Un equipo de Newsweek Argentina viajó una semana al sur para indagar en los puntos oscuros del acuerdo de Argentina con China para instalar un observatorio espacial. Las sospechas de los vecinos y los reproches de Washington.
En Las Lajas no hay secretos. En un pueblo como éste, de apenas cuatro mil personas, todos se conocen con todos. Los romances, las peleas, los embarazos y los golpes de fortuna tardan nada en llegar a los oídos de todos sus habitantes, cuya vida, en su mayoría, gira alrededor de la escuela, de la Municipalidad o de los puestos de Gendarmería que hay por la zona. Esa es una máxima que funciona para todo lo que sucede en este pedazo de tierra de Neuquén salvo por un detalle para nada menor: nadie sabe nada, pero nada de nada, de la base satelital que la República Popular China levantó al lado de ellos.
Es una historia rodeada de misterio desde el minuto cero. “Los chinos”, como se los llama a secas en Las Lajas, desembarcaron sin previo aviso a mediados del 2014. Una decena de ellos contrató mucha mano de obra, muy bien paga, de la zona: fueron unos 270 trabajadores argentinos afectados a la obra civil y unos 30 profesionales y técnicos llegados desde el país asiático.
A los primeros, que eran oriundos de localidades cercanas, los llevaban en ómnibus cada día. A los chinos, en cambio, se los alojó durante dos años en casas que alquilaron o en el único hotel que hay en el lugar, hasta que una mañana se fueron con el mismo sigilo con el que habían llegado. Eso fue en el 2017, cuando terminaron de construir un complejo que cuenta con cocina, dormitorios, un gimnasio y el radar, que se supone que es para avanzar en la exploración de la Luna, en un paraje desértico al lado de la ruta 31. Sin siquiera despedirse se fueron a vivir allí, y desde entonces su presencia cercana es poco menos que una leyenda urbana, un lienzo en blanco que los lajeños pintan con sus propias ideas, esperanzas o, sobre todo, temores.
Es que los fantasmas que crecen alrededor de las 200 hectáreas que el gobierno de Neuquén le cedió a China por un lapso de cincuenta años están más que justificados. Nadie puede entrar a la base -que técnicamente es territorio tan chino como Pekín-, nadie sabe realmente qué pasa ahí, nadie confía en que la imponente antena de 35 metros, el corazón del sitio, se usa solamente para fines civiles, nadie habla con los seis chinos que, se supone, viven ahí durante seis meses hasta que los reemplaza otro contingente, y la lista de misterios podría seguir.
Es esa nube de desinformación la que alimenta las suspicacias en Las Lajas. “Los chinos nos metieron el COVID en el 2019. Hay que ver que están preparando ahí ahora”, dice Julio Hernández, el kioskero del pueblo. “¿En serio nos quieren hacer creer que hicieron todo este lío en la otra punta del mundo sólo para explorar la Luna? A mí no me cierra”, cuenta Carla Villalba, maestranza de la Municipalidad. “Tienen toda la base conectada con pasajes subterráneos, por eso podes estar un día entero enfrente del lugar y no ver a nadie, se mueven por abajo, es todo muy raro”, asegura Oscar Sánchez, dueño de un restaurant frente a la entrada del pueblo al que los chinos contrataron para un catering el día de la inauguración, aunque le hicieron dejar la comida en la puerta. Algunos comentarios, sin embargo, son mucho más terrenales.
“En la entrada del lugar los custodia la Policía de Neuquén, que debería cuidarnos a nosotros porque la pagamos con nuestros impuestos, y cuando bajan al pueblo todo lo que compran lo hacen sin pagar IVA. Son unos vivos bárbaros”, narra Sandra Bermúdez, una almacenera que nació en Avellaneda, Buenos Aires, y que hace un año se mudó a Neuquén.
Ese es un punto clave en toda esta historia, parte de una rutina fantasmagórica que alimenta el enigma. Es que los chinos rompen su vida de clausura cada una semana o diez días, cuando “bajan” -el verbo que usan todos, a pesar de que la base y el pueblo están prácticamente a la misma altura- a Las Lajas, para comprar víveres y reabastecerse, la única oportunidad en la que se dejan ver. Son visitas relámpago, que no duran más de quince minutos, y que siempre son idénticas: dos o tres chinos llegan con su Toyota Hilux gris al supermercado “Argen-chino” que está en la esquina de Saavedra y la avenida principal, Julio A. Roca, donde los espera “Lili”.
La desinformación hace crecer los mitos entre los vecinos de Las Lajas
La dueña del local tiene un privilegio literalmente único en Las Lajas: sólo ella, también nacida en China, tiene línea directa con los que viven en la base. En el arranque del 2018, unos meses después de la inauguración del complejo, “Lili” abrió su comercio, una coincidencia que a más de uno le llamó la atención. Ahora es ella quien recibe a los chinos, con el encargo de víveres que le hicieron por mensaje de Whatsapp ya listo, y quien los acompaña en el único paseo a pie que hacen fuera de la base. Son los diez metros que separan al supermercado de la carnicería “Las tres efes”, la única de su tipo en Las Lajas, donde “Lili” oficia de traductora para que los chinos se lleven carne, en su mayoría de cerdo. “Parecen amables, pero son callados, no saben hablar. Si no estuviera ‘Lili’ no sé cómo harían”, dice Atricia Castaño, que está al frente del local desde 1977.