Hace tiempo se advierte que la situación de los pueblos originarios se agrava. Habrá sangre, cada vez más sangre si el Estado no comprende que en Argentina no todos bajamos de los barcos.
Por Marcelo Valko
Estuve en la recuperación de tierras de Cushamen (Chubut) en la primavera de 2015 y pude advertir la gravedad de la situación. De un lado la determinación mapuche por recuperar sus tierras ancestrales que el Estado nacional había malvendido a la firma Benetton, y del otro, la legalidad de la injusticia ejercida por la provincia.
La asociación de Trabajadores de la Educación de Chubut (Atech) y los equipos de interculturalidad de los Institutos de Formación Docente de de Pueblo y El Bolsón me llevaron a dar una serie de conferencias. En ese marco, fui invitado a la recuperación. Los jóvenes que volvían a habitar las tierras de sus abuelos habían pasado un invierno duro, pero allí estaban, seguros, firmes y sonrientes. Hablamos. En ningún momento pretendían quitarle nada a nadie, al contrario, el Estado que siempre estuvo controlado por las elites económicas, les había arrebatado lo que les pertenecía como pueblo.
La Gendarmería podía aparecer en cualquier momento como tiempo después sucedió. Pero ellos regresaron con la tenacidad mineral de la tierra.
Quienes venimos transitando lo que tiene que ver con los pueblos originarios, hace tiempo advertimos que la situación se agrava cada vez más. Habrá sangre, cada vez más sangre si el Estado no comprende que en Argentina no todos bajamos de los barcos.
Aquella mañana en Cushamen, mientras observaba a los compañeros mapuches hablar sobre su determinación, con su manera de plantarse en el mundo y decir “ya basta, ya es suficiente”, comprendí a nivel piel lo que había entendido a nivel intelectual unos años antes, cuando Amancio de la nación qom me dio una lección sobre los verdaderos dueños de la tierra. Tras hablarme de estrellas y mandiocas, me dijo que cierta vez cuando era niño, su papá lo llevó al cementerio y le explico “acá está enterrado el abuelo, y el abuelo del abuelo, y tantos otros abuelos. Todos enterrados acá”.
El padre de Amancio no agregó nada más sobre el tema. Sin embargo, con ese recuerdo de su infancia me hizo comprender sin decirlo explícitamente, que me estaba exhibiendo los títulos de propiedad comunitaria. Su padre se los había enseñado al mostrarle el lugar donde descansan sus ancestros.
Esa es la cuestión. En líneas generales no poseen papeles foliados, carpetas membretadas, ni escrituras selladas por escribanos. Difícil tener semejantes documentos cuando el Estado nacional se dedicó con ahínco “al barrido de toldos”, al traslado forzoso de los sobrevivientes y al lavado de nombres salvajes por otros civilizados tal como lo estipulaba la Constitución al mandar “la conversión de indios la catolicismo”.
Ahora bien, el padre de Amancio, un hombre de pocas palabras, le explicó en un solo renglón que la tierra es de quien la habita y habitó, y que los muertos ancestrales son sus legítimos títulos de propiedad. Se trata de las tierras donde vivieron siempre. En el Lof Cushamen ocurre lo mismo. Solo que en este caso, cumpliendo la premisa de Zeballos, el mentor de la Construcción del Desierto que ejecuta Roca, vaciaron de vivos y muertos la región.
Cualquiera puede leer a Zeballos cuando dice: “La barbarie esta maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos”. Ese es el problema. No los indios, ni los qom ni los mapuches. El problema es la criminal represión ejercida por la Nación y la Provincia sobre la recuperación de tierras realizadas por los mapuches en un enorme feudo comprado por Benetton.
El problema es la construcción ejercida por el Estado sobre el otro étnico. En su malsana visión existen sólo tres tipos de indios, por cierto, bastante diferentes entre sí. El más atrayente de todos ellos es el primero: el indio muerto. Es el espécimen por antonomasia que conservan celosamente los museos. Es el preferido por los académicos. Es un “tema” que da prestigio y a través del cual es relativamente posible conseguir subsidios para investigaciones.
El indio de la repisa, se encuentra inmóvil, quieto, sin el menor atisbo de movimiento ni rebeldía. Es muy agradable de etiquetar y permanece quietito en el estante donde se lo rotula invariablemente en tiempo pasado: habitaban, creían, cazaban, comían. Son los ocupantes de una la vitrina que los vacía de ser, son la ausentificación de su presencia.
El segundo ejemplar, todavía presenta rasgos que lo hacen agradable. Es el indio fenomenizado. Oscila entre lo circense y caso de libro, fluctúa entre lo exótico y lo folklórico. Espectáculo o caso antropológico. El indígena, visto como un ser de costumbres e indumentaria extraña que es tanto más atractivo cuanto más alejado del centro académico se encuentra.
Obviamente ningún aborigen cercano puede ser un fenómeno atrayente, el prestigio de su estudio se incrementa en virtud de la lejanía y de la dificultad para adentrarse y observarlo en su “hábitat”. No causa problemas siempre y cuando se mantenga dentro de esos parámetros de exotismo, es decir, danzando y pronunciado conjuros a la naturaleza en dialectos desconocidos. No molesta en absoluto y en su derredor termina construyéndose hasta una corriente de etnoturismo o turismo arqueológico que pronto puede degenerar en la ayahuasca-tour o peyote-tour como tuve oportunidad de ver en México y Ecuador. Incluso puede devenir en fugaz artista televisivo grabando algún CD utilizando sus “primitivos” instrumentos musicales.
Sin embargo, cuando un indígena advierte que sus bosques son arrasados por la soja, cuando extraen recursos naturales como el petróleo destruyendo el medio ambiente que rodea a su comunidad, cuando abandona su tierra corrido a tiros por empresarios privados o directamente por el poder omnímodo del Estado como el caso de Cushamen y tantos otros, deja de causar la simpatía que provoca el exotismo, o la seguridad que brindan los rótulos.
En Cushamen como los mapuches alzaron la voz exigiendo justicia justa, verdad verdadera, palabras ciertas y no promesas para salir del paso comienzan a molestar. ¿Qué pretenden? Ese mapuche que vive, que es real, que transpira y sueña, al que le fue arrebatado todo y necesita su lugar en el mundo, indudablemente molesta. Incomoda su tenaz y cariñoso arraigo a la tierra.
Y es que son “tierra que camina” como los denominó alguna vez Atahualpa Yupanqui. El indio vivo siempre molestó. Desde Roca, desde Sarmiento, desde Mitre y después también como lo demuestra la presidencia Macri y la gobernación Das Neves.
A muchos los sorprendió el tema, pero Cushamen no estalló hoy, ni esta semana. Emerge del fondo de una historia que hizo un país a la medida de grupos económicos donde muchos sobramos. Cushamen emerge de un fondo de injusticias que ni siquiera fue originado por este gobierno o el anterior. Aunque vale recordar, y el acampe qom de la 9 de Julio es un ejemplo cabal donde primero fueron ignorados por la doctora Kirchner y luego traicionados por el ingeniero Macri tras prometerles cualquier cosa que sonara bien y que se tradujo en lo que estamos viendo en Chubut.
Marx señaló alguna vez que en los países centrales el capitalismo trata de guardar alguna forma, pero se pasea desnudo en la periferia. Y esa desnudez pornográfica es la que vemos en la represión de Cushamen.
El indio vivo que camina, que come, que necesita un espacio, que transpira y que sueña y que no quiere bailar para la National Geogrphic ni quedarse inmóvil en una repisa, siempre causó fastidió, siempre sobró en los planes de aquel sector que aborrece que el azar geográfico nos situó en Sudamérica limitando con Bolivia y Paraguay, en lugar de hallarnos en algún sitio cool entre Francia e Inglaterra.
Aun no llegó el Nunca Más de los Pueblos Originarios. Siempre es Más. Siempre Más. Sin embargo, observamos que ante la aberración de lo ocurrido, hubo una reacción popular que imposibilitó un “barrido de toldos” a gusto del paladar de los CEOS. La lucha por recuperar la identidad, la cosmovisión y la tierra es un proceso lento. Pero estoy convencido al igual que el poeta Mario Benedetti que “es lento, pero viene, es lento, pero viene…”.
*El autor escribió, entre numerosos textos, Cazadores de Poder; Viajes hacia Osvaldo Bayer; Desmonumentar a Roca; Ciudades Malditas Ciudades Perdidas; Pedagogía de la Desmemoria; Descubri MIENTO de América y Los indios invisibles del Malón de la Paz