¿Sobre qué superficie estás caminando? A menos que esté lloviendo, o te encuentres en el campo, o en la playa, es probable que esa pregunta pase rara vez por tu cabeza. El asfalto ya ha reemplazado al barro y la arena en la vida cotidiana de los habitantes de las ciudades.
Sin embargo, en los suelos de Latinoamérica donde reside la esperanza del mundo. Se calcula que en 2050 vivirán en el planeta 9.000 millones de personas, que para ser alimentadas necesitarán que se aumente en un 70% la producción agrícola. Y más de la cuarta parte de las nuevas tierras potencialmente cultivables están en terreno latinoamericano.
La agricultura genera alrededor de la cuarta parte de las exportaciones mundiales. Y según el informe de Indicadores de Desarrollo del Banco Mundial, el valor del sector se ha catapultado desde el 2000: la cosecha de cereales aumentó en un 44% y la productividad en términos económicos en un 65%.
Sin embargo, la capacidad del sector y, de hecho, del mundo para seguir alimentándonos está en riesgo.
En 2015, la ONU hizo sonar las alarmas sobre el estado de las tierras agrícolas, nombrándole el año de los suelos y luego en diciembre con el 15o Objetivo de Desarrollo Sostenible: “Proteger la biodiversidad, las tierras y los bosques”.
El Día Mundial de Lucha contra la Desertificación, que se celebra el 17 de junio, nos encontramos con que el 95% de los alimentos que consumimos producidos en tierras afectadas por la degradación. El mal estado de los suelos es, de hecho, una prioridad global.
A nivel mundial, cada año se pierde un área de tierras productivas equivalente al tamaño de Honduras por la degradación de los suelos. Y con ella, los 20 millones de toneladas de granos que podrían haber cosechado ahí.
Según nuevos datos de la FAO, más del 68% del suelo en América del Sur se encuentra afectado por la erosión, muy por encima del promedio mundial del 33%. Sin embargo, con voluntad, hay posibilidad de restaurar al menos 550 millones de estas hectáreas según la Convención para la Lucha contra la Desertificación(i) de la ONU.
Bosques en peligro
Solo un solo centímetro de mantillo (la capa superior de un terreno cultivable) puede tardar hasta un milenio en generarse. De modo que en términos de restauración de tierras, es mejor prevenir que curar. Y para los ambientalistas, la mejor prevención son los bosques.
Sin vegetación, los suelos corren el riesgo de la erosión. Pero una red de raíces de árboles nativos impide que el viento o el agua arrastren la capa superior del suelo y lo protege del sobrepastoreo cómo ya ha quedado comprobado con esta iniciativa en Colombia.
Sin embargo, también aquí el panorama es problemático. Desde 1990, se han perdido unos 97 millones de hectáreas de bosque en América Latina, según los indicadores del Banco Mundial – hecho que le hace figurar a la región en el primer lugar en cuanto a la tasa de deforestación.
in embargo, existen esfuerzos para ponerle freno a esta tendencia y la región también lidera el mundo en términos del porcentaje de sus tierras que está bajo protección. Más de la quinta parte estaba protegida en 2014.
En 2004 Paraguay promulgó la ley de deforestación cero, lo cual impulsó que la tasa de deforestación se redujera en un 85%. En los últimos 50 años, un 80% del bosque atlántico del Alto Paraná ha desaparecido del país, pero esfuerzos para restaurarlo ya está dando resultados: unas 36.000 hectáreas han sido reconectados a través de corredores biológicos.
En Argentina, una nueva iniciativa busca dar una mayor protección al Gran Chaco argentino, un área de gran importancia biológica donde también se produce gran parte de la deforestación en el país. El proyecto trabajará con comunidades rurales y pequeños productores para desarrollar e implementar planes de manejo sustentable
En Costa Rica, pequeños y medianos agricultores recibieron pagos a cambio de ofrecer servicios ambientales. La iniciativa logró proteger más de 296.000 hectáreas en lugares de alta importancia ambiental.
Mary Stokes – El País –