En el año 2014, el periodista Miguel Machesich publicó una entrevista en un semanario rawsense, donde el viejo marinero, esos de las poesías y cuentos, le contó su vida.
La entrevista fue titulada «Juan Iglesias: el dueño de los secretos de Puerto Rawson».
Hoy, y para que nuestras comunidades conozcan la vida de un pescador, marinero, embarcado, transcribimos parte de la historia de este querido vecino rawsense, que en el año 1951 llegó a Rawson y participó de las mejores épocas del trabajo pesquero.
Un tal Antonio García fue la persona que lo acercó al mar al invitarlo a embarcarse para venir a hacer la temporada de pesca en la Patagonia en 1951. «Este hombre siempre hablaba del Chubut y acá vine y me quedé. Al principio me embarqué a trabajar en el barco de Alberto Olanda», aseguraba.
En aquel tiempo «no había nada en el puerto de Rawson. Sólo miles y miles de avutardas. Y hasta las ovejas y corderos de los campos cercanos llegaban al muelle», contó Juan en aquella entrevista.
«No había electricidad ni agua potable. Nos iluminábamos con faroles Petromax y los primeros doce palos que se colocaron para que llegara la luz los pagué yo. Eran los tiempos del gobernador Jorge Galina. El agua llegaba en camión pero el agua del río estaba limpio y cristalino y la usábamos en una tina para lavarnos», contaba.
Una lancha que estuvo tirada un montón de años en Patagones luego de un accidente en el mar atrajo su atención y la de su amigo Luis Bastida a mediados de la década del ’50. Era la San Juan Cayetana, que con el paso de los años donó al zoológico de Rawson. Tras su rescate y traslado a Rawson, Juan Iglesias hizo los trabajos de carpintería y calafateado. Hacia 1959 ya estaba lista pero faltaba lo principal, el motor: «Y decidimos encarar al gobernador de entonces, Jorge Galina, quien nos brindó apoyo». Con el mismo Luis Bastida compartieron también un camión con motor Perkins inglés pero «al final yo me quedé con la lancha (la primera propia) y Luis con el camión».
EL MAR
Una parte sustancial del relato de Juan Iglesias está en la historia del Pica I, del que siempre fue el patrón: «En el año 1962 comencé a trabajar con el Pica I», un barco con una calidad de origen desde su misma construcción y con el que navegué durante años», contó en esa entrevista.
Allí vivió todos las alternativas propias de una actividad en alta mar como marejadas, vientos fuertes, tormentas y desperfectos imprevistos como el que lo obligó, alguna vez, a regresar sin timón y con solamente a impulso de la vela durante toda una noche desde la zona de Camarones.
«El 99 por ciento de los accidentes en el mar son por fallas humanas», advirtió.
«Los marineros de antes no existen más. Los cajones de madera pesaban 20 kilogramos. Le poníamos 30 más con el pescado y hacíamos 50. Y había que subirlos al muelle y después al camión», señalaba al repasar la esforzada metodología del trabajo cotidiano de los marineros, además de destacar la fidelidad y permanencia de la misma gente en los barcos durante muchos años.