El principal problema no es el retroceso a la fase 2 de la cuarentena. Por supuesto, este nuevo período de restricciones tendrá consecuencias negativas en muchos planos. Pero no es lo peor que le pasa a la provincia. El problema más importante es el cinismo político, la práctica de la mentira como estrategia de administración del Estado, como modo de gobernar y disciplinar a la población.
La cuestión es más frustrante cuando se asume que la gente lo tolera, que se resigna a que le mientan, porque la política -al fin de cuentas- es el imperio de las ambiciones, los engaños y las traiciones.
Violencia es mentir
Sabemos que el gobernador Mariano Arcioni no fue sincero en su campaña electoral. Dijo que la provincia estaba bien administrada y no avisó que estaba quebrada y al borde del default. Apenas ganó, anunció la vuelta al pago escalonado y reconoció que la provincia estaba fundida. No hay muchas formas de interpretar esta estrategia electoral. Habrá quien piense que la jugada le salió bien porque triunfó en las urnas. Para la mayoría de la ciudadanía, fue una estafa, una traición.
Vivimos en una democracia burguesa y delegativa. En muchas esferas, los políticos de los partidos mayoritarios actúan como miembros de una casta, respetando pactos de gobernabilidad y compartiendo complicidades. Es importante que el manejo del Estado sea oscuro y que el pueblo no esté debidamente informado. Así es más fácil usufructuar los cargos públicos para ponerlos al servicio de beneficios de grupos y de personas.
Si otra fuese la democracia, más popular y participativa, no habría gobiernos de esta clase. Pero, para que ello ocurra, hay que superar el encanto del circo político al que estamos acostumbrados o, cuando no, resignados.
La deuda no cayó del cielo
Se nos dice que la provincia está en crisis por efecto de una deuda contraída en dólares. Para pagarla, el Estado debe realizar ajustes en funciones (muy) esenciales y someter a los trabajadores a un permanente maltrato. Es como si a cada uno de los ciudadanos de la provincia nos golpearan la puerta para decirnos que tenemos una deuda que no contrajimos y que tenemos que empezar a pagarla de nuestro bolsillo.
La clase política «oficial», integrada principalmente por sectores del justicialismo, del radicalismo y del PRO, no cuestionan la deuda. Al contrario, avalan un proceso de reificación, pretendiendo convertir la deuda en un fenómeno surgido mágicamente, sin responsabilidades. Como un tsunami, que arrastra todo a su paso y frente al cual no tiene sentido buscar culpables.
Pero el asunto es que esta deuda tiene historia, tiene culpables. Es obra de los políticos que, de un lado o de otro, están a cargo del Estado, es decir, de los recursos del pueblo de la provincia. A nosotros, no nos llegaron los frutos de la deuda (no la vimos en obra pública ni en mejora de los servicios de salud y de educación), pero sí nos llega la factura. Nos la alcanzan con un cinismo descarado.
Y, como si fuera poco, en nuestro nombre, se disponen a hipotecar el futuro de la provincia (ver www.elextremosur.com/nota/25065). Y luego también pretenderán hacer de cuenta que esa hipoteca cayó del cielo.
La justicia en cuarentena
Que Federico Massoni siga siendo funcionario público es otra evidencia del mal estado de la institucionalidad democrática en la provincia. Es responsable de continuos excesos policiales y paraestatales (como cuando colaboró con la patota que desalojó violentamente a los docentes en el acceso sur de Comodoro Rivadavia, el 4 de septiembre del año pasado).
Entre los muchos atropellos que promovió está la separación del cargo de la comisaria Laura Mirantes, porque ella se negó a avalar la detención de cuatro personas que habían sido víctimas de un procedimiento irregular en el marco de las restricciones de circulación.
Desde entonces, la extitular de la Comisaría de Rawson sufre un sistemático hostigamiento de parte de Massoni, además del descuento del 60% de su salario.
Mirantes fue castigada injustamente por mantener un criterio de justicia y seguir el sentido común en el cumplimiento de sus funciones.
El futuro está en nuestras manos
En una de sus piezas, el cantautor español Ismael Serrano dice «Que el destino no parió la miseria en la que duermes, nació de las voluntades de mil hombres y mujeres. Que nada está escrito para siempre. Despierta». La historia -esta pobre historia- no es un destino que no se pueda cambiar, no es algo ya decidido e inevitable.
Está claro que esto que llamamos «democracia» está plagada de trampas y artimañas, que la voluntad del pueblo es un concepto que se menciona en campañas electorales y después se burla, que el manejo del Estado ha sido y es, al menos, deficiente. Pero nosotros, las personas comunes y corrientes, los ciudadanos, tenemos la posibilidad de plantarnos y tratar de cambiar las cosas. Y no porque pensemos que sea fácil o que podemos lograrlo, sino simplemente porque está bien hacerlo, porque es lo correcto.
*Docente e investigador en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
Por Sebastián Sayago