Se trata de una comodorense que padece angioedema, una enfermedad muy poco frecuente. Al ser correctamente diagnosticada y tratada pudo cumplir su sueño de nadar en aguas de las Islas Malvinas. Othar Macharashvili solicitó reunirse con ella para conocer su inspiradora historia
Gabriela es una comodorense que vivió una parte de su infancia entre Río Gallegos y Río Grande, creció escuchando las historias de su padre que por cuestiones de trabajo viajaba a las Islas, previamente al desarrollo del conflicto armado con el Reino Unido en 1982. Una vez desatada la guerra en las Islas Malvinas “Río Grande recibe una amenaza de bombardeo, así que mi papá nos sube a un avión con destino a Córdoba, donde vivían mis abuelos”, relata Gabriela.
Una vez que el conflicto culmina se produce el regreso a Rio Grande donde encuentra “una ciudad muy triste, toda camuflada y además como todo argentino Malvinas duele, y como patagónicos siempre está presente”. Respecto a sus ganas de viajas a las Islas Gabriela expresó que “yo tenía la necesidad de ir, de conocer, de ver las Islas Malvinas pero cuando mi enfermedad se me diagnosticó en 2012, por mi condición no podía estar sola y me limitaba de hacer lo que cualquier persona normal podía, por los edemas”. “Gracias a los avances científicos y a los estudios de mi doctor José Fabiani entré en un protocolo científico donde mi sangre viajó a diferentes partes del mundo” comenta Gabriela acentuando que solo después de esos extensos estudios pudo controlar su enfermedad, lo que le permitió recuperar su calidad de vida.
En lo que respecta al viaje a las Islas cuenta entusiasmada que “lo tenía todo estudiado y sabía lo que quería hacer cada día y los lugares que quería visitar, pero una vez allá las cosas fueron muy diferentes, fue mejor de lo que había planificado porque cada día las Islas me regalaron momentos únicos”. Gabriela también comenta que “uno de mis objetivos era nadar pero hacerlo con viento es complicado, y todos los días fueron de viento por lo que pensé que no iba a poder hacerlo”. Sin embargo el momento llegó, “a un día de irme el viento calmó y pude nadar dos kilómetros, no sentí ni frío ni nada porque era mucha la emoción” relata ‘la peque’, como la llaman los amigos.
Sobre su experiencia Gabriela comenta que “con cada braceo me decía a mi misma ‘angioedema 0, peque 1’ porque esa era una de las cosas que no iba a poder hacer si no estaba diagnosticada y tratada de mi enfermedad, fue como una batalla ganada en un lugar de batalla”. Finalmente concluyó su historia de resiliencia remarcando que “yo no estaría acá si no fuera por los médicos, por mi mamá, mi papá y mis amigos que me acompañaron en cada momento”.