o hay peor frustración que la que fue construida sobre expectativas falsas. Una parte de la Argentina que publica en las redes sociales y que hasta se expresa en los medios de comunicación tradicionales sufre, con inédita anticipación, la decepción por el regreso del peor kirchnerismo. Para esa fracción sonora del país, escuchar y ver (a pesar de una insólita limitación) el feroz ataque que el lunes Cristina Kirchner dirigió a la Justicia acabó con sus ilusiones.
Esas esperanzas, albergadas por votantes de última hora a Alberto Fernández y por macristas que creyeron que las promesas eran verdaderas, partían de tres supuestos falsos: existía el albertismo y había nacido sin la necesidad de gobernar ni de disputar poder con el kirchnerismo; Cristina entraría en un ciclo de introspección que la alejaría de la política, y el kirchnerismo abandonaría para siempre el estilo y las creencias con las que había mandado durante 12 años.
Los deseos pueden más que la realidad hasta que ésta se encarga de ponerlos en su lugar. Fernández es un presidente inminente que para su primer tramo eligió subordinar sus ambiciones a los mandatos de Cristina, la dirigente que lo sorprendió al convertirlo en su candidato presidencial.
La vicepresidenta electa comenzó a ejercer el poder que recuperó y lo primero que hizo fue apuntarlo en contra de los jueces que la juzgan y, por extensión a quienes la procesaron en otras 9 causas judiciales, en su gran mayoría por supuestos delitos de corrupción cometidos durante su anterior ejercicio del gobierno. El kirchnerismo, por fin, hizo notar en la distribución de los espacios de poder, tanto en el nuevo gabinete como en el Congreso, que es la fuerza hegemónica de la alianza que ganó las elecciones. Algo así como el PRO respecto del radicalismo y la Coalición Cívica, con la única diferencia de que la líder del espacio resolvió ocupar el segundo y no el primer escalón.