Erla Gianni es la viuda de Juan “Tucho” Gallardo, un miembro de la Armada Argentina a quien durante años se le atribuyó haber dicho que había visto el cuerpo de Elvio Ángel Bel dentro de un féretro en la Base Almirante Zar de Trelew. “Niego absolutamente esa versión, es tan absurda como falaz”, declaró la mujer en el juicio oral y público que juzga a Tito Nichols y a Hernán Álvaro Hermelo por el secuestro y la desaparición del maestro de Trelew.
Aunque admitió que Gallardo fue amigo de Ubaldo Macedo –el vecino a quien presuntamente le reveló el dato-, aclaró que su marido trabajó en la fuerza hasta 1971, año que solicitó la baja. Bel fue secuestrado el 5 de noviembre de 1972.
Gallardo no pasó de guardiamarina y tras su retiro no tuvo más contacto con militares. “Dejó en el primer grado de su carrera y no trabajó más de 4 años”. Gianni aportó la copia de la baja de su esposo.
Del rumor también habló el periodista Carlos Di Filippo. Declaró que por su trabajo iba con frecuencia al Juzgado Federal de Rawson en la época de la reapertura de las causas de lesa humanidad.
Macedo es su amigo y le comentó lo que presuntamente había escuchado del oficial de la Armada. “Escuchó que a Bel lo vieron en un ataúd en la Base. Y que como su cuerpo era grande sobresalía del cajón y se había corrido la tapa. El cuadro que lo había visto era Gallardo, ya fallecido. Quedé sorprendido porque nunca había escuchado una cosa así”. Di Filippo admitió que dudó en brindar la información a la Justicia para no comprometer a su amigo. “Yo no sabía si él quería quedar involucrado en la causa, ¿pero si era cierto?”.
Más tarde, el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia, el Ministerio Público Fiscal y la Defensa Pública coincidieron en las dudas que les dejó la declaración de Juan Carlos Acosta. En el 72 era oficial de servicio en la Comisaría 1ª, la seccional a la que acudió Hilda Fredes para denunciar la desaparición de su esposo. Según el libro de guardia, ese día Acosta ingresó a las 22. Negó haber visto a Fredes, y más tarde a su hermana Alba (ver página 7) y cualquier conocimiento sobre el caso. En la época tenía 10 meses de antigüedad. “Ni me enteré de lo que pasó”, se justificó. Su falta de precisiones fue permanente.
Sí reveló que “cuando llegué había movimiento de personal de la Base Zar en la Comisaría, eso no era normal. En el despacho del jefe estaban reunidos el subjefe Otilio González con estos uniformados”. El dato no figura en el parte diario.
Acosta declaró que por orden superior, de noche la Comisaría se cerraba con una guardia con ametralladora; de día quedaba abierta una hoja de su puerta doble, con custodia en la vereda con armas largas. Dijo que duró así unos días y que fue una medida “excepcional”. Lo sugerente es que en la primera declaración que firmó aseguró en cambio que esas medidas eran comunes en esos años por posibles ataques guerrilleros.
Según el libro de guardia, esa noche en la seccional hubo dos médicos legistas (Bronzi y Zorrilla) y un juez (Galeano) a quien Acosta debió acompañar al Hospital. No lo recordó. “¿Cómo hace para recordar que había personal militar pero no la visita de un juez y dos médicos?”, lo interrogó el fiscal Teodoro Nürnberg. La jueza Nora Cabrera de Monella también dudó: “¿No se acuerda de nada? ¿no le dio curiosidad investigar un hecho como éste sucedido en su lugar de trabajo?”.
“Le recuerdo que está bajo juramente y le imploro que diga toda la verdad –insistió el fiscal-, está ante un momento histórico de poder decir que sucedió”. Acosta se mantuvo en su postura. “Por mi concepto y mi legajo, hubiese atendido a las mujeres. Nadie me avisó nada y nunca se puso a nadie contra la pared. Quiero aportar lo que pueda pero si me contradije es por los años, nada más. Si lo supiera lo diría pero no recuerdo que nadie haya entrado”
Intervino el presidente del TOF, Enrique Guanziroli: “Es realmente notable y llamativo que no lo recuerde y que el Juzgado no haya profundizado si se constituyeron un juez, médicos y personal de la Marina”.
Hoy de nuevo se presentará Alba Fredes para ampliar su testimonio y es posible que la careen con Acosta para sacar algo en limpio.
Otro policía retirado fue Carlos Alvear. Dijo que se enteró del caso la mañana del 6 de noviembre, cuando tomó el servicio en la Comisaría. “La desaparición estaba en las novedades que nos informaron durante el pase en el patio de la Comisaria”. Allí se formaban los policías para que todos supieran las últimas noticias.
Una versión similar dio Agustín Llanquetrú, que ingresó a la seccional el mediodía del 6. “Me enteré de la novedad de una denuncia por averiguación de paradero que nos pasaron en el patio de la dependencia”. El agente retirado dijo que de noche las puertas se cerraban. Pero no por la subversión sino “por el frío”.#
“Antón falseó la información”
Luego de la declaración de Ángel González (ver página 7), Hilda Fredes pidió aclarar ante los jueces que su esposo no tenía botas ni el short verde que describió el cartero de Rawson. “No lo recuerdo para nada”. También desmintió los dichos de Ramón Antón, el exjefe de la Comisaría 2ª. “Dijo que llegué en un coche con David Patricio Romero, pero él estaba detenido en la Unidad 6, difícil que él hubiese ido”. La pareja de Bel advirtió que el policía retirado “juró decir la verdad pero falseó la información. Aquel día en lo que más insistí fue en pedirle que detengan el Renault 12 que nos seguía. Pero llegamos a la 1ª y seguían detrás nuestro”.#
“La Base me está controlando”
Un día antes del secuestro, Alba Fredes, hermana de Hilda, pasó a saludar a su cuñado Elvio Ángel Bel por su local de Trelew. “Allá enfrente me están controlando, son de la Base”, le avisó el maestro. Ella vio a un par de jóvenes que vigilaban, de ropa clara. “En ese momento le pregunté por qué no se iban del país, me dijo que había nacido en esta patria que quería tanto. ´Me cuida mucho el señor Carlos Barbot que lee mis libros, no me va a pasar nada, estoy muy resguardado”, me dijo. Así era él de inocente y creyente”. Barbot, fallecido, fue un jerarca militar procesado por la causa. Al otro día ocurrió el operativo. “Barbot me juraba que no tenía nada que ver y que quería hablar con mi hermana”.
Fredes ingresó a la Policía con 18 años como ser secretaria del jefe. Ascendió hasta oficial principal.
La noche del 5 de noviembre de 1976, le tocó timbre Carmen, vecina de la familia Bel y quien recibió a su hijo Pablo luego de que lo dejaran en la planta pasteurizadora. Alba y su marido Sergio Hernando fueron a la Comisaría 1ª. “Estaba cerrado con llave, entré gritando que cortaran las rutas porque habían secuestrado a Bel y a mi sobrino”. Los pusieron contra la pared con su esposo. “Me extraño muchísimo esa actitud porque me conocían, había trabajado ahí, era como de la casa”. Estuvieron así un rato largo. “Apareció un oficial que nos dijo de mal modo ´Váyanse a sus casas y quédense tranquilos que seguramente ya va a aparecer. Fueron palabras fueron muy duras”. No había ningún jefe de Comisaría. “Ese día no había policía en la calle, era zona liberada”.
El lunes siguiente Fredes encontró su oficina abierta y bajo llave los cajones de su escritorio de Jefatura en Rawson. Lloró sentada. En un momento de la mañana escuchó lo que le parecieron festejos de un cumpleaños en la oficina contigua. “Estaban Alberto Bastida, Tito Nichols, Ramón Antón, Ramírez, brindaban, reían mucho y aplaudían”. Bastida se fue y la cruzó. “Vos escuchaste todo”, le dijo el policía. “Te juro que no”, contestó ella.
Sorpresivamente, una hora después, el jefe de Policía la notificó de que se iba trasladada a Esquel. “El telegrama lo firmaba Nichols. Pedí por favor que no pero me decían que debía irme lo más pronto posible”.
Al salir Orlando Ibarra, abogado de la Policía, la encerró en otra oficina. “Me dijo que me notifique pero que no me vaya porque en Esquel pasaban cosas muy terribles y feas e iba a desaparecer. ´Te van a matar´, me dijo”. Logró quedarse gracias a un certificado médico por 45 días. “Pasé momentos muy feos. Sentí que me observaban”. Su legajo incluía el monitoreo de sus visitas a familias militantes.
Fredes pasaba los días esperando su telegrama de retiro de la fuerza. “De noche por la rendija veíamos como los Falcon frenaban frente a mi ventana, teníamos mucho miedo, quería estar resguardada para mi nueva vida”. Decidió ir a la Base para hablar con el jefe, que la recibió. “Pidió mi legajo, lo revisó y me dijo que no tenía antecedentes y que me fuera tranquila porque no me iba a pasar nada. ´Eso sí, no haga más teatro y dedíquese a cuidar a sus hijos y trabajar´, me advirtió”. La sorprendió estar fichada en la Base.
Días después del hecho, “Mariano Iralde, subjefe de policía, me señaló a quienes habían ejecutado el secuestro. Los datos coincidieron con el anónimo que luego recibí por correo. Es un texto muy doloroso que dice que iban para el río Chubut con el bebé y con Ángel, pensaban tirarlo y uno dijo ´No, Alba está con nosotros y nos ayuda´. Vieron la luz de la planta pasteurizadora y lo entregaron”. El texto mencionaba a Nichols, Antón, Bastida, Molina y Gallegos, entre otros.
Un coche sin patente
La tarde del 5 de noviembre de 1976 Oscar Martínez regresaba de la Facultad. Tomaron Belgrano y doblaron por 25 de Mayo rumbo a la Plaza Independencia. Pasaron frente a “Centro 25”, la zapatería de Ángel Bel. En ese momento era llevado por dos jóvenes en mangas de camisa, uno de cada brazo. Lo subieron por la puerta trasera a un coche de color metalizado sin patente y se sentaron a sus costados.
“Lo conocía porque habíamos cursado materias –le dijo al Tribunal-, nos quedamos mirando y el vehículo, un Chevrolet o un Falcon, sin patente de color metalizado. Arrancó, salió y dobló por la esquina del Banco Nación, como rumbo a Rawson”. Pasaron al lado de Bel y de sus secuestradores pero no hubo miradas. El maestro iba ensimismado. “Su negocio tenía la luz prendida, me llamó la atención”.
Un cadáver en el río
Ángel González le dijo al Tribunal que cuando todavía resonaba el secuestro de Bel, vio cómo sacaban un cuerpo del río Chubut. Él estaba en su casa del barrio San Pablo, en Rawson. “Vi que mucha gente del sector iba a esa parte del río y ya estaba la Policía, que no dejaba acercar”.
González miraba desde un lugar retirado, a 30 metros. “El cuerpo estaba en la orilla, en la playita, de espaldas a nosotros mirando”. El cadáver estaba desnudo, con un short verde y botas marrones cortas, atadas con elástico. “Al lado había un bote con gente sin uniforme. Todavía se comentaba el tema de Bel pero todos teníamos temor de andar desparramando versiones de esa naturaleza”. Era verano.
Con información de Diario Jornada.