Ni la nieve ni el viento lograron doblegar el campamento. Foto: NYT
PARA LA NACION
Una tribu logró suspender la construcción de un ambicioso oleoducto, que Trump respalda
STANDING ROCK, Dakota del Norte.- Una antigua profecía de los Lakota, uno de los pueblos de la tribu Sioux, vaticina la llegada de una «serpiente negra» que cruzará la tierra y traerá devastación.
«El oleoducto es la serpiente negra», explica Wanbli Mani, 47 años, miembro de los Lakota. «Estamos tratando de proteger a la Madre Tierra», continúa, parado cerca de una fogata, el «Fuego Sagrado», en el medio de un campamento que ha reunido a miles de personas de Estados Unidos y otros países detrás de un mismo fin: impedir la construcción de ese oleoducto, un tubo de acero de casi 1900 kilómetros.
El oleoducto, llamado Dakota Access Pipeline, cruza Dakota del Norte, Dakota del Sur, Iowa, y llega hasta Illinois. Es un caño de US$ 3700 millones que prevé mover unos 470.000 barriles diarios de petróleo. Energy Partners, la empresa que lidera el proyecto, tenía todo encaminado. Pero, tras meses de resistencia de tribus indígenas, a las que se sumaron ambientalistas y veteranos de guerra, Barack Obama le bajó el pulgar y su gobierno suspendió un permiso para el avance de las obras.
La decisión marcó una victoria para los «protectores», tal como ellos se llaman, que crearon la mayor resistencia indígena de la historia moderna, soportaron el frío, la nieve y la represión de la policía, y galvanizaron a los activistas que quieren enterrar la economía de los combustibles fósiles.
La disputa surgió por la ruta original del oleoducto: una línea bajo tierra que pasa por al lado de una reserva indígena sioux, Standing Rock, en Dakota del Norte, y cruza el lago Oahe, a lo largo del Missouri.
Para los indígenas, es tierra sagrada. Sus ancestros, dicen, están enterrados en esas praderas, y además temen que un derrame de petróleo contamine las aguas del río Missouri, que alimenta su reserva. «El agua es vida», es su mensaje, en boca de la gente, pintadas en el campamento, gorros de lana y una etiqueta en Twitter, #WaterIsLife.
Para las tribus reunidas en Standing Rock, la resistencia es un nuevo capítulo en su lucha de 500 años por defender su territorio. Para otros, es el nacimiento de una nueva coalición ambientalista, otro eslabón en la cadena de movimientos sociales que han tallado la historia de los Estados Unidos.
Todo puede volver a foja cero: el presidente electo, Donald Trump, ha respaldado la obra. Trump tenía acciones en Energy Partners (su equipo dijo que las vendió), y el CEO de la compañía, Kelcy Warren, donó 103.000 dólares a su campaña.
El campamento de Standing Rock, pegado a la reserva, es un pequeño pueblo con calles donde se ven autos, camionetas y caballos, carpas, baños portátiles, paneles solares, varias carpas militares verdes y carpas de campaña con «cocinas», un centro médico y personas construyendo casas de madera. Nació en abril, cuando un grupo de sioux de la reserva comenzó la resistencia. Hay hombres, mujeres y niños, familias enteras, jóvenes y ancianos. No hay alcohol, armas o drogas. Los indígenas rezan y hacen ceremonias todos los días.
«Somos protectores del agua, no hemos sido agresores», sostiene John Bigelow, el hombre que hace de enlace entre la prensa y el Consejo de los Siete Fuegos, el máximo órgano político de los sioux. La última vez que se reunió fue hace 140 años. «Esto es histórico», apunta Bigelow, cuyo nombre indígena es Niño Búfalo Blanco.
Hay más de 300 tribus reunidas, de los Estados Unidos, Canadá, Australia y América del Sur. Sus banderas decoran la calle central del campamento. También viven allí activistas, voluntarios, médicos, clérigos y un pequeño ejército de veteranos, que llegó a proteger a la gente luego de una represión de la policía local con camiones hidrantes, gas lacrimógeno y balas de goma en medio del frío invernal.
Sean Mercer, 43 años, dejó a sus dos hijas con la familia de su mujer, Molly, en Maine. Ambos viajaron a Standing Rock. Sean es granjero y maestro, pero en el campamento es obrero: ayuda a construir una de las barracas de madera para los veteranos de guerra que llegaron desde todo el país, en auto, avión o autobuses.
«Esto es mucho más que un oleoducto», afirma. Mercer habla del genocidio de los pueblos indígenas, de «la avaricia de las corporaciones que están destruyendo la Tierra», y del simbolismo que ha cobrado Standing Rock. «Todos los eventos de la historia están confluyendo acá, en un momento en la historia donde esta lucha representa una lucha más grande», sentencia.
Energy Transfer Partners ha garantizado que el proyecto es seguro. La empresa reaccionó con virulencia al freno del gobierno federal. Dijo que era una «decisión política» que rompía con el imperio de la ley y los permisos ya otorgados. Por ahora, la construcción está detenida, a la espera de que Trump revierta la decisión, o se defina un nuevo trayecto para el oleoducto.