Por Sergio Pravaz
Resulta que los muretes de Playa Unión un día se llenaron de gaviotas. Parecía que no llegaban pero finalmente arribaron en una bandada descomunal que hizo nido y se instaló. Y ahí quedaron para la eternidad y el disfrute del desprevenido. Cincuenta metros lineales de gaviotas en acción.
Todo sucedió por mediación de un grupo de mujeres que se largaron a soñar y entre tenaza y tenaza, son mosaiquistas de una sensibilidad que ni la dura piedra resiste, comenzaron a tallar una epifanía como si fueran las chamanas del séptimo círculo dispuestas a revelarnos un acontecimiento que pugnaba por buscar luz.
Se organizaron como solo saben hacerlo las mujeres. Surgieron dos voces de mando que iniciaron la distribución de las tareas pero a medida que avanzaban los aprestos, el objeto de ese deseo colectivo mostró su forma en los papeles, en los gestos, y se presentó enorme. Aun así decidieron avanzar, se arremangaron, sumaron más gente, restaron tiempo a la fatiga y desplegaron sobre el tablón una visión estremecedora pero que a todas las unía y convocaba. Los ojos les brillaron, el pecho se les puso azul, las caderas cantaron y las manos, cada vez más diestras, fueron las mismas que acunaron luego de parir, porque comenzaron a parir. Y lo hicieron también con manos de acariciar porque blandita se puso la piedra ante tanto desenfreno, dando forma, resoplando, entonando una dulce letanía como en los tiempos primeros alrededor de un fuego luego de la cosecha grande, cuando la noche convoca a compartir los asuntos del día.
La técnica del mosaiquismo tiene a la fractura por pilar y es a partir de esa extraordinaria invención, tan antigua como la humanidad, que se recrea una realidad, interna o externa, a partir de pequeñas piezas de diversas texturas, formas y colores.
La palabra mosaico proviene de una voz latina ‘musivum opus’, era el revestimiento que se utilizaba para decorar la gruta dedicada a las Musas en la antigua Roma, aunque algunos historiadores lo sitúan en la Mesopotamia en el año 3000 a. de C. en el templo de Uruk, y otros, como siempre sucede, lo ubican en Macedonia, en el siglo IV a de C. en el templo de Olinto. Luego griegos, y más tarde romanos, desarrollaron a gran escala este arte.
Así las cosas, nuestras gavioteras mandaron aviso a todos lados, tejieron la red, largaron la señal, esa que en cualquier idioma se comprende, voz fraterna que alumbra una noción de comunidad y celebra la unión.
En varias partes del mundo y en todo nuestro país se escuchó el llamado que fue arrojado desde Playa Unión. Las gaviotas comenzaron a llegar y la logística se puso en marcha una vez más, con una precisión similar a la pretendida por Francis Ford Coppola para concluir su trilogía de El Padrino. Porque así son esta gente, capaces de orientar a la luna para que los ciclos sean favorables cuando el objeto es contener lo que se presenta como incontenible.
Ellas contagian, para multiplicar lo hacen, por el puro placer de hacerlo. Son como ese viento que raspa y hace música, como ese olor a un amor imposible que perdura hasta la última astilla. Fragmentos y más fragmentos tendidos sobre una mesa kilométrica, como el alimento de esos días febriles, todas reunidas en diferentes equipos de trabajo, yendo, viniendo, consultando el manual de las que más saben, intercambiando técnicas, aprendiendo de saberes antiguos, mezclando los propios, haciendo la magia del sur para que el acto sea beneficio compartido, disfrute de todos.
Ellas dicen que las impulsa el hecho de llevar adelante la tarea propuesta y la palabra empeñada. Sin dudas que eso solo ya es un mundo completo, pero yo creo que es más que eso, es la exacta lectura del corazón de cada historia que contiene cada piedra transformada en gaviota llegada al sur, historias de vida tan diversas y poderosas como el concierto para piano de Rachmaninoff, terribles y hermosas, osadas, vibrantes, exactas como el tajo que quita y duele, como la oportunidad de rehacerse luego del naufragio. Así ha sido siempre, es nuestra historia como especie desde que bajamos de los árboles hasta llegar a ser lo que somos.
El impulso de estas mujeres se vincula con esta noción, ellas se largaron sin especular y sin medir, a puro instinto porque saben desde siempre que la faena es extensa y lo saben desde antes de comenzar, tienen un tipo de conocimiento que no se adquiere en ninguna esquina, así proceden y lo hacen porque son poseedoras del don de crear, con tormenta o sin ella, con apoyo o bajo fuego. Dominan un tipo de estética que nos envuelve, se transmite y se reproduce al infinito. Ellas andan en la magia. Ese es el tema, señaló Diario Jornada.