante lo nuevo, lo primero que me informan es que Fausto está en el agua con otro grupo y que apenas termine podré comenzar con mi bautismo. El paso previo es cambiarse y colocarse el traje de neopreno para ingresar al agua. Acostumbrada a este tipo de trajes para nadar en los lagos, esta parte es fácil aunque para quienes nunca lo usaron las maniobras pueden costar un poco y hasta resultar algo incómodo, de tan ajustado al cuerpo. El secreto es ponerse dos bolsas de nylon en los pies y las manos para que el traje suba con mayor comodidad.
En pleno verano, como el agua del lago está entre 15 y 18 grados aproximadamente se usa un traje húmedo de neopreno que si bien permite el ingreso de agua, rápidamente se calienta con el calor del cuerpo. Consta de dos piezas de 7 milímetros cada una, por lo que de caderas a hombros la protección es doble. A eso se suman unas botitas también de neopreno y goma que ayudan a caminar en las playas con muchas piedras.
En la cabañita donde se hacen los cambios de traje, tres turistas paraguayos terminan de hacer la experiencia. José Cuenca, junto a sus hijos Natalia y Marcelo, llegaron desde Asunción para disfrutar una semana en Bariloche, con la idea de probar un bautismo de buceo.
«Fue increíble, me dieron ganas de ir más al fondo, cuesta respirar al principio pero después nos acostumbramos», dice Natalia con una sonrisa. José asegura que fue un objetivo cumplido. «Vinimos a Bariloche con esta idea de bucear y lo logramos».
Lenguaje de señas
El instructor me espera en la carpa ubicada sobre la playa donde está el resto del equipo para la inmersión. Allí me explica todo lo que usaremos: el chaleco compensador donde se coloca el tubo de oxígeno con el regulador y la boquilla para respirar, un cinturón con lastre que ayuda al descenso en el agua, las aletas para propulsarse y una máscara que tapa nariz y ojos para ver con absoluta claridad las bellezas de la Patagonia subacuática. Hasta ese momento solo tengo puesto el traje y, al colocarme el contrapeso, todo parece sencillo y sin mayores dificultades.
«La duración del bautismos varía según la persona. Algunos están más y otros menos tiempo, el tanque permite hasta una hora con una profundidad no mayor a los 10 metros, que es lo recomendado para una primera inmersión», explica Ardilla. En el agua, no obstante, el tiempo parece detenerse y los minutos se estiran bastante más.
En la charla previa, el instructor enseña también cuáles son las señas con las que nos comunicaremos bajo del agua. El dedo índice y el dedo gordo juntos, formando un círculo indican que todo está perfecto. Pulgar hacia abajo, vamos un poco más profundo; dedo gordo hacia arriba, para salir del agua. Fausto advierte un tip fundamental: «Si se tapan o duelen los oídos por la presión, hay que apretar la nariz y tratar de sacar el aire por los oídos».
Más allá de la ansiedad por estar cuanto antes en el agua, presto mucha atención a cada detalle ya que algunos conocidos que vivieron la experiencia me aconsejaron tomarme el primer bautismo con calma y seguir los pasos indicados. «La respiración es lo más importante, la nariz va a estar tapada con la máscara, y la respiración será sólo por la boca», precisa Fausto haciendo una demostración.
Al fin llega la hora del agua. El instructor ayuda con el chaleco y las patas de rana. «Para poder ver y que no se empañe las mascarilla debajo del agua escupila bien», dice Fausto con una sonrisa. «Parece un poco asqueroso pero es el mejor secreto».
Me pide que ponga la cara en el agua y tome sus manos, para probar la respiración. Luego, lo mismo. pero totalmente acostada en el agua y agarrada de sus tobillos. Con unos minutos de entrenamiento, corrobora que todo va bien y comienza el descenso a un ritmo que obliga a relajarse y disfrutar.
El ritmo de la respiración
Atrás quedarán los ruidos a los que estamos acostumbrados y las montañas que rodean al lago con el imponente hotel Llao Llao de fondo. El silencio es casi absoluto, sólo se escucha la respiración propia.
Hacia abajo, la vista es interminable, luego del paredón de piedras que desciende sólo se ve oscuridad por la gran profundidad. Hacia arriba se aprecia el oleaje, que si bien al principio es bastante intenso por el viento, debajo del agua no se siente en absoluto pero ofrece una panorámica increíble.
El instructor en todo momento acompaña de cerca. Me toma de la mano, consulta constantemente si todo va bien con las nuevas señas aprendidas. Respondo con el OK de la instrucción. Luego Fausto me confesará que ellos se dan cuenta de cómo las personas se sienten simplemente por el ritmo de la respiración.
Hacemos algunas fotos y seguimos explorando el fondo. Al principio, voy agarrada de las piedras para desplazarme.
«Hay muchas cosas para ver, es muy difícil que a alguien no le guste la actividad aunque es lógico que algunos al principio tengan miedo por la máscara y el hecho de tener que respirar por una boquilla. Pero una vez que pasan la ansiedad de la primera parte, pueden bucear con comodidad», me dirá después Ardilla, que en verano coordina un promedio de 25 bautismos diarios.
La misma agencia ofrece bautismos en el lago Moreno, locación ideal por las aguas cálidas, la buena visibilidad y la posibilidad de, en escasos metros, encontrar rocas llamativas en todo tipo colores y formas, enormes troncos de la flora local, distintos tipos de algas, paredones que dan continuidad a la montaña bajo del agua y la fauna de la región que va desde cangrejos hasta mejillones negros, langostas y truchas.
«Bariloche ya está en el itinerario de cualquier buceador, prácticamente no hay nadie que tenga su carnet y no venga a bucear acá», dice Ardilla. A diferencia de otros destinos de buceo, la ciudad ofrece la posibilidad de venir en familia y que el resto del grupo aproveche otras excursiones, la gastronomía y otras actividades de aventura, como cabalgatas, rafting y esquí, en invierno.
En mi caso luego de una rápida adaptación pude disfrutar de unos 20 minutos bajo del agua, que es lo que aproximadamente duran los bautismos. Al salir me di cuenta de todo el peso que había cargado ese tiempo casi sin darme cuenta. Entre el lastre y el chaleco con el equipo, el instructor me explica que son entre 20 y 30 kilos extra, que dificultan un poco la caminata final fuera del agua.
Con la adrenalina de lo vivido, la estabilización del cuerpo al salir demora algunos minutos antes de retomar el ritmo y acostumbrarme otra vez a los sonidos terrestres, mientras pienso en la próxima inmersión.
La Nación