Treinta y siete años después, todo le pareció igual. Los lugares donde se abastecían de agua, donde encendían fuego, donde estaban las letrinas. El sonido del viento, las gotas de lluvia. Solo faltaban sus compañeros. Lautaro Jiménez Corbalán los proyectó ahí en ese escenario quebrado, pedregoso, de matas verdes y amarillas. A su lado, Marc Townsend le contaba que desde el Monte Kent tenían una muy buena perspectiva de todas las alturas y defensas alrededor de Puerto Argentino. También le señaló el lugar exacto donde un inglés había caído aquella noche y donde ellos colocaron una pequeña cruz y unas flores.
Ya en la cresta del Monte Harriet comentaron cómo en aquellos años subían y bajaban como si nada un trayecto que ahora les costaba. Observaron el campo de batalla: la ladera norte donde se enfrentaron la noche del 8 al 9 de junio de 1982. De un lado, el subteniente en comisión Lautaro Jiménez Corbalán, al frente de la 3° sección de la compañía B del Regimiento de Infantería 4. Del otro, el teniente Marc Townsend, a cargo de la 1° sección, de la compañía K del Comando 42 de Royal Marines. Ahí mismo, en ese enfrentamiento durante la Guerra de Malvinas, intentaron matarse. Ahora los une una amistad de una década. Ese destino que Borges hubiese querido para Juan López y John Ward.
El primer contacto fue un correo electrónico de Lautaro en 2008: necesitaba escribirle a quien había comandado aquel ataque. Hubo una respuesta. Una visita a Buenos Aires. Un viaje a Suiza. Y ahora el regreso de ambos al punto de partida con la intención de cerrar una etapa.
«Pese a que cada uno mantiene sus creencias políticas, armamos una amistad. Él sufrió tantas privaciones como yo, pero del otro lado. Hay respeto y también coincidencias: parece contradictorio pero a los militares no nos gusta la guerra, porque en el fondo la guerra es el fracaso de la condición humana y los que van a pelearla son los soldados, no los políticos», dice Jiménez Corbalán.
Bautismo de fuego
Aún persisten en el terreno las posiciones y algunos pertrechos entre las piedras. Vainas de proyectiles le evocan a Lautaro aquel combate, su bautismo de fuego –con solo 19 años– y el de la sección. En sus palabras: «El momento donde confirmás si estás preparado para sobrellevarlo, o si sucumbís en el intento. El momento en que atravesás un umbral y jamás volvés a ser el mismo».
Aquella noche, a las 22.30, no lloviznaba y casi no soplaba el viento. La seguridad estaba a cargo del sargento Donato Solís y cuatro soldados, entre ellos, el radioperador y estafeta Alberto Teodoro Flores. Jiménez Corbalán intentaba dormir cuando Teodoro le informó que Solís preguntaba si era posible que los hombres que observaba hacia el valle fueran comandos argentinos que volvían a sus líneas. «De ser así, nos hubiesen informado», dijo Jiménez Corbalán. Entonces le ordenó que volviera a su posición y abrieran fuego.
El combate estalló a 50 metros. Él descargó varias rondas de disparos. Cuando intentaba el segundo cambio de cargador -no tiene registro del primero– se agachó en el pozo y observó a Teodoro con la radio en la mano mirándolo y esperando órdenes. Ahí tomó conciencia de que no era un tirador más: era el jefe de la sección. Dio órdenes para dirigir el caos. A su lado, el cabo Nicolás Odorcic tiraba con un mortero de 60 mm. Hipólito González, con granadas de fusil. Las municiones iban y venían como fuegos artificiales y los morteros de la sección de apoyo de su compañía iluminaban el área. Los británicos no lograban avanzar.
Con las baterías de la radio agotadas y sin recambio, Teodoro llevó corriendo un parte hasta el puesto de comando del teniente primero Carlos Arroyo, en el sector oeste del monte, para que les enviara refuerzos y poder encarar un pequeño contraataque. Así, los ingleses empezaron a replegarse. Quince minutos más tarde ya no quedaba nadie en la zona: los habían rechazado. Pero el cabo de reserva Hipólito González y el soldado Martiniano Gómez habían muerto en combate. El sargento Donato Solís y el soldado Antonio Funes estaban heridos.
«Las situaciones críticas y extremas durante los combates son los momentos que más nos marcaron. Nuestros muertos, 27 de todo el regimiento, seis de mi sección, fueron lo más duro de sobrellevar durante la guerra y principalmente en la posguerra. Es algo que jamás se olvida», dice.
Visita a los caídos
Más allá de los encuentros con Townsend, Jiménez Corbalán viajó hasta las Islas Malvinas con los veteranos Rubén Cucciara, Pablo Oliva, Miguel Mosquera, Manuel Larroza y Alberto Teodoro Flores. Viajar con Flores tuvo un significado especial para él. Junto a Carlos Antonio Salvatierra -que no pudo viajar– lo rescataron y llevaron a un puesto de socorro tras quedar tendido por accionar una trampa explosiva. El grupo pudo cumplir el principal objetivo que se plantearon: visitar a sus camaradas caídos en el cementerio de Darwin. «Llorar a mis soldados en Darwin es cerrar una etapa. Sentí como que nos miraban cuando estuvimos ahí», dice.
Lautaro Jiménez Corbalán nació en Corrientes un 10 de junio de 1962, día de la reafirmación de los derechos soberanos sobre las Islas Malvinas, Islas del Atlántico Sur y el Sector Antártico. Algo que él mismo considera un presagio. Finalizada la guerra, regresó al continente en el buque británico Camberra como prisionero de guerra. Ya tenía en mente escribir sobre lo vivido ahí. Dos décadas después, llegó a sus manos un libro inglés que relataba gran parte del conflicto. Uno de sus autores se definía como historiador del Regimiento de Infantería 4, su unidad de combate. Eso impulsó aquella idea: hoy tiene tres libros publicados. Malvinas en Primera Línea, el primero, cuenta con seis ediciones.
Cuando investigó para su libro, lo primero que Lautaro quiso saber era qué tipo de tropas los habían atacado. A qué unidad pertenecían y quién era su jefe. Ahí escuchó, por primera vez, el nombre de Marc Townsend. No le resultó fácil escribir ese primer correo en 2008. Lo asaltaban sensaciones extrañas. Le estaba enviando un mensaje a quien había sido su enemigo. Tampoco lograba imaginar cuál sería su reacción al leerlo. Entonces, en un texto escueto, le explicó que la comunicación entre ambos no influiría en las posturas políticas que cada uno podría tener con respecto a las islas.
Townsend había servido en los Royal Marines hasta 1987, cuando se mudó al Sudeste Asiático, aunque cada cinco años volvía a Inglaterra para reunirse con sus camaradas de armas. Su vida había tomado otro rumbo y los recuerdos de la guerra no eran algo prioritario. «Recibir ese correo me trasladó en el tiempo, despertando mi interés acerca de quién era ese joven oficial que se enfrentó a mí y ahora me estaba escribiendo. Un oficial bien entrenado, que combatió con gallardía junto a sus hombres», cuenta Townsend.
En los primeros mensajes, Lautaro se enfocó en preguntarle si consideraba correctos los mapas que él había dibujado para su primer libro. El intercambio se volvió más frecuente y personal. Compartieron fotos, y un día Marc le dijo que quería viajar a la Argentina con su hija para conocerlo.
Un bolso lleno de recuerdos
Así, en 2017, se conocieron en persona. Se saludaron con mucho respeto. Marc cargaba un bolso lleno de recuerdos de la guerra y un mapa que desplegó sobre la mesa y les ayudó a explayarse. Compartieron comidas en familia y paseos por Buenos Aires. Eso sí: evitaron hablar de la situación actual de las islas. Al año siguiente fueron los Jiménez Corbalán los que viajaron a Suiza, donde Marc tiene una casa. Fue allá donde Lautaro le comentó que a principios de este año habría una carrera en las islas y le propuso correrla juntos: la idea le encantó.
La corrieron el domingo 24 de este mes. Al equipo lo llamaron Chimichurri por la mezcla que representaba: Marc Townsend, Marcelo De Bernardis, corredor histórico de la carrera y coordinador de su viaje, Jiménez Corbalán y su esposa, Graciela Brunazzo (que en 1982 escribió una carta al Soldado Desconocido» y que él recibió dentro de una ración de combate, momentos antes de su bautismo de fuego en el monte Harriet). En otra de las actividades en la isla volvieron a enfrentarse en unas partidas de ajedrez organizadas por el ingeniero Mario Petrucci, presidente de la Federación Argentina de Ajedrez y del Círculo de Ajedrez de Villa Martelli.
Recorrer el lugar exacto donde libraron el combate le permitió a Marc Townsend tener una dimensión real de lo ocurrido. Le resultó increíble estar junto a la misma roca que le dio resguardo en aquel enfrentamiento. En su viaje anterior, en 2012, no había podido reconocer el lugar porque esa tarde había poca visibilidad. «Ahora, gracias a lo que Lautaro me mostró de sus propias posiciones, no me caben dudas de que esa era la roca desde donde combatimos. Fue movilizador ver el lugar donde la sección de Lautaro disponía de un refugio bien cubierto por las rocas donde descansar y hacer fuego sin ser detectados. Es fascinante volver juntos y que cada uno le cuente al otro acerca de su gente y poder encontrar materiales utilizados por los soldados en la guerra», cuenta Marc.
Cada uno se ubicó en la posición desde donde se enfrentaron. Entre risas, simularon dispararse. Y se acercaron de nuevo el uno al otro: ahí mismo, donde 37 años atrás intentaron matarse, ahora intercambiaron sus boinas.