Ocurrió el 13 de noviembre de 1946. Una nube se extendía por el monte Greylock (Massachusetts) cuando de repente una avioneta pasa a través de ella. En pocos segundos la nube cambia de aspecto y comienza a soltar nieve. Un hombre ve la escena emocionado desde abajo. Había descubierto que podía alterar el tiempo.
Con toda probabilidad, casi nadie en el área habría notado que nevó ese miércoles. Los escasos copos de la nube cúmulus que cayeron sobre Massachusetts se derritieron y evaporaron antes de que llegaran al suelo. Incluso si alguien hubiera mirado hacia arriba y hubiera notado la precipitación que caía de la base de la nube, no podían haber adivinado la importancia de ese discreto espectáculo natural. Para ello, ese hipotético observador habría tenido que saber la conexión que existía entre el avión y la nube.
A bordo de aquella avioneta se encontraban el investigador Vincent Schaefer y el piloto Curtis Talbot. Ambos acababan de ascender a una altura de 4 mil metros a través de la nube, momento en el que Schaefer había vertido más de 1 kilo de partículas de hielo seco por la ventana de la avioneta. Al poco tiempo de lanzarlos se había obrado el milagro: la nieve comenzaba a caer de la franja de nubes sobre la que acababan de pasar. Schaefer miró a Talbot emocionado y únicamente acertó a decirle dos palabras:
– Lo logramos.
Cambiando el tiempo
Aquel día, histórico en muchos sentidos, parecía como si el hombre hubiese hecho realidad uno de esos sueños imposibles. Ni implorar a los dioses, ni supersticiones del pasado, ni hechizos, ni bailes que atraigan a la lluvia ni si quiera esos rezos que se han repetido a lo largo de la historia en las diferentes religiones. Schaefer había logrado lo imposible, había hecho nieve sobre Pittsfield.
Al día siguiente el mundo entero aprendió sobre el experimento de Schaefer. El New York times publicó un artículo bajo el título de Three Mile Cloud Made into Snow. Mientras, el medio Berkshire Evening Eagle publicó una pieza sobre el investigador donde venía a decir que aquella proeza venía de un tipo que ni siquiera había acabado la escuela.
Era verdad. Schaefer nunca se había graduado. De hecho, había adquirido la mayoría de los conocimientos enciclopédicos que poseía sobre física y química durante el periplo que pasó trabajando para General Electric, espacio bajo cuyos auspicios también condujo los experimentos como el descrito al comienzo. En aquella compañía se encontraba el jefe del laboratorio, Irving Langmuir, quién a menudo decía con optimismo que llegaría el día en el que podría modificar el clima con la técnica del hielo seco sobre las nubes. Langmuir pensaba que podría utilizarse para evitar fuertes nevadas fuera de las áreas urbanas o incluso proporcionar nieve a aquellas zonas turísticas que no tuviesen en invierno.
Por aquellas fechas Irving Langmuir no era un cualquiera. El hombre ya había ganado el Premio Nobel de Química por el descubrimiento casual de ciertas propiedades inesperadas en la acción de la lluvia y la nieve. Durante la Segunda Guerra Mundial había estado trabajando con Schaefer en el problema de que los aviones se cargaran con electricidad estática durante las tormentas de nieve, lo que podría interrumpir sus comunicaciones de radio.
Así fue como comenzaron los experimentos en Mount Washington, según ambos investigadores “el hogar del peor clima del mundo” en el noreste de Estados Unidos. Así también fue como tropezaron con un fenómeno notable: cada vez que soplaba un viento frío, todos sus equipos se cubrían instantáneamente con una fina capa de hielo. Para ambos estaba claro que bajo aquellas circunstancias el aire estaba lleno de diminutas gotitas de agua sobreenfriada que estaban esperando una oportunidad para congelarse en la antena de un avión.
Rápidamente, los dos investigadores abandonaron su estudio sobre las comunicaciones de radio y se dedicaron a investigar el funcionamiento interno de las nubes. Por aquellas fechas ya se sabía que el agua dentro de una nube no siempre se congelaba tan pronto como la temperatura bajara por debajo de cero (lo que se denomina gotas sobreenfriadas). La pregunta clave era ¿por qué? o ¿por qué algunas nubes en invierno liberan nieve, mientras que otras nubes igualmente frías contenían gotas de agua sobreenfriada que se negaban a formar cristales de hielo?
Las gotas de agua en forma de nube se generan alrededor de “núcleos de condensación” microscópicamente muy pequeños, tanto como una partícula de polvo. Unas gotitas que a menudo son tan diminutas que se necesitan millones de ellas para hacer sólo una de las gotas de lluvia que cae a la tierra.
Si la temperatura de la nube está por encima del punto de congelación, entonces una gota de lluvia se formará a través de las pequeñas gotas que chocan. Sin embargo, lo normal es que una nube se disperse antes de que las gotas hayan alcanzado el tamaño necesario para causar la precipitación, de forma que no se forma lluvia alguna.
Si la temperatura de la nube es inferior a cero, entonces las gotas de agua pueden congelarse en cristales de hielo microscópicamente pequeños sobre los cuales otras gotas se congelarán a su vez hasta que se forme una acumulación capaz de caer a la tierra (ya sea como nieve o en forma fundida como lluvia). Y mientras todavía se encuentran dentro de la nube, los pequeños cristales de hielo se desprenden de las escamas, lo que a su vez se convierte en el núcleo para que las otras gotas de agua se congelen alrededor.
Ocurre que esta reacción en cadena no se da en muchas nubes. Y Langmuir y Schaefer querían saber la razón.
Nieve de laboratorio
Mientras Langmuir avanzaba en el problema a través de teorías, Schaefer intentó investigar el fenómeno desde el laboratorio. Así fue como descubrió que el hielo seco (dióxido de carbono sólido) tenía la capacidad de convertir gotitas de agua en cristales de hielo. Fue un encuentro fortuito, ya que el científico intentaba provocar un descenso de temperatura en un congelador mediante la introducción de hielo seco.
Ocurre que el fenómeno se dio en el aire encerrado del congelador. ¿Qué hizo entonces? Observar qué pasaría si se dispersa hielo seco en una nube de gotas sobreenfriadas. Si las cosas en el mundo natural se comportaban de la misma manera que en la cámara frigorífica, aquellos cristales de hielo podrían producirse fácilmente: todo lo que requerían era enfriar partes de la nube a -39º C. Precisamente lo que hizo cuando se deshizo de su carga desde la avioneta.
Para obtener una comprensión precisa de lo que pasó se tuvieron que llevar a cabo una serie de cálculos exhaustivos. Con este fin Langmuir contrató los servicios del físico Bernard Vonnegut, cuya tarea era averiguar cuánto hielo seco se necesitaba para producir la cantidad de cristales de nieve. Al hacer estos cálculos Vonnegut tuvo una idea novedosa: si los primeros cristales de hielo eran capaces de instigar la reacción en cadena que condujo a la formación de nieve en el laboratorio, ¿por qué no deberían funcionar otras sustancias con una forma similar a los cristales de hielo? Vonnegut estudió la estructura cristalina de más de mil sustancias y finalmente seleccionó tres para probar en el congelador.
Tras varios fracasos uno de ellos funcionó. Se trataba de yoduro de plata, lo que inmediatamente causó que la nube en miniatura en el congelador comenzará a nevar, aunque en contraste con el hielo seco, a una temperatura muy superior a los -39º C.
Por tanto, los investigadores tenían dos métodos posibles de producir los primeros cristales de hielo dentro de una nube: o bien asegurándose de que la temperatura estaba por debajo de -39, o bien arrojar sobre la nube cristales de yoduro de plata. Mientras tanto, Schaefer se dedicó a realizar una serie de pruebas en vuelos con hielo seco. En uno de ellos tuvo tanto éxito que incluso desde la propia General Electric comenzaron a estar nerviosos sobre los avances de ambos investigadores.
Ocurrió el 20 de diciembre de 1946. Ese día Schaefer pasó con la avioneta sobre la ciudad de Schenectady en el norte de Nueva York con 11 kilos de hielo seco. Pasadas dos horas empezó a nevar… y ocho horas después aún seguía nevando. De hecho, fue la mayor nevada de todo el invierno de ese año.
Si bien Schaefer siempre dijo estar seguro de que él no fue la causa de la esos más de 12 centímetros de nieve que cayeron, los abogados de general Electric no estaban dispuestos a dejar que aquello fuera a más, por lo que paralizaron todas las pruebas durante un tiempo.
Poco después Langmuir finalmente consiguió que los militares estadounidenses se interesaran en su investigación. En febrero de 1947 se inauguraba el denominado como Project Cirrus donde se desplegó por primera vez el yoduro de plata. La sustancia tenía la ventaja de que ni siquiera necesitaba de un avión. Los investigadores podrían simplemente producir humo con yoduro de plata bajo una nube de aspecto prometedor y esperar a que el humo ascendiera hasta la nube.
Sin embargo, el proyecto fue objeto de críticas muy pronto e incluso algunos de los científicos implicados acusaron a Langmuir de llevar a cabo una interpretación demasiado optimista en sus datos. Por ejemplo en octubre de 1947, cuando trató de disminuir la fuerza de un huracán inyectándole un gran número de núcleos de condensación, perturbando así el impulso de la tormenta.
De hecho, apenas comenzaron a dejar caer las partículas de hielo seco, el huracán realizó un giro de 90 grados. No es que fuera una maniobra adversa para un huracán, pero Langmuir estaba convencido de que él era el responsable de desviarlo de su curso original. Además, más tarde afirmaría que las pruebas que había realizado en Nuevo México habían provocado la caída de la lluvia en el delta del Mississippi a más de 600 kilómetros de distancia, y eso a pesar de que no había pruebas que sugirieran que los dos eventos estuvieran conectados.
Los críticos de Langmuir sostuvieron que cualquiera que supiera algo sobre el tiempo tendría mucho cuidado de contar afirmaciones tan fantásticas. Poco después aparecía un estudio de la Oficina Meteorológica de Estados Unidos llegando a la conclusión de que la acción en las nubes de Langmuir no era especialmente relevante para la economía.
En 1957 Langmuir murió, y hasta el último día se mantuvo inflexible sobre la importancia de sus experimentos. Aunque nadie dudaba de que la siembra de nubes con núcleos helados condujo a la formación de cristales de hielo, muchos expertos pensaron que no había ninguna base para afirmar que esto, en última instancia, causaba más lluvia. El análisis estadístico del científico fue posiblemente inadecuado, y hasta el día de hoy el procesamiento de datos sigue siendo un verdadero problema para los productores de lluvia, ya que (a diferencia del congelador de Schaefer) nunca se puede estar seguro al realizar experimentos en la atmósfera variable.
Después de que Cirrus llegara a su fin en 1953 Schaefer continuó trabajando en varios estudios sobre problemas meteorológicos. El hombre murió en 1993 a la edad de 87 años en Schenectady, el mismo lugar donde había causado (o no, según el caso) la mayor nevada del invierno de un año.
Aunque a menor escala, actualmente la investigación para la creación de un clima a la carta continúa. Por ejemplo a través de la Weather Modification Association, la cual celebra una conferencia anual sobre los avances en la materia. También hay una serie de equipos de investigación que tienen la intención de realizar experimentos en el futuro, aunque hoy todos tienen claro una cosa: el tiempo es demasiado complicado para ser susceptible a la manipulación con métodos como los de Langmuir.
Hace no mucho Vladimir Putin quiso asegurarse de tener buen tiempo para las celebraciones del 300 aniversario de la fundación de San Petersburgo. Un presupuesto millones de euros se había reservado para diez aviones de la Fuerza Aérea Rusa que tratarían de detener las nubes de lluvia que se acercaban antes del festival a través de la técnica de siembra de nubes. Como anunció el Servicio Meterológico de Rusia, la misión de los pilotos era “evitar que la lluvia arruinara la ceremonia”. Llegado el día y cuando Putin se preparaba para dar la bienvenida a sus invitados oficiales desde el exterior, los cielos se abrieron.
Este tipo de fiascos explican por qué hasta ahora hay tan pocas empresas comerciales que ofrezcan servicios como la prevención del granizo, el aumento de precipitaciones o la disipación de la niebla.
Aun así, las teorías conspiratorias sobre los Chemtrails se hacen más evidentes. ¿Cual es tu opinión? Déjanos tu comentario! ?