Aún cuando la Selección Nacional esté lejos de representar una muestra aproximada del “fútbol total” de Holanda del ’74, sería injusto pasar por alto que ha dado señales de mejoría, acaso de manera menos pronunciada en el funcionamiento que en los nombres propios, pero ya se sabe que sin nombres propios no hay equipo ni funcionamiento.
Han pasado dos partidos amistosos y su valor relativo, pero relativo no supone nulo ni despreciable: se le empató a uno de los cuatro adversarios más poderosos del planeta y se aplastó a otro con la solvencia propia del que se sabe superior y consuma esa superioridad en los hechos mismos.
Y eso, justo es que conste en actas, sin un puñado de jugadores de los que en condiciones corrientes Lionel Scaloni hubiera tenido en cuenta y asimismo sin Messi, que ya es decir.
Sin faltar a la verdad, algún fiscal severo podrá alegar que con los alemanes se sufrieron minutos de un dominio inquietante, con sensación de goleada, y que incluso con los ecuatorianos hubo un cuarto de hora de llamativa fragilidad y apatía.
Concedidas esas objeciones, que en realidad son faros de alerta, deberá subrayarse que sí, en efecto, la Argentina todavía anda lejos de ser un equipo de norte más o menos definido y de los que invitan a dar por descontada la presencia de un alto piso de rendimiento.
Pero con sus más y sus menos, es de hacer notar que en general esta Selección en transición da muestras de carácter, un elemento que por básico que parezca ha sabido brillar por su ausencia.
De la mano de esa vertiente positiva se revelan auspiciosos los momentos de pulseada firme en pos de ejercer el protagonismo del juego, un fenómeno de tácita prédica del entrenador y de vigorosa respuesta en varios de los subidos al barco después del Mundial de Rusia.
De cara a los dos amistosos de noviembre (uno con Brasil en Arabia y el otro con rival por conocerse) y sobremanera al comienzo de las Eliminatorias del Mundial de Qatar, ¿dónde está parada la Selección?
Peso colectivo: es mejor cuando busca más y espera menos y cuando va que cuando vuelve.
Ataque: bien vale ir de adelante hacia atrás. Es la zona de calidad más probada (Messi y el Kun Agüero), Lautaro Martínez ya es una realidad y por caso a Lucas Alario no le pesa la camiseta como a otros sí le pesa el cartel.
Medio campo: aquí, la peor noticia es a la vez la mejor noticia. A falta de un mediocampista excepcional hay unos cuantos muy competentes. Rodrigo De Paul ya es De Paul y Leandro Paredes se ha ganado el crédito pese a sus carencias de quite.
Defensa: por lejos, el sector que genera mayor aprensión. Nadie cuestiona a Nicolás Tagliafico, pero Juan Marcos Foyth no es lateral y tiende al riesgo innecesario, Nicolás Otamendi es más patriarca en los papeles que en los hechos y al aparecer el otro central surgirá de un descarte que tal vez favorezca al terrenal Germán Pezzella.
Arco: Sin cometer ningún crimen ni tampoco hacer nada que no puedan hacer otros diez o quince arqueros argentinos, Agustín Marchesín está un par de escalones debajo de Franco Armani y Esteban Andrada, viceversa.
Paulo Dybala merece un párrafo: ¿qué tendrá que pasar para que encuentre la motivación, la sintonía y el buen nivel indispensables?
La contracara de Dybala son Marcos Acuña y Lucas Ocampos: las ganas de jugar se les notan y al conjuro de esas ganas lo hacen entre bien y muy bien.
En cualquier caso, en un ciclo de 70 convocados de los cuales 63 ya han tenido minutos y por aquello de que mucho de lo bueno terminará por ser malo, los tiempos de experimentación van llegando a su fin.