Auto referenciarse no suele ser el mejor camino para describir situaciones sociales que nos atraviesan. Sin embargo, escribo para quienes habitamos en la provincia de Chubut. Y es que es casi imposible no ser autorreferencial. Cada uno de nosotros estuvo, miró, gritó, corrió, marchó, graffiteó, movilizó, divulgó, discutió, puteó, lloró, se angustió, festejó, volvió a llorar, pero de alegría, enarboló, se emocionó.
Quienes vivimos en Chubut somos un mar de sensaciones desde hace más de 19 años.
A más de uno se nos cruzan el rostro de los que ya no están, José, Chela, Raúl, Oscar, la Gallega, Don Ale, tantos que ya no marcharán a nuestro lado y sin embargo los evocamos en cada una de las movilizaciones de las que participamos.
Pensamos en nuestros hijos casi veinte años atrás que ahora marchan a nuestro lado o se movilizan por su cuenta en sus lugares de estudios o de trabajos, en otras latitudes, en otros escenarios. Y entonces, tomamos conciencia que las nuevas generaciones se fueron transformando en protagonistas relegándonos a escenarios más secundarios.
Nada de esto conoce el poder. Ni el político y ni el económico. Ni con sus topos infiltrados y sus espías siguiéndonos como moscas. Para ellos todo es efímero. Es la necesidad de contaminar para poder generar el negocio, la ganancia y continuar con el juego del poder.
Desde lejos escribo estas líneas y no puedo más que conmoverme. La dignidad que derrocha esa porción del sur patagónico sigue siendo una referencia. Un faro, una guía para saber decir que no. Algo nos está diciendo. Es la misma dignidad que cobijó a los esquelenses casi veinte años atrás.
Sigo garabateando frente al teclado. Tampoco debe asombrarnos que las sincronicidades temporales nos muestren una provincia incendiada en coincidencia con la conmemoración de los 20 años de aquel diciembre del 2001. El movimiento social que tuvo su cuna en Esquel fue, sin dudas, un desprendimiento social de la revuelta que terminó con De la Rúa y el resto.
Continúo frente al teclado y subrayo. La búsqueda de un plebiscito a todas luces se presenta para la dirigencia política chubutense como la alternativa de buscar un poco de aire y sobrevivir a la debacle que viene protagonizando desde hace tiempo. Arcioni y sus secuaces son la clara muestra de una dirigencia sin rumbo ni escrúpulos. Hace unos años atrás Humberto Eco escribía «crisis de ideologías y de los partidos: alguien ha dicho que estos últimos son ahora taxis a los que se suben un cabecilla o un capo mafioso que controlan votos, seleccionado con descaros según las oportunidades que ofrecen, y esto hace que la actitud hacia los tránsfugas sea incluso de comprensión y no ya de escándalo».
En este mismo espacio alguna vez hemos mencionado esto de la precarización institucional del proceso democrático. El mismo que Arcioni, y quienes lo siguen en la aventura, ahora pretenden honrar convocando a un plebiscito. Pero resulta que es la misma dirigencia que manoseó un proceso tan participativo y popular como fue la Iniciativa Popular. ¿Por qué deberíamos, entonces, creer en una degradada casta política que sólo juega su juego? ¿Por qué confiar en quienes sólo pretenden desarrollar lo que la comunidad chubutense les niega?
Trazo en el imaginario papel alejado de todos y todo. Pero tan conmovido como cada uno de los que volvió a marchar, se concentró en Rawson, estuvo en el corte de ruta y más. Y entonces sólo queda lugar para agradecimiento. Reconocer esa presencia en las calles, esa militancia tan sana y auténtica. Tan noble y estoica. A quienes pusieron el cuerpo y sufrieron las atrocidades de una policía provincial cada vez más mancillada.
Escribo movilizado por sensaciones y sentimientos. Esperanzado de poder extirpar estos tumores que sólo daño nos traerá. Con la convicción de que nada puede salir mal. Entonces pienso en mis hijos y les agradezco por cuidarles el futuro, pero sobre todo por enseñarles tanta dignidad y convicción.