Tenía seis años y una carrera prometedora como investigador criminal. Fue quien dio con el rastro principal del crimen de Marito Salto, asesinado en Santiago del Estero hace tres años, en un ritual a San La Muerte. También participó en la búsqueda de Santiago Maldonado. En estos años investigó y resolvió más de 20 crímenes: fue quien encontró a Araceli Fulles, 25 días después de que la asesinaran y la ocultaran en bajo una construcción en la casa del principal acusado del homicidio. Y quien halló a Micaela Ortega, una niña de 12 años víctima de grooming y quien aportó las principales pruebas que permitieron condenar al asesino, publica el diario La Nación.
Se llamaba Alcón (sin H) y era un ovejero sable, nacido en Alemania, que trabajó durante cuatro años con Marcos Herrero, adiestrador de la policía de Río Negro, asesor de la Brigada K-9 de los bomberos de Punta Alta. Murió el sábado último, pese a los intentos que hicieron los veterinarios y cuidadores por salvarlo.
«Estamos todos muy tristes. Alcón fue un gran compañero y un investigador incansable», detalló Herrero. Desde hace más de 20 años, el hombre viene trabajando el aporte canino en la investigación criminal y en los últimos siete años, se especializó en odorología forense: una técnica que permite ubicar el rastro de personas, y sus recorridos, a partir de la huella de olor que dejan.
Se trabaja a partir de una prenda de la persona que se está buscando. Se la aísla, se la envuelve en aluminio y se la somete a calor para que desprenda el cóctel bacteriológico que es un rastro único de cada persona. Eso es lo que huelen los perros adiestrados y comienzan a buscar hasta dar con una pista.
Esta técnica, que si bien no está certificada aún en el país, es una herramienta de la que se valen con mucha frecuencia los investigadores judiciales de todo el país. Y que ha dado buenos resultados en el hallazgo de pistas clave. «Porque a los perros no se los puede engañar», explica Herrero. Otra característica es que la huella odorífica perdura a lo largo del tiempo. «Hemos hallado los restos de personas desaparecidas hasta seis años atrás. Esto, porque ese coctel bacteriológico de la huella odorífica se impregna en otros seres vivos como plantas y materiales orgánicos y puede permanecer allí de forma indefinida», explica.
La muerte de Alcón significa una gran pérdida. Llegó a la brigada canina cuando tenía dos años. Un amigo de Herrero lo había traído de Alemania y había comenzado a entrenarlo, pero después, por temas familiares, no pudo continuar. Alcón pertenecía a una raza de perros que tienen una gran predisposición genética al rastreo de pistas. Ya en su familia existieron varios investigadores y su hija, Roger, de tres años, ya está haciendo sus primeras pesquisas.
Herrero cuenta que lo desconcertó la muerte del Alcón, que era muy joven aún, aunque ya hacía casi dos años que atravesaba problemas de salud. «Cuando hicimos el rastrillaje en Santiago del Estero por el caso Marito, se descompuso. Empezó a deshidratarse y a vomitar. Lo hidratamos y lo hicimos descansar. Y unos días después siguió trabajando. Aportó pruebas que para la Justicia fueron clave y fueron la principal pista del caso: el ritual satánico. Alcón, junto con Duke, (el otro perro) dieron vuelta el caso», explica Herrero.
Mientras que Duke identificaba los desplazamientos y los trayectos en los que había estado el chico asesinado, y las personas en contacto con él, Alcón fue quien marcó las pistas dentro de las viviendas: una serie de escritos en los que se detallaban cómo había sido el sacrificio, desperdigados en las casas de los 13 procesados del caso. Finalmente condujeron a los investigadores a la casa de Miguel Jimenez, el mandamás de Quimilí, en cuya casa se encontraron fotos y ropas de Marito, junto a una escultura de tamaño humano de San La Muerte. Jimenez y su esposa hoy son los principales acusados, como autores intelectuales del crimen, aunque todavía falta el autor material.
Las últimas pistas que encontraron Alcón y Duke no eran de la época del asesinato, sino más recientes. Allí, uno de los manuscritos hablaba de que iban a llegar «perros enviados por Dios», por eso a Alcón en el pueblo lo empezaron a llamar «el perro de Dios».
El perro de Dios
«Uno no cree en esas cosas. En que la brujería puede tener algún poder. Pero lo cierto es que después de ese viaje, la salud de Alcón nunca se recuperó», dice Herrero. Cuando volvieron a Viedma, el perro dejó de caminar. Le hicieron diferentes estudios médicos, sin encontrar la causa, hasta que después de recibir vitaminas, volvió a moverse. Pero las recaídas eran frecuentes. Vomitaba, no se mantenía en pie. Unos días más tarde se recuperaba y después desmejoraba. «Hace unos meses empezó a consumirse. Parecía un perro abandonado. Pero los veterinarios no encontraron la causa», dice Marcos.
El último operativo en el que participó fue en Buenos Aires, en un allanamiento en la casa de la pareja de Dionicia López, una mujer peruana que desapareció en enero de 2018, en Acuña de Figueroa y Corrientes. Alcón investigó un rastro el 4 de septiembre, pero los resultados todavía están bajo secreto judicial. Después, volvió a Río Negro, en un vuelo especial porque su salud se había debilitado otra vez. El sábado pasado, después de llorar toda la tarde, murió acurrucado en los brazos de Herrero. «Se fue mi mejor amigo y compañero de trabajo», dice.