La reciente entrada en vigencia del Decreto 462/2025, que reestructura el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y disuelve el Instituto Nacional de Semillas (INASE), plantea una alarma profunda en regiones como Chubut, donde la presencia del INTA no es un exceso burocrático sino una herramienta imprescindible de desarrollo, arraigo y articulación territorial.
Desde hace décadas, el INTA en Chubut ha sido más que un brazo técnico del Estado: es un actor clave en la construcción de consensos, en la generación de conocimiento adaptado al contexto patagónico y en la articulación público- privada que sostiene buena parte del entramado productivo de la provincia. En territorios tan vastos y diversos como los de la Patagonia, donde los centros urbanos están dispersos y el acceso a tecnología o asistencia es desigual, el INTA cumple funciones que trascienden la investigación: acompaña, forma, enlaza.
Solo por citar algunos ejemplos concretos: el INTA es parte activa del Clúster Ganadero del VIRCh, espacio estratégico que articula productores, frigoríficos, técnicos y organismos públicos para potenciar una cadena de valor local. También impulsa las mesas de desarrollo rural en la meseta, ámbitos de diálogo donde comunidades y técnicos trabajan juntos para pensar soluciones productivas sostenibles en una de las zonas más postergadas del país. Su participación en el primer Block Test bovino de la región pone en valor la mejora genética adaptada a las condiciones locales. Y su presencia constante en capacitaciones, jornadas a campo, talleres de manejo ganadero y agrícola demuestra que el saber técnico no se construye desde un escritorio porteño, sino en contacto directo con el productor y el territorio.
La reforma anunciada por el gobierno, que transforma al INTA en un organismo desconcentrado bajo la órbita de la Secretaría de Agricultura, lo priva de su autonomía y lo somete a una lógica centralista que pone en riesgo su razón de ser. El reemplazo del Consejo Directivo por un Consejo Técnico ad honorem y sin capacidad de decisión real, y la eliminación de la estructura obligatoria de sus centros y estaciones experimentales, abre la puerta a recortes encubiertos bajo el discurso de la modernización.
En nombre de una supuesta “eficiencia”, se corre el riesgo de desmantelar una institución que ha demostrado eficacia territorial, legitimidad social y una enorme capacidad de articulación en provincias donde otras instituciones del Estado ni siquiera tienen presencia.
Si un Estado nacional aspira a ser más ágil, debe fortalecer —no debilitar— aquellas herramientas que le permiten estar donde el mercado no llega. Porque el verdadero problema no es tener muchas estaciones experimentales, sino no tenerlas donde hacen falta. Y en Chubut, el INTA hace falta. No por romanticismo, sino por evidencia concreta: los territorios sin Estado se despueblan, se empobrecen y se desertifican.
Desmontar al INTA es confundir volumen con exceso, descentralización con desorden, y participación con lentitud. Es apostar al atajo cuando lo que se necesita es camino.
Que el ajuste no se trague a quienes producen, piensan y construyen desde el interior profundo del país.
Pedro Eugenio Sanchez 8 de Julio de 2025.




