Ocurrió en las afueras de Vera, provincia de Santa Fe. Una mujer de 75 años fue calcinada en un incendio alimentado por tres garrafas abiertas. La declaración del padre del asesino: «Vamos a hacer un viaje largo. Si no querés quedarte sólo, tenés que venir con nosotros».
Reymundo Macía, un hombre de campo de 86 años, jubilado, dedicado a la cría de ganado durante toda su vida, decidió acostarse temprano el sábado pasado. Eran cerca de las 19 cuando fue a su habitación en La Querencia, su estancia en Santa Lucía, una zona rural en las afueras de la ciudad de Vera, provincia de Santa Fe. Creyó que no iba a poder conciliar el sueño. Finalmente se recostó y se durmió. La oscuridad ya había ganado terreno.
En el living habían quedado los otros dos integrantes de la casa: su hijo, Mario Macía, de 38 años y su esposa, Rosa Gorosito, de 75. Se habían quedado conversando. Difícilmente, Reymundo pudo haber imaginado que algunas horas después se despertaría con su casa envuelta en llamas, con su mujer cruelmente asesinada y con su hijo acusado de haberla matado en medio de un pacto suicida que por algún motivo, falló. Tras presuntamente matar a su madre, Mario fue a comer un asado con sus vecinos horas después. Luego, durmió la siesta. Para un lugar como Santa Lucía, este crimen se convierte en algo inaudito.
«Nos cuesta creer lo que pasó. Nunca nos topamos con un caso así. Todavía hacemos pericias sobre la casa quemada y sobre el cuerpo calcinado. Las pruebas más importantes que tenemos son las declaraciones testimoniales. En base a eso pudimos reconstruir la secuencia completa», dice uno de los investigadores.
Según consta en el expediente, Macía hijo enfrentaba problemas económicos y psicológicos desde hace varios meses, al menos según el relato de su propio padre. «Mi hijo tenía algunas deudas por el campo. No estaba bien. Como yo estuve enfermo y me tuvieron que internar por una infección urinaria, él se había hecho cargo de todo pero las cosas no le salían bien. No es muy lúcido con las cuentas, tenía problemas de dinero. Andaba muy mal. En el último tiempo llegaba y decía que se quería suicidar, Que no quería saber más nada con este mundo, se lo decía a su madre y ella siempre le respondía que no lo haga, que ella sin él no podía vivir. Le repetía, una y otra vez: ‘Si vos te vas a suicidar, primero matame a mí'», contó Reymundo ante Martín Gauna Chapero, el fiscal del caso, que miraba atónito.
El sábado pasado, cerca de las 17, Reymundo pasó por el living de su casa y se topó con su hijo y su esposa. Estaban los dos juntos, conversaban. La escalofriante escena la describió en detalle: «Mi mujer y mi hijo estaban reunidos. Me contaron que hicieron un pacto donde él debía matarla y después se tenía que quitar la vida. No sé bien por qué pero entre los dos empezaron a quemar sus ropas. Y me dijeron una frase que me hizo muy mal: ‘Vamos a hacer un viaje largo. Si no querés quedarte sólo, tenés que venir con nosotros’. Les respondí que mi vida vale mucho. En realidad nunca me imaginé que podía ser algo cierto, por eso me fui a mi habitación. Era temprano, a eso de las 19″.
Reymundo luego contó que se fue a dormir. Algunas horas después escucho dos detonaciones. No entendía qué pasaba. Al mismo tiempo empezó a sentir un calor extremo y a toser. Por debajo de su puerta vio cómo ingresaba un espeso humor negro y el fuego comenzaba a asomar por las rendijas. Su casa se incendiaba. Desesperado, intentó salir por la ventana de su habitación pero los barrotes de hierro se lo impidieron. Llego a resignarse a morir consumido por las llamas, pero alguien tocó la ventana. Era Mario, su hijo. Tenía una amoladora en la mano. Rápidamente cortó los hierros de protección de la abertura y ayudándose de un banquito pudo ayudar a salir a su padre.
Una vez afuera se quedaron los dos contemplando la casa que ardía. «¿Qué pasó? ¿Qué hiciste?», le recriminó el padre.
Mario lo miró con frialdad y no dudó en contarle la verdad: «Maté a mamá e hice explotar tres garrafas para prender fuego la casa».
Reymundo no podía creerlo: el cadáver de su compañera de vida se calcinaba dentro de su casa en llamas. Su hijo, el asesino, contemplaba el fuego junto a él.
«¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué decimos? ¡Nos van a meter presos a todos!», dijo el padre entre la ira, la incredulidad y la angustia. «Digamos que fue un accidente. Que se prendió fuego todo y que mamá no pudo zafar», contestó su hijo. «No, se van a dar cuenta. Tenemos que decir la verdad. Hay que decir la verdad. Basta de esta locura», replicó Macía padre. Mario aceptó sin mayor oposición.
A Reymundo le pareció raro, pero pensó que después de todo lo que había pasado finalmente su hijo había recapacitado o al menos entendido la gravedad del asunto. En tan solo unas horas descubriría que era todo lo contrario.
Finalmente decidieron tomar la camioneta familiar, una Fiat Strada verde oscuro patente JOT 364, para ir a la ciudad de Vera y, según lo que habían acordado, presentarse ante la Policía de la provincia para contar todo.
En el trayecto se encontraron con un obstáculo: el barro. La única ruta posible estaba completamente anegada. La lluvia persistente que había afectado a esa zona había convertido los caminos en intransitables. La camioneta se quedó empantanada y no pudieron avanzar. Solo habían hecho unos cuatro kilómetros. La madrugada ya había recorrido un par de horas y el reloj marcaba las 2 AM. En esa zona no hay luz artificial, alumbrado público. La oscuridad era total.
Así, Reymundo y su hijo optaron por no moverse y quedarse en la camioneta a pasar la noche. Ninguno de los dos habló hasta que se durmieron.
A la mañana siguiente, Mario decidió ir a buscar ayuda. Le dijo a su padre que se quede ahí sin moverse, que él iba a dar una vuelta a ver que encontraba. El padre aceptó. En realidad, el hombre de 38 años sabía dónde iba. Se dirigió directamente a la casa de Juan Cainelli, un hombre con quien Mario tenía una relación cordial de vecinos y que, también, conocía a sus padres.
Mario Macía se presentó en la casa. Ya era el mediodía de aquel domingo. Su estado era deplorable: tenía la ropa hecha harapos, la cara negra por la ceniza y quemaduras superficiales. «¿Mario? ¿Sos vos? ¿Qué te pasó hermano? ¿Estás bien?», dijo asombrado Cainelli mientras abría la puerta. «¡No sabés lo que paso! Explotaron unas garrafas en casa, se prendió fuego una parte. Pero quédate tranquilo que ya está todo bien. No fue nada grave», replico rápidamente Mario.
El discurso del hombre que había salido del incendio parecía ensayado, según contó Cainelli a la Policía algunas horas más tarde. Quizás, lo practicó durante el trayecto de la camioneta a la casa de su vecino.
«¿Y tus viejos cómo están?», preguntó Cainelli, casi como un reflejo. Macía hijo le mintió: «Por suerte bien, zafaron. Justo se habían ido los dos juntos a Reconquista a hacer unos trámites. No les pasó nada».
El dueño de casa lo hizo entrar. Lo invitó a pasar al baño para que se asee un poco. Luego lo llevo hasta el patio trasero. Allí estaban sentados en una mesa larga otros dos vecinos del barrio: Facundo Mendoza y Daniel Cuatrín. Los dos hombres se preocuparon, por supuesto, y recibieron las mismas respuestas de Mario. Sobre todo, el detalle de que sus padres estaban sanos y salvos. Mario se sentó con ellos. Comían un asado. Lo convidaron y, sin ningún tipo de problema o remordimiento, el hombre que horas atrás había matado a su madre se sentó a compartir el almuerzo
Mientras tanto, Reymundo continuaba en la camioneta. Las horas pasaban y su hijo no regresaba. Su avanzada edad y su deteriorado estado de salud le impedían salir y caminar entre el barro para buscar ayuda. No tuvo más opción que quedarse a esperar.
Durante el almuerzo en lo de Cainelli, Macía actuó de forma normal. En sus declaraciones testimoniales, los tres amigos que comieron junto a él aseguraron que no lo notaron alterado ni nervioso. Todo lo contrario.
Cuando terminaron de comer, cerca de las 4 de la tarde, Macía le dijo al dueño de casa que estaba algo cansado: «Juan, ¿no tendrás algún lugarcito donde me pueda tirar a dormir la siesta? Con esto del incendio estuve toda la noche en vela». Cainelli, un tanto extrañado pero comprensivo de la situación, le dijo que en el garaje había un viejo camión Mercedes Benz y que se podía tirar en la caja donde había algunas mantas.
Pasaron algunas horas y Macía hijo seguía su descanso en el camión. Mendoza y Cuatrín, que se habían quedado de sobremesa con Cainelli decidieron volver a sus casas. Tomaron sus motos y se retiraron. Como pudieron, tratando de evitar las zonas anegadas por el barrial, tomaron la ruta.
A los pocos kilómetros algo les llamó la atención: era la camioneta Strada de los Macía. Un bulto en el interior los hizo acercarse. «¿Don Reymundo? ¿Qué hace usted acá? Su hijo nos contó lo de la casa», dijo uno de ellos. El hombre dentro del vehículo no entendía nada. Estaba sin comer ni beber nada hacía más de 12 horas. Como pudo les conto la verdad: «Siempre estuve acá. Mario mató a Rosa, su mama, y después prendió fuego todo».
Mendoza y Cuatrín decidieron actuar. Primero llevaron como pudieron a Reymundo hasta la casa de uno de ellos para ponerlo a resguardo. Luego fueron nuevamente a lo de Cainelli que, a medida que escuchaba la historia que le contaban sus amigos, no podía creerlo. Tenía a un asesino durmiendo en su casa. Llamaron a la Policía de Santa Fe, que llegó a los pocos minutos.
Mario es un hombre de gran tamaño, corpulento. Cuando lo fueron a despertar de su siesta en el camión para detenerlo se resistió. Intentó escapar. Forcejeó con cuatro efectivos que estaban en el lugar. No podían contenerlo hasta que finalmente le colocaron los precintos en las muñecas. Sin calmarse ni por un momento comenzó a gritar: «!Mátenme, mátenme!. No quiero vivir. Tengo que estar con mi mamá, ¡yo se lo prometí! ¡Mátenme!»
«La escena fue increíble. Nos pedía que lo matemos. Estaba sacado. El viaje posterior en el patrullero hasta la comisaría también fue un desastre. No paraba de gritar. Realmente estaba muy mal», relató uno de los efectivos que participaron en la detención en declaraciones a medios locales que adelantaron el caso.
Gran parte de la secuencia que reconstruyó la Justicia se realizó con el testimonio de Reymundo, que fue internado luego en un hospital local. Su relato lo hizo ante el fiscal en el centro de salud, donde permanece hasta hoy. Los médicos no encontraron ninguna lesión importante pero lo mantienen allí por el estrés y el shock que todavía perduran.
Cuando la Policía Científica de Santa Fe llegó a la casa de los Macía se encontró con un lugar prácticamente consumido por el fuego. En una de las habitaciones estaba el cuerpo de Rosa Gorosito. En realidad, lo poco que quedaba. Estaba absolutamente calcinado, prácticamente reducido a cenizas, apenas su forma, el cráneo negro. Además, junto al cadáver, los peritos encontraron un rifle del que sólo quedaba el caño y tres garrafas que habían explotado. Sus válvulas de pase de gas se encontraban abiertas.
Las preguntas de los investigadores son muchas. ¿Por qué Mario no cumplió con ese supuesto pacto suicida? ¿Por qué decide salvar al padre y luego lo abandona en la ruta? ¿Se trataba de deudas? Los perfiles comerciales de Mario y Reymundo no revelan préstamos pedidos a bancos o números en rojo.
Una fuente clave en el expediente afirma: «Lamentablemente nunca vamos a poder saber fehacientemente de que murió la señora. Fue imposible realizarle la autopsia por lo calcinado que estaba el cuerpo. Creemos que murió de dos disparos realizados con ese rifle, pero es imposible de comprobar. Se quemó todo. Es difícil entender lo que hizo por que las cosas no tienen coherencia. Nuestra hipótesis es que esto lo tenía planeado. Cuando revisamos la camioneta de los Macías nos encontramos con que estaba cargada con elementos de valor. Incluso había unos portafolios con los documentos del campo y dinero en efectivo. Se llevó con antelación lo más importante. Le disparó dos veces a la madre y luego hizo explotar las garrafas que estaban en el lugar. Lo que hizo después quizás obedece a un desorden psiquiátrico»
Los exámenes psicológicos que se le realizaron al detenido confirman esta teoría. Un informe preliminar del doctor Horacio Goldaraz determinó que Macía sufriría de psicosis y esquizofrenia. En los próximos días se realizará una junta médica de salud mental en la ciudad de Santa Fe para poder determinar con certeza cuál es estado del hombre y fundamentalmente conocer si comprende la criminalidad de sus actos. Esto es clave para poder continuar con el proceso penal. El médico también recomendó el inmediato traslado de la comisaría a un hospital donde pueda ser medicado y tratado.
La jueza que interviene en la causa, Claudia Bressán, ordenó que Macía sea llevado al Hospital Central de Reconquista. Allí quedó internado con custodia de la Unidad Regional 9 de Vera. Para la Justicia es indispensable que sea tratado por temor a que pueda suicidarse. El imputado repite una y otra vez: «Mis días están contados».
Cuando uno se acerca hasta la casa donde sucedió el horror primero se topa con una tranquera que quedó abierta, algunos metros más adentro aparece la casa rodeada de una cinta perimetral de la policial que se rompió y cayó al pasto. Aún hoy, ocho días después del hecho, hay olor a quemado y se siente calor.
Fuente: Infobae