Robert Evans, uno de los más exitosos productores de Hollywood de los últimos cincuenta años, murió a los 89 años el pasado fin de semana en Los Ángeles. Un actor mediocre, seductor empedernido y agudo creador de fenómenos cinematográficos, la vida de Evans fue durante décadas sinónimo de la industria del cine y símbolo del sueño americano. Una leyenda que él mismo se ocupó de alimentar con su autobiografía, The Kid Stays in the Picture, que luego fue adaptada en un fascinante documental de 2002 en el que Evans desplegaba el considerable carisma. El mismo que lo llevó a presidir los estudios Paramount en el pico de su popularidad.
Productor de películas como Barrio Chino, El bebé de Rosemary, Maratón de la muerte y El padrino, entre muchas otras, Evans pasó de ser un actor apuesto pero poco dúctil a uno de los hombres más poderosos del cine y responsable de la realización de algunos de los films más importantes de las décadas del 60 y 70 en Hollywood. Sus éxitos en la pantalla lo hicieron tan famoso como sus peleas con Francis Ford Coppola durante la filmación de El padrino y sus enredos amorosos que incluyeron un matrimonio -se casó siete veces-, con Ali MacGraw, protagonista de uno de sus producciones más taquilleras, Love Story. Una relación que se transformó en obsesión para los Estados Unidos cuando la actriz lo dejó por Steve McQueen durante el rodaje de la película La fuga.
Nacido en Nueva York como Robert Shapera, Evans trabajó en más de 300 radioteatros e hizo ocasionales apariciones en TV durante su adolescencia. Aunque algunos problemas de salud lo alejaron un tiempo del mundo del espectáculo, años después fue, según contaba él, «redescubierto» en la pileta del hotel Beverly Hills, lo que lo llevó a tener varios papeles en cine y a participar en 1957 de la adaptación cinematográfica de Fiesta, la novela de Ernest Hemingway, que protagonizaron Eva Gardner y Tyrone Power.
Más hábil para las relaciones públicas que para la actuación, Evans avanzó hacia la producción a finales de los años 60 con películas como exitosas El bebé de Rosemary, Romeo y Julieta, Love Story y El padrino, por supuesto. Sobre el film de Coppola, Evans siempre aseguró que había sido él y no el director quién había tomado las decisiones que convirtieron a la adaptación de la novela de Mario Puzo en un fenómeno cultural. Un punto de vista que lo enfrentó al director, que hoy despidió a su viejo adversario con cariño y sin rencores. «Recuerdo el encanto, la belleza, el entusiasmo, el estilo y el sentido del humor de Bob Evans. Tenía un fuerte instinto, como resulta evidente por la larga lista de grandes films que hizo en su carrera», recordó Coppola, quien mencionó que fue Evans quien se dio cuenta de que El padrino podía ser una película de dos horas y cuarenticinco minutos.
La eventual caída en desgracia del productor fue precipitada por su adicción a las drogas y los cambios en el sistema de estudios de cine que no encajaban con su megalomanía. Antes de transformarse en paria de la industria, produjo Maratón de la muerte, protagonizada por su amigo Dustin Hoffman, que años después se inspiró en su figura para encarnar al productor encantador y algo inescrupuloso de Mentiras que matan.
Después de enfrentar problemas con la ley por posesión de drogas, Evans decidió realizar su película soñada y la que resultó en su peor pesadilla: Cotton Club. Con un presupuesto de cincuenta millones de dólares en constante expansión que lo obligó a buscar financiación de origen dudoso (la muerte de uno de los actores en pleno rodaje alimentó los rumores sobre el involucramiento de la mafia en la película), el productor le rogó a su viejo enemigo íntimo, Coppola, que se hiciera cargo de la dirección del musical de gánsteres que perjudicó tanto su carrera que nunca logró recuperar su lugar en la industria.
Algunos fracasos de taquilla como Sliver – Invasión a la privacidad(1993) y Jade(1995) y unos cuantos escándalos personales, incluido su vínculo con el servicio de prostitución de Heidi Fleiss – conocida como la «madama de Hollywood» – relegaron a Evans a los márgenes de la industria que alguna vez lo consideró una mezcla perfecta entre el Rey Midas y el príncipe encantado de los cuentos de hadas para adultos, que con su impecable olfato llevaba a la pantalla grande, informó La Nación.