Durante 2021, Lucio Dupuy asistió a la salita de 4 del Jardín de Infantes Nucleado (JIN) N°7 de Santa Rosa, en La Pampa, a 20 minutos a pie de la casa de Allan Kardec al 2385, en la que era sometido a maltratos físicos y psicológicos por parte de sus asesinas, su madre, Magdalena Espósito Valenti, y su entonces novia, Abigail Páez.
La mención a ese establecimiento apareció varias veces en las conversaciones por WhatsApp entre las dos condenadas a prisión perpetua por el homicidio calificado por alevosía y ensañamiento (en el caso de Páez, se sumó el delito de abuso sexual). A ambas, les preocupaba que las maestras descubran las marcas que dejaban sus golpes y que Lucio hablara sobre sus padecimientos.
Cuando Argüello le levantó la remera, vio cicatrices en tórax de larga data y una escoriación en la cara interna del muslo izquierdo. Cuando lo rotó, notó las lesiones en la espalda: una marca de una zapatilla y un hematoma muy grande en la región del glúteo derecho. “Eran golpes y patadas, sobre todo en la espalda. El golpe sobre el glúteo era muy grande, abarcaba casi todo el glúteo”, declaró el médico en el juicio.
En el debate en el Tribunal de Santa Rosa también declararon las maestras de Lucio y la directora del Jardín, que no se percataron del horror que padecía el niño. Entre ellas, estaba la docente de música que estuvo con el grupo de la salita de 4 un día antes del crimen. Así, se conformó una figura incómoda, inquietante: el último día de Lucio con sus docentes antes de ser finalmente asesinado a golpes.
La docente de música indicó que ese jueves 25 de noviembre, Lucio le contó que había comido chocolate en la casa de un amigo y que había vomitado sangre, pero que “estaba bien”. La maestra les mostró videos en celular a los niños y luego realizó un ejercicio de relajación que consistía en tomar aire por nariz y boca, luego recostarse.
Cuando estaba por finalizar, Lucio le dijo que le dolía la espalda, contó la mujer en la sala del Tribunal de Audiencias. Le indicó, entonces, que se quedara sentado. Recordó que Lucio miró al resto de sus compañeros, todos tendidos en el piso y Lucio se acostó de costado. “Los saludó con puñitos”, dijo. Fue su última clase con él.
Sostuvo, al mismo tiempo, que “nunca vio a Lucio decaído, con sueño, siempre entraba con una sonrisa, nunca lo vio golpeado”. También señaló que el niño “se destacaba en la clase, era mediador con sus compañeros y activo”.
La maestra a cargo de a sala, también dio su testimonio e indicó que “Lucio se integró al Jardín a principio de año cuando arrancaron las clases, en marzo, no recuerda el día; se integró bien era un grupo en el que a ninguno le costó la integración, era año de pandemia”. “No hubo actividad con la familia”, agregó.