El miedo se manifiesta a través de diferentes respuestas fisiológicas, que pueden ser muy diferentes, dependiendo de la persona en cuestión. Pero es cierto que otras son invariables para la generalidad de los humanos: ante una sensación de miedo, nuestros ojos se abren más de lo normal.
Dispuestos a llegar al fondo de este comportamiento, investigadores de la Universidad de Cornell (EEUU) detallan, en un artículo publicado en 2014 en la revista Psychological Science, el motivo por el que nuestros ojos se abren cuando tenemos miedo y por qué se estrechan o cierran cuando algo nos enfada.
Ambas expresiones faciales, opuestas entre sí, se basan en las respuestas emocionales de nuestros ojos ante distintas situaciones. Cuando nuestros ojos se abren más de lo normal, como cuando tenemos miedo o sentimos que estamos en peligro, responde a que nuestro campo visual se amplía y también nuestra sensibilidad ocular; éste cambio lo realizan los ojos para identificar el peligro que nos rodea, como un mecanismo de defensa.
Por el contrario, cuando nuestros ojos se estrechan, como cuando estamos discutiendo o enfadados por algo, nuestros ojos bloquean la luz y enfocan un punto que determina el origen de nuestro descontento.
Los investigadores afirman que ambas reacciones han surgido de la adaptación a los estímulos de nuestro entorno y no como señales de comunicación social, lo que conllevaría que las emociones son las que desencadenan estas expresiones faciales que lo que hacen es aprovecharse de las propiedades útiles de la luz dependiendo de la situación. Así, las emociones “configurarían” lo que vemos antes de que se produzca la codificación visual por parte del cerebro.
La química del miedo
El miedo es una respuesta natural del cuerpo que se manifiesta mediante diferentes reacciones fisiológicas, que pueden variar entre personas: sudoración, pulso agitado, sensación de angustia…
Ante una situación que calificamos como peligrosa para nuestra integridad (física o psicológica), se activan en el cuerpo una serie de respuestas relacionadas con la huida o la protección. Esa es la razón por la que algunas personas, en lugar de activarse cuando tienen miedo, se paralizan.
Las reacciones corporales y emocionales que provoca el miedo las desencadena la adrenalina, una sustancia química que el cerebro libera para obtener, como decimos, una huida, protección o ataque favorables para mantener intacta nuestra vida e integridad. Para ello, activa el cuerpo y las extremidades. Por ejemplo, el corazón late más deprisa para drenar más sangre a piernas y brazos, a punto de echar a correr o atacar.
Si bien el miedo puede resultar incómodo para muchos, para otros esta fuerte sensación es fuente de placer. Por ello hay tantos aficionados a las películas de terror y otras experiencias que obligan a pasar momentos de una gran subida de adrenalina.
No obstante, lo habitual es que el miedo genere angustia, y para algunas personas puede resultar un impedimento para el desenvolvimiento de una vida normal. Las fobias, por ejemplo, son la manifestación de un miedo irracional ante algo o alguien, aunque estos, de hecho, no supongan tal peligro.
Fuente: Muy Interesante