Generan la mitad de los puestos de trabajo y son el 90% del tejido empresarial, pero las pequeñas y medianas empresas son ignoradas por las políticas públicas de la región.
Dry Clean Express, la tintorería de Ofelia Regalado en pleno corazón de la Ciudad de México, es el vivo ejemplo de los retos que afronta una pequeña empresa en América Latina. Sus clientes salen satisfechos del local, tanto o más como de su competencia, una franquicia con una oferta similar —y precios más altos— a pocas manzanas de distancia. Y su localización es imbatible, en una zona residencial pero a un paso de los grandes bloques de oficinas del paseo de la Reforma, una de las principales arterias de la capital mexicana. Pero las dificultades para acceder a la financiación y a tecnología punta restringen enormemente sus opciones de crecimiento.
“Oportunidades no faltan, pero no siempre se pueden aprovechar”, subraya Regalado, arquitecta de profesión y con seis empleados a su cargo en las dos tintorerías que regenta. La segunda abrió sus puertas hace solo unos meses, pero ahora tendrá que echar el freno en su expansión. Las dificultades de los bancos a la hora de conceder crédito, que ahora trata de esquivar acudiendo a un programa del Ministerio de Economía, impiden invertir en nuevos equipos de trabajo: siguen haciendo a mano todos los procesos administrativos, lo que limita la exploración de nuevos nichos de negocio en línea, y sus máquinas de lavado y planchado, con casi 20 años de antigüedad, son un 30% menos productivas que las más modernas. “Contar con esa maquinaria sería mi sueño, pero sin apoyo me es imposible… Pese a tener un plan de negocio”, relata. Las franquicias y grandes tintorerías con las que compite sí cuentan con ella.
Sus problemas son comunes a prácticamente todas las mipymes (micro, pequeñas y medianas empresas) de la región. A la financiación, escasa y cara, se suman otros dos cuellos de botella: las dificultades de acceso a tecnologías de nuevo cuño y la falta de recursos humanos especializados, según corrobora un reciente estudio de Daniel Molina y Angélica María Sánchez-Riofrío, dos profesores de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo de Ecuador que firman una de las investigaciones más completas sobre las pymes latinoamericanas publicadas en los últimos años. También limitan sus posibilidades las políticas públicas —o, mejor dicho, su ausencia— y la falta de una cultura empresarial innovadora.
Pese a aportar el 51% del empleo y el 28% del PIB, las mipymes son las grandes olvidadas del ecosistema empresarial latinoamericano. “Los gobiernos de la región no han apostado por ellas y tampoco han escuchado a sus representantes”, subrayó Mario Cimoli, jefe de División de Desarrollo Productivo y Empresarial de la Cepal, en un reciente seminario organizado por el brazo de la ONU para el desarrollo de América Latina y el Caribe, y la Unión Europea en la Ciudad de México. En él, representantes de la industria y de los gobiernos trataron de establecer lazos de colaboración entre las micro, pequeñas y medianas empresas a ambas orillas del Atlántico.
Una vida corta
El ciclo de vida de las mipymes latinoamericanas es notablemente más corto que el de sus pares europeos. Mientras que la escasa información disponible en América Latina apunta a que solo el 45% de las micro, pequeñas y medianas empresas logran sobrevivir más de dos años, en el Viejo Continente —donde las compañías de tamaño reducido también tienen un peso importante sobre el universo total de empresas— casi ocho de cada diez logran superar ese horizonte temporal. Sobrepasar los 24 meses de vida, subrayan los expertos, es vital para que estos negocios ganen músculo y fortalezcan sus opciones de supervivencia futura. El efecto nocivo de esta alta tasa de mortalidad empresarial se amplifica en una región como Latinoamérica, donde montar una pyme es la vía más directa de muchos para huir del empleo informal y el subempleo. Su fracaso supone, en la mayoría de casos, volver al punto de partida: trabajos mal pagados y sin ningún tipo de seguro social.
Si logran sobrevivir, sus opciones de dar el salto a otros mercados son igualmente escasas. Las mipymes siguen siendo una pequeñísima fracción del total de empresas exportadoras de América Latina: apenas aportan el 8% del volumen total de ventas al exterior, frente al 40% de sus pares europeos.
“Las nuevas tecnologías permiten que los procesos sean más eficientes, pero también pueden impactar negativamente si los cambios no se adoptan a tiempo”, alertó Susana Duque, directora general de Programas de Desarrollo Empresarial del Instituto Nacional del Emprendedor (Inadem) mexicano, en el seminario organizado por la Cepal y la UE. “Más aún cuando en la primera década de este siglo, las TIC [tecnologías de la información y del conocimiento] han crecido a un ritmo superior al de la economía global en su conjunto”. La baja tasa de adopción de tecnología por parte de las pymes —en parte por resistencia al cambio, pero, sobre todo, por imposibilidad financiera de acceder a las herramientas necesarias— deriva en una baja productividad.
“Hay que saber leer el futuro; es importante entender qué está pasando en el mundo y por qué muchas pymes no logran adaptarse a los cambios”, abundó Cimoli. “La revolución industrial 4.0 es una realidad, estamos en una nueva etapa de organización de la producción y, aunque no todas las pymes van a poder acceder a esta revolución 4.0, hay que construir una política sabiendo que el modelo de negocio de todas las empresas va a cambiar y que ninguna va a sobrevivir sin un buen manejo de los datos”. Para que las pymes puedan subirse definitivamente al tren de la innovación, el director de la División de Desarrollo Productivo y Empresarial de la Cepal considera “clave” el trabajo conjunto del sector público y el sector privado, y la puesta en marcha de una “verdadera” política industrial.