Sorprendente artefacto. De acuerdo con los investigadores, el objeto permaneció enterrado bajo el hielo durante más de mil años, y solo el calentamiento global permitió que finalmente saliera a la luz.
Un descubrimiento arqueológico en las montañas del centro de Noruega sacó a la luz un objeto extraordinario que había permanecido más de mil años enterrado bajo el hielo: un esquí de la Edad del Hierro, sorprendentemente bien conservado gracias al retroceso de los glaciares causado por el calentamiento global, según publicó Canal 26.
La pieza, tallada en madera de abedul, fue hallada a pocos metros de otra muy similar, descubierta siete años antes y fabricada en madera de pino. Ambos fueron datados mediante análisis de radiocarbono y todo indica que fueron utilizados como un par, a pesar de estar hechos con materiales distintos.
Según Lars Holger Pilø, arqueólogo y codirector del proyecto Secrets of the Ice, se trata del par de esquís prehistóricos mejor conservado del que se tiene registro. Su excelente estado de conservación permite realizar réplicas funcionales y estudiar cómo se desplazaban en invierno los habitantes de zonas montañosas durante el primer milenio.
Los seres humanos se desplazaban por terrenos montañosos a pesar de las condiciones extremas
El esquí fue hallado en Digervarden, una zona situada por encima del límite del crecimiento de los árboles, lo que indica que ya en la Edad del Hierro los seres humanos se desplazaban por terrenos montañosos, incluso durante los meses más fríos. A pesar de las condiciones extremas, estas áreas eran utilizadas y aprovechadas, especialmente con fines de caza.
El descubrimiento se enmarca en un período de enfriamiento climático conocido como la Pequeña Edad de Hielo Tardía, que tuvo lugar entre los años 535 y 660. Según el arqueólogo Lars Holger Pilø, “cuando la agricultura dejó de ser viable en las alturas, las comunidades intensificaron la caza de renos”. El hallazgo de numerosas puntas de flecha en la zona respalda esa teoría.
Para encontrar objetos como este, los arqueólogos especializados en zonas gélidas priorizan la exploración de placas de hielo inmóvil, más estables que los glaciares en movimiento, donde los restos suelen dañarse con mayor facilidad. Se apoyan en imágenes satelitales, drones y también en el aporte de excursionistas para identificar sitios con potencial arqueológico.
Aunque en algunos casos basta con que el hielo se derrita para dejar al descubierto los objetos, en este caso fue necesario el uso de herramientas manuales para extraer la pieza sin dañarla. Como señaló Pilø, “el retroceso del hielo, aunque impulsado por el cambio climático, se ha convertido en un aliado involuntario de la ciencia”.