Habló con el presidente chileno aquejado por protestas. Analiza viajar a La Moneda como gesto “constitucional”.
En un puñado de horas, en un lunes furioso, Alberto Fernández habló por teléfono con el boliviano Evo Morales, el chileno Sebastián Piñera y el brasileño Luiz «Lula» Da Silva.
Zigzagueó, en un rato, un abanico ideológico y de statuspolítico: un «renunciado» luego de un golpe, un presidente aquejado por la crisis social callejera y un ex mandatario liberado tras más de 500 días de prisión.
Con Lula, a quien había visitado el 4 de julio pasado en la alcaidía de Curitiba, hubo agradecimiento y hablaron de la «emoción» por la liberación. Se repasó, también, la situación en Bolivia. Da Silva estaba con su ex canciller Celso Amorín.
El lunes, Fernández pudo, finalmente, hablar con Evo Morales. Temprano se había comunicado con Álvaro García Linera, el vice de Evo, para preocuparse por su situación personal y de seguridad.
Por la tarde habló con Morales, le trasmitió su solidaridad y hablaron de las gestiones para garantizar un corredor diplomático vía Perú, con destino final México, para que Evo se asile.
La tercera conversación fue con Piñera, el presidente de Chile con quien, a diferencia de Lula y Morales, Fernández tiene un enfoque político e ideológico distinto.
En un esquema de analogías lineales, Piñera empatiza con Mauricio Macri, no con Fernández. El jefe del PRO, al menos, se ha querido espejar en el empresario y en el macrismo micro climático se solía invocar el regreso del chileno a La Moneda como un horizonte propio.
El lunes, Fernández conversó largo con Piñera: se abordó la crisis en Bolivia y el trasandino lo invitó a que lo visite en Santiago. La propuesta, según confiaron fuentes del albertismo a Clarín, es que lo haga antes de la asunción del 10 de diciembre. Aunque en medios chilenos evalúan que la reunión podría darse luego de la asunción de Fernández.
Alberto le dijo a Piñera que los equipos de cada uno se ponían en contacto para trabajar sobre un eventual viaje. Sería, si finalmente se concreta, un mensaje político potente en medio de una región convulsionada.
Luego del golpe en Bolivia, donde Fernández fue un activo partícipe en el armado del corredor diplomático para que Evo Morales pueda salir sano y salvo, el presidente electo argentino analiza un viaje a Chile que tendría un efecto, si se quiere, simbólico.
Fernández acuñó, en estas horas, una frase: «No podemos permitir que si no te gusta un presidente lo saques». Lo repite y lo aplica a Bolivia, donde repudió el golpe, pero lo extiende al caso chileno.
Esa es la posición política que expone el candidato electo y la quiere imponer como regla: que intervendrá en defensa de un gobierno constitucional aunque no coincida con el enfoque ideológico de ese gobierno.
Vale para Chile. «Piñera deberá, internamente, atender las demandas y abrir las vías de negociación y diálogo» analizó Fernández en charla con sus colaboradores. El lunes, presionado por las protestas, el presidente de Chile accedió a uno de los reclamos centrales: iniciar un proceso de reforma de la Constitución sancionada bajo los términos del dictador Augusto Pinochet.
Fernández define en estas horas su viaje. Este miércoles expondrá en el Hyatt, al mediodía, ante un grupo importante de embajadores de la Unión Europea que quieren escuchar al futuro presidente.
Fernández tiene, entre sus asesores en asuntos internacionales, a Marco Enríquez Ominami, dirigente político chileno, opositor a Piñera. Con él compartió una presentación el lunes en el Centro Cultural de la Cooperación que dirige Juan Carlos Junio, informó Clarín.