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El Gobierno exhibió algunos datos que favorecían su decisión de cerrar los colegios

El gobierno exhibió algunos datos que favorecían su decisión de cerrar los colegios, pero dejó de lado otras certezas estadísticas incontrastables: los chicos no se contagian más en las escuelas. Y desconoció una verdad elemental: nada reemplaza a un maestro al frente del aula y de sus alumnos.

No hay nada que reemplace a un maestro al frente de su aula y de sus alumnos. Esto lo saben, mejor que nadie, los mismos docentes. La decisión de suspender las clases presenciales, de dejar sin efecto el sentido griego con el que nacieron las escuelas, que fue el de transmitir conocimientos boca a boca y frente a frente, parte de una premisa falsa que asegura que lo virtual puede reemplazar lo presencial. Es una inferencia equivocada. Y dañosa.

El gobierno exhibió algunos datos estadísticos que favorecían su decisión de cerrar los colegios, pero dejó de lado otras certezas estadísticas incontrastables: los chicos no se contagian más en las escuelas, sino, por el contrario, fuera de ellas, cuando no van al colegio.

Cuando fue difícil mantener el argumento inicial, el Presidente dijo que el motivo de contagio escolar no eran las escuelas, sino el transporte público y las aglomeraciones frente a las puertas de los colegios. El virus que sacude al mundo es artero, astuto, taimado y sutil. Ataca a mansalva y sin saber dónde ni cómo. Le hubiese sido más fácil al gobierno combatir donde sabía que atacaba el Covid que dejar a chicos, que por 8 largos meses no vieron a sus maestros, nuevamente sin enseñanza presencial y huérfanos de escuela. Por quince días, se dice. Y después, no se sabe.

Los estudios realizados por UNICEF dicen que lo virtual desiguala: requiere más dependencia del hogar, más capital humano de la familia y mayor cantidad de materiales educativos. El impacto de lo virtual es, entonces, mayor en los estudiantes de menor nivel económico y social que sufren con más intensidad lo que padecen todos: mayor vulnerabilidad, creciente fragilidad emocional, trastornos en el sueño y la alimentación en los más chicos, y angustia y depresión en los más grandes.

La escuela modela el carácter, la personalidad, la emotividad en una edad vital para el proceso formativo; en sus patios y en sus aulas nacen liderazgos, vocaciones, amistades; una escuela abierta acerca el pensamiento lógico y racional, ensalza el valor del razonamiento y del análisis que lo presencial enriquece con el debate y lo virtual, en cambio, desvirtúa por ausencia.

Aquella frase repetida que los maestros decían en nuestra lejana infancia, que la escuela es un segundo hogar, era verdad. Y la pandemia lo ratifica cada día. Además de aprendizaje, una escuela abierta prodiga protección, cobijo y bienestar. No hay estadística que haya estudiado el grado de abandono que puede sentir un chico sin colegio, y cuáles pueden las consecuencias a futuro de esa carencia.

Si a todo ello se suma que, en miles de estudiantes, la escuela significa también una copa de lecha diaria, en muchos casos la única del día, el cierre de los colegios aparece como un desatino social, además de educativo. Ese lazo social, que corta la virtualidad, anula los constantes niveles de intercambio de los chicos con su cole, y hasta pone en riesgo la continuidad escolar.

En la Argentina, la mitad de los hogares no tienen acceso fijo a Internet, las conexiones no siempre funcionan y los anchos de banda no tienen la capacidad que esgrimen, como un mérito adquirido, los proveedores del servicio. Soy profesor en una universidad del interior y desde 2020 doy clases virtuales. Quienes se inscriben, aguardan hasta último momento y, cuando la virtualidad es inevitable, descabalgan de la materia hasta nuevo aviso.

Argentina carga ya con un año escolar perdido, el pasado, en el que hubo escuelas cerradas y casinos abiertos. Un año escolar perdido es una enorme tragedia cuyo daño no inmediatamente visible, es incalculable en los años por venir.

Un maestro frente al frente del aula y de sus alumnos no es una clase por WhatsApp.

La educación, que muy rara vez fue considerada esencial en la Argentina, tiene que recuperar pronto los años perdidos, si es que no es ya demasiado tarde. En el mundo del futuro, la materia de intercambio del mañana es la educación y la información.

La política del “vamos viendo” sólo puede parir una generación de ignorantes.

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