Por Claudia Rafael
(APe).- Los ojos de once años de Naomi quedaron cincelados de imágenes de sangre y humo. La piel mapuche de Naomi está tatuada de miedo y coraje. Todo huele a terror cuando los uniformes avanzan. “Demasiados camiones, camionetas… empezaron a llevar a uno, uno, uno y así. Eramos poquitos porque la gente había ido a buscar animales. Los llamé y pudieron llegar… (Las fuerzas de seguridad) entraron, tiraron gas. Yo tenía un nene a upa. Lo tapé con una bolsa. Y fue un momento muy difícil. Me querían sacar el nene. Le quisieron pegar a mi mamá. A un nene que tiene 8 años. Yo puse la mano y me pegaron en la mano. Me sacaron de los pelos. Me tuvieron arrollidada. Callate. Quedate quieta…”, contó Naomi a FM Alas, de El Bolsón.
Heridos de bala, golpes, palazos, destrozos, detenciones, torturas. Hedor a muerte emerge de las armas largas de los gendarmes y policías provinciales de Chubut.
Las montañas y la luna temprana son testigo de los tiempos. De aquellos días lejanos en que avutardas, huemules, choiques vagaban sin límite y los pueblos antiguos vivían sin yugo en la madre tierra. El último tramo del 1800 los exilió de la vida y los arrinconó desde el estado a la muerte temprana. La Patagonia fue cedida en gratitud a los británicos que la sostuvieron a su merced entre 1895 y 1975. Los empresarios italianos Benetton –mientras escandalizaban al mundo con una publicidad que incluía a un Cristo muriendo de sida- compraron tierras a grandes terratenientes argentinos en 1991: casi un millón de hectáreas entre Neuquén, Rio Negro, Chubut y Santa Cruz. En aquellos tiempos en que Menem convocaba a venir a la Argentina “que acá lo que sobra es tierra”.
La Lof de resistencia Cushamen nunca se olvidó. La memoria atraviesa laberintos y vericuetos hondos. Va a las fauces de la historia que susurra –como Adoum- “¿no es mío el sitio donde me sedujeron los helechos?” una y otra vez. “¿No es mío acaso el sitio donde me han matado tanto?”.
Doscientos gendarmes con sus botas pesadas, sus carromatos ardientes, sus balas prediseñadas para la muerte temprana; su sí, señor, obedezco; su estoy listo para tanta muerte y violencia. Y la resistencia que se planta. Porque la tierra y el agua son la memoria que no está dispuesta al pisoteo y al desgarro. Porque aquí nací llorando la llovizna y he sembrado en el surco con mis dientes. Las semillas de rebelión asoman por las fisuras que pacientemente se van abriendo paso. Para pelearle a los vientos huracanados de la violencia estatal que tiene la terca determinación de servir a los señores que hablan en nombre de la patria y del metal.