Ayelén ya tenía una tecnicatura en Turismo. Ahora es abogada.
Por Carlos Hughes / Twitter: @carloshughestre
Es de Trelew. Ya antes, había obtenido una tecnicatura en Turismo. La semana pasada rindió la última materia en Abogacía. Además, hace 11 meses que es mamá de Lisandro.
Ayelén tiene la sonrisa franca y la palabra fácil, una edad indefinida, un porte resuelto y una vida de obstáculos que ella describe, sin embargo, desde el pragmatismo. Si no se conociera su singular realidad, y solamente se atendieran sus argumentos, su posición ante la vida generaría el equívoco de conjeturar con facilidades y no inconvenientes, que de eso trata.
Todo en ella ha sido como mínimo diferente, trabajoso; un camino pedregoso transitado desde el esfuerzo y la entrega, siempre en generosas dosis. Llegó al mundo con desventaja pero ha ganado, viene ganando, esa gran carrera con obstáculos que ella sortea con naturalidad rasa.
Como dos de sus cuatro hermanos, Ayelén Zárate nació ciega. Pero su comprensión del mundo, que construyó desde la educación de una madre firme, sin condescendencias, y un esfuerzo que en ella se exhibe de lo más natural, va mucho más allá de un par de ojos.
El lunes por la tarde, en un aula de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, escuchó la palabra mágica. “Aprobada”, le dijeron sus profesores Fernando Gélvez y Leticia Brun, los últimos ya de la carrera de abogacía, y ahí se enteraron también de la novedad, pues ella sólo atinó a contestar lo que tanto tenía guardado y no la había dejado dormir la noche anterior: “Entonces me recibí”, dijo, y le salió esa sonrisa amplia y deliciosa que de todo se apodera en un instante, como un hechizo. Porque Ayelén cautiva así. También así.
Su falta de visión, que en ella no constituye coartada alguna, fue apenas uno entre otros escollos en su búsqueda de ese título: hace 11 meses que comparte su vida con Lisandro, su pequeño, y lleva ya dos años viajando día tras día a Rawson, pues trabaja en la casa madre de SEROS, la obra social de los empleados provinciales.
“Al principio costó, supongo que al resto le costó, pero como les pasa a todos aquellos que ingresan a un trabajo nuevo, en un lugar desconocido, con gente a la que tampoco conoce”, explica, con imbatible naturalidad, sobre su trabajo.
Ayelén estudió, como trabaja, con la asistencia de la tecnología. Un software especial que lee textos, y los propios libros ya digitalizados, conforman su material, más los apuntes –obviamente- de cada clase. Pero no siempre las cosas resultaron así para ella: su escuela primaria y secundaria, además de la tecnicatura en Turismo que obtuvo antes de comenzar abogacía, fue en base a textos en braille, más engorrosos de manejar. Incluso fue así durante el primer año en la universidad. Los adelantos llegaron para allanarle el camino, aunque nada hubiese podido con su determinación.
“La realidad es que yo no encontré ningún impedimento para hacer la carrera”, dice, y cuenta que “le busqué la vuelta para que no tengan que adaptarse a mí, sino yo a ellos”. Y en esa línea es que “siempre pedí hacer los exámenes orales y escritos pues nunca quise que me trataran diferente”. Nada de estratagemas atadas a su condición.
El contexto familiar, reconoce, ayudó a construirle una postura ante la vida. “Soy positiva, seguramente porque mi madre nos hizo así”, explica, recordando que dos de sus cuatro hermanos son también ciegos. Se trata de “una hermana, casada, con dos hijos y un hermano que el año que viene se va a estudiar psicología”, narra.
“A veces es como que –aquellos que tienen algún impedimento físico- se quedan en su situación y no tratan de salir adelante, y eso hace que la sociedad los vea diferente. Suelo escuchar entrevistas y no saco nada en concreto”, señala, y advierte que “si queremos que la sociedad nos incluya, no debemos auto marginarnos. Es cierto que hace falta que algunas cosas se adapten, pero también tenemos que adaptarnos nosotros”, opina.
Y cierra, entre risas, con una frase de abogada: “Nunca pretendí que me tengan lástima, como yo tampoco le tengo al resto”. Es la médula de su carácter.
Entre tantas lecciones que deja, acaso valga la pena destacar algo que Ayelén no explicita pero que aplica rigurosamente: cuando se ama algo sinceramente, sin miramientos, como ella ama esto que ahora es su profesión; no existen los obstáculos, y los problemas que surgen en el camino se vuelven efímeros. No se claudica ante el primer impedimento, ni el segundo, ni el tercero.
Pues si la pasión en sincera, no se claudica jamás.
Ayelén no lo hizo. Y vive el mundo que ella misma se construyó.