Una semana antes de la masacre, presos políticos de tres organizaciones guerrilleras huyeron del Penal de Rawson. Solo 6 lograron escapar en un vuelo con destino a Chile. Otros 19 fueron llevados detenidos a una base naval en Trelew. El 22 de agosto de 1972 los fusilaron en sus celdas: 16 murieron, 3 sobrevivieron con graves heridas
Poco después de la 18.45 del 15 de agosto de 1972, los primeros 6 fugados de la Cárcel de Rawson abordaron el único auto que se había quedado esperándolos después de que se escuchara un tiroteo dentro del penal. Era un Ford Falcon conducido por Carlos Goldemberg donde viajaban, apretados, Roberto Quieto, Marcos Osatinsky, Fernando Vaca Narvaja, Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna. Los otros vehículos se habían alejado de las inmediaciones de la cárcel por una interpretación equivocada de lo que estaba sucediendo.
Casi al mismo tiempo aterrizaba en el aeropuerto de Trelew el avión de Austral que, apena unos minutos después sería tomado por 3 guerrilleros para completar la fuga. El avión era un BAC-111 con capacidad para más de 130 pasajeros y con combustible como para desviar el vuelo a Puerto Montt o incluso a Santiago de Chile.
Mientras tanto, los otros presos que trataban de fugarse de la Cárcel de Rawson eran unos 110: tenían el penal bajo control, pero estaban a pie. Mientras mantenían la esperanza de que volvieran los camiones decidieron llamar a taxis de la zona. Al rato se presentaron cuatro coches, y se subieron los 19 presos que seguían a los 6 que habían logrado abordar el avión de Austral y habían fugado a Chile.
El sitio duró horas. En el aeropuerto había muy pocos pasajeros, y algunos empleados de las aerolíneas, personal técnico, changadores y los dueños del bar. Los guerrilleros se instalaron en distintas ventanas y puertas para tratar de controlar la situación.
A eso de las nueve empezó el contacto con la prensa: María Antonia Berger, Mariano Pujadas y Pedro Bonet, por las FAR, Montoneros y el PRT-ERPhablaron y sus testimonios quedaron grabados como un documento histórico. Bonet habló de las condiciones de la rendición:
-Nos vamos a entregar en presencia del juez (Alejandro) Godoy, para garantizar nuestra integridad y nuestra seguridad física.
La charla duró 50 minutos. Diez minutos después, Pujadas, desarmado, salía a hablar con el capitán Sosa y volvió a pedirle que trajera un médico:
-¿Y para qué quieren un médico?
-Tenemos experiencia sobre la forma en que hemos sido tratados otras veces por la represión…
Sosa les dijo que los llevarían a la base Almirante Zar; los militantes se negaron: dijeron que si los llevaban a la base temían por sus vidas. Finalmente, Sosa les prometió que los devolvería al penal de Rawson.
El ómnibus salió, rodeado por otros vehículos militares, hacia la base Almirante Zar.
Los días previos al fusilamiento
Cuando llegaron a la base Almirante Zar, la noche del martes 15, los 19 presos fueron distribuidos de a dos o tres en ocho celdas chicas que se alineaban a los dos lados de un pasillo de dos metros de ancho. A eso de las cuatro de la mañana les dieron colchonetas y mantas, les cerraron las puertas enrejadas y pudieron tirarse a dormir.
Los dos primeros días el trato fue correcto. Les daban de comer en las celdas, y el pasillo estaba lleno de guardias pero, como eran colimbas, charlaban con los presos sin mayor problema. En la mañana del jueves 17, María Antonia Berger fue interrogada por tres oficiales de la Marina.
Esa noche, el trató empezó a cambiar. A eso de las dos de la mañana, en el turno de guardia del teniente Bravo, unos gritos en el pasillo despertaron a todos los presos:
-¿Quién los ayudó a preparar la fuga?
-Los abogados les pasaron materiales, ¿no? ¡Confesá!
La escena se repetía todas las noches. Los colimbas fueron reemplazados por suboficiales con ametralladoras pesadas apostados al final del pasillo. De día, ya no les llevaban la comida a las celdas: los hacían comer, de a uno, en una mesa al fondo del pasillo. Mientras comían, dos soldados y un suboficial los apuntaban con armas largas sin seguro y con una bala en la recámara.
El 19 a la tarde los sacaron de a dos por vez y los llevaron a un patio, donde los pusieron contra una pared. Enfrente, 5 marinos los apuntaron con sus FAL. Luego un oficial dio la orden de que la llevaran de vuelta al calabozo.
El 20, los guardias entraron al pasillo a eso de la una de la mañana y empezaron a patear las puertas de las celdas:
-¡Arriba! ¡Recoger los colchones y las mantas!
Los presos se levantaron y, de pronto, se apagó la luz. María Antonia estaba de pie al lado de la plancha que servía como cama cuando oyó que los marinos, en el pasillo, cuchicheaban entre ellos:
María Angélica Sabelli, que estaba con ella en la celda, le susurró que en cualquier momento iban a empezar los tiros.
-No, seguro que va a ser otro simulacro de fusilamiento. Cualquier cosa, nos tiramos cuerpo a tierra, y no nos asustemos. Tratemos de estar tranquilas, che, es lo más importante.
Al rato, los guardias prendieron las luces y los empezaron a sacar, de a uno, para los interrogatorios habituales.
Al fin, la muerte
Llegó el fatídico 22 de agosto. María Antonia Berger no se podía dormir y, de todas formas, no valía la pena. Sabía que en cualquier momento llegarían las vejaciones de todas las noches. Aunque esta noche se estaba haciendo un poco tarde. Le preguntó la hora a un suboficial que estaba de guardia enfrente de su celda:
-Ya son las tres y media.
Esta vez, los marinos empezaron a entrar celda por celda para sacarlos al pasillo. Los dijeron que se quedaran parados al lado de cada puerta, mirando al suelo. Ricardo Haidar levantó un poco la cabeza y el capitán Sosa lo apuntó con su pistola 45:
-Haidar, no se me haga el machito que le pego un tiro.
El capitán Sosa y el teniente Bravo siguieron su ronda de inspección por el pasillo. María Antonia también salió al pasillo: en cuanto se paró, empezaron los tiros. María Antonia alcanzó a ver que venían de una ametralladora en una punta del pasillo, y se sintió herida.
Consiguió meterse adentro de la celda; a su lado, María Angélica Sabelli dijo que estaba herida y cayó muerta en el acto. En el pasillo, la ametralladora seguía escupiendo: algunos buscaron un escape, pero no había adónde. Mariano Pujadas, Humberto Suárez y José Mena, que estaban en la primera celda, cayeron enseguida. Antes de caer, Jorge Ulla trató de tirarse encima de un marino, gritándole puteadas. En la puerta de su celda, Clarisa Lea Place y Susana Lesgarttuvieron el último reflejo de darse vuelta para evitar los tiros, y cayeron muertas. Ana María Villarreal de Santucho también cayó, boca abajo, en medio del pasillo. María Antonia escuchaba tiros, gritos, quejidos, y voces de los marinos:
-Este todavía está vivo.
Todavía se oían gemidos cuando entró el teniente Bravo:
-¡Levantensé, hijos de puta!
Ricardo Haidar y Alfredo Kohon se pararon. Bravo los apuntaba con una 45 y le metió a Haidar un balazo en el medio del pecho. Haidar salió disparado para atrás y cayó en su catre, sangrando a borbotones: cerró los ojos y trató de no moverse. Entonces el oficial disparó contra Kohon. Más lejos se oían otros tiros de gracia. Haidar se quedó quieto: sabía que si se movía o hacía el menor ruido lo remataban de un balazo.
Entonces oyó cómo el teniente Bravo y el otro oficial iban hasta la celda de Alberto Camps y y Mario Delfino. Sonaron dos tiros. Delfino había caído muerto; Camps, con una bala en el vientre, trató de quedarse lo más quieto posible.
Al final del pasillo, un marino le decía a otro que la historia que tenían que contar era simple:
-Pujadas te agarró, salió un tiro para acá, entonces se quisieron ir y tuvimos que empezar a tirar…
María Antonia oyó unos pasos que venían hacia su celda, y pensó que la iban a matar. Con sorpresa, se dio cuenta de que no tenía más miedo: más bien una calma inesperada. Pensó que quizás fuera porque había perdido tanta sangre.
Los pasos se pararon, a su lado, en la celda. María Antonia respiraba fuerte y se dijo que era mejor si lo miraba. Un oficial le estaba apuntando a la cara con una pistola, y disparaba. La bala le entró por el mentón y la tiró para atrás, pero María Antonia siguió consciente.
A la enfermería
A eso de las cuatro de la mañana, media hora después del comienzo de los fusilamientos, llegaron varios enfermeros a retirar los cuerpos en camillas, de a uno por vez. Alfredo Kohon, Pedro Bonet, María Antonia Berger, Carlos Astudillo, Alberto Camps, Miguel Ángel Polti y Ricardo Haidar estaban vivos todavía, y los llevaron a la enfermería de la base. Les pusieron unas gasas en las heridas y los dejaron ahí tirados. María Antonia creyó que no iba a poder aguantar el dolor de la cara y la cabeza y, en un momento, esperó que la muerte le llegara pronto. A eso de las nueve escuchó que alguien decía que Bonet acababa de morirse.
-Ahora quedan tres nomás.
Rodolfo Walsh acuñó una frase que sirvió de guía para desentrañar los fusilamientos del 9 de junio de 1956 en José León Suárez. Hay un fusilado que vive, dijo Walsh cuando pudo recibir el testimonio de Juan Carlos Livraga. Pasados 16 años, en la Base Almirante Zar sucedía algo similar: 3 fusilados contaron los detalles de aquel trágico día.
La versión oficial
En Buenos Aires, versiones sobre los fusilamientos empezaron a circular a la madrugada, pero recién a la una y media de la tarde apareció la primera información oficial distribuida por el Estado Mayor Conjunto, que decía que «al realizar el jefe de turno una recorrida de control en los alojamientos de los detenidos, mientras los mismos se encontraban en el pasillo, al llegar a uno de los extremos es atacado por la espalda por el delincuente subversivo Mariano Pujadas, quien logra sustraerle la pistola ametralladora con la que iba armado. Escudándose en el mismo intentan evadirse. El jefe de turno logra zafarse y es atacado a los tiros, resultando herido. En tal circunstancia, la guardia contesta el fuego contra los reclusos que se abalanzaban en masa hacia la puerta de salida, encabezados por Pujadas…».
Muy pocos lo creyeron. Eran 16 muertos de un lado y ninguno del otro. InclusoLa Opinión, que mantenía buenas relaciones con el gobierno, decía, en la primera página: «Los acontecimientos, por sus características, resultan increíbles. Sus consecuencias -apenas entrevistas por los observadores, también atónitos- pueden resultar abrumadoras.»
Los 16 fusilados que murieron
Carlos Astudillo, 26 años, santiagueño, estudió Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba. Integró los primeros ámbitos de la FAR.
Pedro Bonet, 30 años, porteño, estudió Ciencias Económicas en la Universidad de Buenos Aires. Era del PRT – ERP.
Eduardo Capello, 24 años, porteño, empleado. Integró el PRT-ERP.
Mario Delfino, 29 años, santafesino, casado, estudió Ingeniería en la Universidad de Santa Fe. Era del PRT – ERP.
Carlos Alberto Del Rey, 23 años, rosarino, estudió Ingeniería Química en la Universidad Nacional de Rosario, donde se integró al PRT.
Alfredo Kohon, 27 años, entrerriano, estudió en la Universidad de Córdoba donde formó parte de los comandos Santiago Pampillón y fue fundador de la FAR local.
Clarisa Lea Place, 23 años, tucumana, estudió Derecho en la Universidad de Tucumán, donde empezó su militancia en el PRT.
Susana Lesgart de Yofre, 22 años, cordobesa, maestra. Fue una de las fundadoras de Montoneros en Córdoba.
José Mena, 22 años, obrero azucarero. Integró las primeras células del PRT-ERP en Tucumán.
Miguel Ángel Polti, 21 años, cordobés, estudió Química en la Universidad Nacional de Córdoba. Era miembro del PRT-ERP.
Mariano Pujadas, 24 años, cordobés, estudió Agronomía en la Universidad Nacional de Córdoba. Fundador y dirigente de Montoneros en Córdoba.
María Angélica Sabelli, 23 años, estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires; después estudió Ciencias Exactas en la Universidad de Buenos Aires. Integró los primeros ámbitos de la FAR.
Humberto Suárez, 22 años, tucumano, obrero azucarero. Integró las primeras células del PRT-ERP en su provincia.
Humberto Toschi, 25 años, cordobés, miembro del PRT-ERP.
Jorge Ulla, 27 años, santafesino, maestro, se integró al PRT en su provincia.
Ana María Villarreal de Santucho, 36 años, salteña, licenciada en Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Tucumán. Tuvo tres hijas con Mario Santucho, con quien empezó a militar.
Los tres sobrevivientes
Al día siguiente, el gobierno levantó la incomunicación de los tres sobrevivientes de Trelew: desde las camas del hospital naval de Bahía Blanca, Ricardo Haidar, María Antonia Berger y Alberto Camps empezaron a contar, a través de abogados y familiares, la verdadera historia de los fusilamientos.
Los tres recuperaron la libertad el 25 de mayo de 1973 y continuaron con su militancia.
En agosto de 1977, un grupo de tareas rodeó la vivienda donde estaba Camps y éste se resistió. Allí murió. Berger fue capturada por un grupo de tareas de la Armada en octubre de 1979. Su cuerpo fue exhibido como un trofeo en la ESMA. Haidar fue secuestrado en Brasil en diciembre de 1982, se supone que por militares argentinos, y nunca se supo su paradero.
Juicio, castigo y uno que quedó impune
Pasados 40 años, el capitán Sosa fue condenado a cadena perpetua al igual que tres suboficiales que participaron de los asesinatos en la Base Almirante Zar.
En julio de 2016, a los 81 años, Sosa murió en su casa, gracias a la prisión domiciliaria que le concedieron.
En el caso del teniente Bravo, la Justicia no logró nada ya que se radicó en Estados Unidos, creó una empresa proveedora del sistema de defensa de ese país y fueron desestimados los pedidos de extradición para que Bravo pudiera ser sometido a la Justicia.
El pequeño recinto de calabozos donde se produjeron los fusilamientos fue convertido en un sitio de memoria. La base, no obstante, sigue en funcionamiento bajo la órbita de los mandos navales.
Infobae