Cuando todavía se está pagando el default de 2001, que fue aplaudido de pie en el Congreso inclusive por aquellos que habían apoyado la toma de deuda y el uno a uno, ya se está preparando el nuevo default 2020. Serían dos al hilo, en menos de veinte años.
Se puede vestir estas decisiones con el ropaje ideológico que se quiera y distribuir las responsabilidades políticas del descalabro, que existieron y existen. Inclusive construir un relato épico para un momento histórico. Al cabo, cuando aparece el nervio vivo del problema, queda al desnudo el default como el caso terminal de la incompetencia.
Resolverlo fue un mérito. Por la quita y por la vuelta al mercado de crédito. Eso es historia antigua ahora: otra vez sopa, en cada vez peores condiciones por el gravísimo impacto de la cuarentena en un aparato productivo que ya estaba muy lesionado.
Es cierto que el descalabro económico mundial que provocó la pandemia generalizó la crisis y hay quienes sostienen que el problema ya no es nuestro sino de todos. El prontuario de la Argentina, sin embargo, seguirá pesando mucho en la negociación por la deuda.
Los razonamientos del ministro Guzmán de que el país necesita construir una economía sustentable que haga, a la vez, sustentable el pago de la deuda es entendible y racional. El cómo se hace un plan que haga sustentable el pago y que, a la vez, saque a la economía argentina de terapia intensiva. Si una cosa lleva a la otra, lo que es invisible a los ojos es precisamente ese programa que el Presidente dice que guarda tan en secreto que algunos llegan a sospechar que no existe.
El gobierno llega a este instante crucial de la negociación con bonistas con apoyo explícito de la oposición, de empresarios y de sindicalistas. Ese respaldo tuvo también un unívoco mensaje de evitar el default. Guzmán tiene también el apoyo de Cristina Kirchner, quien mantiene el fluido contacto con el mentor del ministro Joseph Stiglitz, asesor (¿pro bono?) de la ex Presidenta en su última gestión, impulsor del respaldo de importantes académicos a la posición argentina.
La ansiedad provoca versiones arriesgadas, que circulan sin copyright. Una, son los miles de millones de dólares que invertiría China aquí, para contrarrestar el posible TLC que Brasil negocia con Trump. Recuerda cuando Kirchner hacía trascender que los chinos vendrían en apoyo con 20 mil millones de dólares de aquella época. Esas versiones contrastan con otros hechos que son señales concretas.
El BID, en el que manda EE.UU., informó un desembolso de 1.800 millones de dólares. También, 4.000 millones de dólares del Banco de Desarrollo de América Latina, antes llamado CAF (Corporación Andina de Fomento).
El tiempo que resta hasta el 22 habrá que invertirlo para evitar el default sin que ese objetivo signifique cualquier acuerdo que sea un cadalso futuro.
Fernández tiene en la resolución de la deuda su examen más exigente, su capital político. Un fracaso también le restaría autonomía en el difícil equilibrio que en saya en el frente oficialista.
Fuente: Ricardo Kirschbaum