La psiquiatra Julieta Sagnay se infectó con COVID-19 mientras atendía pacientes. Estuvo al borde de la terapia intensiva y el periplo para conseguir un tratamiento le permitió ser testigo del impacto del coronavirus en el sistema de salud de Ecuador. «Lo que vi fue desastroso», contó a Sputnik.
«Guayaquil necesita ayuda humanitaria. Están podridos los cadáveres en las casas. Tengo un paciente muerto hace cinco días en la casa y nadie lo ha ido a retirar, contaminando a todo el mundo», advirtió a Sputnik la médica ecuatoriana Julieta Sagnay, una de los tantos profesionales de salud que experimentan en carne propia la peor cara del COVID-19.
Sagnay es psiquiatra y continuó atendiendo pacientes una vez que el coronavirus comenzó a circular en Guayaquil, la segunda ciudad más grande de Ecuador, en la costa. A pesar de usar una mascarilla, un día comenzó a sentir síntomas compatibles con la enfermedad. «Empecé a tener fiebre, una cefalea intensa, dolor ocular y en las articulaciones», recordó.
La primera decisión de la médica fue aislarse para evitar contagiar a familiares y pacientes. Internamente «minimizó» la enfermedad, un error que según ella cometió gran parte de la población ecuatoriana. «Tenía la esperanza de que fuera dengue y si era COVID-19 decía ‘bueno, pasará como cualquier resfrío'».
Sagnay no tenía presente el potencial de la enfermedad para «complicarse» luego de la primera semana con síntomas, pudiendo transformarse en una neumonía. «Empecé a presentar falta de aire y disnea (dificultad en la respiración)», rememoró. Colegas médicos le sugirieron entonces realizarse una tomografía, dando inicio a un raíd en el que la psiquiatra se encontraría cara a cara con el caos que vive el sistema sanitario ecuatoriano.
La médica decidió recurrir a una tomografía particular «porque en ese momento acudir a un hospital era un riesgo» y porque su resultado demoraría más tiempo. Además, en ese momento se percató de que en los hospitales «los médicos no estaban protegidos, solo tenían batas quirúrgicas y los de emergencia no tenían viseras». En esa oportunidad también notó que «en el triage, en la sala de espera, había niños, adultos y ancianos todos mezclados».
El resultado de la tomografía indicó que Sagnay debía ser hospitalizada. Al no tener recursos para pagar una internación privada, debía recurrir nuevamente a un hospital público en Guayaquil. Al volver al hospital, a fines de marzo, volvió a encontrarse con un panorama desolador.
A la médica le indicaron que había una cama en la que podían ingresarla. Sin embargo, lo visto en el centro de salud la hizo rechazar el ingreso. «No me ingresé porque temí nunca regresar. Hice tiempo y en la madrugada acudí a otro hospital público», narró. Efectivamente, logró ingresar en el Hospital de Milagro, una pequeña ciudad a 45 kilómetros de Guayaquil. Allí, donde conocía a algunos colegas, su percepción mejoró: había una «excelente atención» para ella y otros pacientes.
En busca de las medicinas contra el coronavirus
Cuando, el 23 de marzo, el viceministro de Salud ecuatoriano, Ernesto Carrasco, dijo en una entrevista con el canal de televisión Teleamazonas que el uso de cloroquina en pacientes con coronavirus «evita la progresión de neumonía severa» al menos en el 50% de los pacientes, la demanda de la droga se disparó en las farmacias.
Se trata del mismo medicamento utilizado habitualmente contra la malaria y el lupus y que ya es utilizado para tratar el COVID-19 en países como China, Rusia o Francia. También había sido comentado por el presidente estadounidense, Donald Trump, como una posible alternativa. En América Latina, ya se iniciaron pruebas en Brasil, Venezuela, México y Ecuador.
Ingresada en el Hospital de Milagro, Sagnay vio con «impotencia» que en ese centro, a pesar de tener mejores capacidades de atención, tampoco tenían cloroquina para tratar a los pacientes con coronavirus. Tanto ella como su familia intentaron conseguirla en farmacias y laboratorios pero también se había agotado. Para la médica, las palabras en televisión del viceministro desataron una demanda que ocasionó que «se desabastecieran todas las farmacias».
«La gente tiene miedo y muchos compraron medicinas sin necesitarla y se están automedicando por el error que este señor (el viceministro Carrasco) comete», sostuvo Sagnay.
La médica y su familia debieron recurrir a las redes sociales y a la asistencia de expacientes para encontrar cloroquina en otras ciudades de Ecuador. Su esposo debió viajar para conseguirla. Mientras tanto, Sagnay ya padecía cianosis —un cuadro que implica una coloración azul de la piel producto de la falta de oxigenación— y estaba a punto de ser trasladada a terapia intensiva
«Bajo mi propia responsabilidad tomé antirretrovirales, aunque el infectólogo recetó otras cosas», admitió Sagnay, en referencia a la combinación de cloroquina con antirretrovirales que comienza a estudiarse como una posible solución. Según la psiquiatra, «el tratamiento funciona si se da a tiempo junto a otros medicamentos complementarios».
El caso de Sagnay no es tan aislado. Desde que comenzó el brote de coronavirus en Ecuador, ya hay 30 médicos fallecidos tras contagiarse de COVID-19 y más de 80 infectados. Una situación que acrecienta la escasez de profesionales de la salud y obliga a especialistas a realizar guardias en las que se ven obligados a practicar procedimientos en los que no están capacitados.