Julian Nagelsmann estrenó un sorprendente traje estampado de tonos platinados, señal de la importancia que se atribuye este peculiar técnico en todo lo que hace su juvenil Leipzig. La cámara le enfocaba y su expresión era de contrariedad y cierto estupor, como si, embargado por el afeite no hubiera previsto que le esperarían con un cañón cargado. Qué grande debió de parecerle Upamecano, su brillante central, cuando nadie presionaba a su mediocampo, y qué frágil que debió de parecerle toda la estructura contra un rival decidido a cortarle las líneas de pase. Fue la diferencia manifiesta entre confrontar a Simeone y a Tuchel, entre un rival que prefiere esperar y otro con órdenes de invadir. Esto hizo el PSG, dominador de la semifinal de principio a fin en una actuación que, por encima de las grandes figuras, elevó a Ángel di María, incombustible competidor a sus 32 años, protagonista para presionar, pasar y rematar.
El argentino fue el hombre más decisivo del partido. Por encima del intermitente Mbappé y el dinámico Neymar. Asaltó un escenario que no parecía destinado a su lucimiento. Sin practicar un juego de traje de luces, sino el viejo fútbol de toda la vida, con dosis de potrero, algo de picardía y mucha pasión.
El Paris Saint-Germain alcanzó la primera final de la Copa de Europa en su historia. Se trata de un hito que sus dueños cataríes perseguían con determinación desde que compraron el club en 2011. Gran parte del salto se lo deberán a Di María, por quien pagaron algo más de 60 millones de euros en 2015. Apenas una cuarta parte de lo que desembolsaron por Neymar o por Mbappé, dos de los cinco futbolistas más dotados del planeta. Dos estrellas que no siempre han puesto su alma al servicio del equipo, algo que Di María hace a la mínima. El argentino no empeña energías en trajes ni en fiestas de cumpleaños porque experimenta su carrera como una larga fiebre que solo se cura corriendo para tener la pelota otra vez en sus pies.
“Queríamos quedar en la historia del club”, dijo Di María, tras el partido; “y yo llegué al PSG para hacer historia. Jugamos al cien por cien. Sabíamos que si salíamos con toda la energía, con las ganas de llegar a una final, lo lograríamos. Salimos desde el primer minuto a comernos al Leipzig. Con el Real gané la Champions aquí en Lisboa, en 2014, y conservo buenas sensaciones de eso. Pero lo más fuerte que tenemos en este PSG es el grupo. Juegue quien juegue, los que están en el banco siempre sonríen”.
El 2-0 comenzó por el trabajo sordo de Di María. El hombre presionó al portero, Gulasci, y provocó una salida en falso. Un pase a Paredes, que se escoró y centró. Burlado Upamecano por una finta de Neymar, que amagó el disparo, la pelota acabó en el Fideo, que disparó a bocajarro.
El 3-0, de nuevo, fue producto del empeño de Di María, que en lugar de dar una pelota por perdida, en una jugada sucia, insistió. Forzó una acción que normalmente los jugadores abandonan. Robó en la izquierda, sorprendió a Mukiele, metió el centro, y Bernat lo empujó.
El PSG decidió con sus individualidades. Pero no con todas. Si la noche expuso el reverso frívolo de Mbappé, apareció Neymar para romper y Di María para matar. El Estadio da Luz, recinto que le vio jugar con el Benfica, donde luego levantó la Décima con el Madrid después de un partido heroico, fue el testigo vacío de su penúltima batalla.